Domingo, 24 de octubre de 2010 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
La secuoya es un árbol que puede medir hasta 140 metros de altura y vivir más de dos mil años. Creo que lo ocurrido con los mineros de Copiapó podrá vivir en la memoria de los hombres tanto como dos mil años (de hecho un poeta, Horacio, que lo sabía, está viviendo en nosotros tanto como las pirámides.) Digamos que a partir de ahora lo que se diga o se haga en torno a lo sucedido será como las virutas o las cortezas de la secuoya, cosas que podrán ser rápidamente olvidadas. Ocurre lo mismo con el premio Nobel de Literatura para el peruano Mario Vargas Llosa. Es una secuoya para la literatura hispanoamericana. Lo mismo ha pasado con el Nobel de la Paz para el disidente chino. Muchos pueden estar fastidiados con lo pasado. Muchos habrían preferido que todo ocurriera de manera diferente, incluso, que lo de los mineros chilenos hubiera salido mal. Pero saben, o creo que saben, que la historia no puede ser modificada. Modificar un solo hecho de la historia (por insignificante que pueda parecernos) es modificar toda la historia universal. Borges lo sabía, lo que le hizo escribir un relato en el cual tomó una tangente. En realidad dos narraciones en las que nos dice, con sus irremplazables palabras, que Dios no puede modificar la historia, pero sí puede cambiar la memoria de los hombres que recuerdan esa historia. De hecho, la perversidad de algunos poderes contemporáneos han falsificado la historia, han logrado algún suceso, pero de patas muy cortas y lo que ha pasado en muchas cosas termina por saberse y cada vez de manera más documentada. Eso no significa que la falsificación de la historia no tiene sus adictos.
Entre todos los hechos que han ocurrido en los últimos días hay unos cuantos que suenan inquietantes (dejando de lado por un momento los tres ya mencionados), pues muestran a las claras una tendencia en muchos países hacia actitudes de notable rasgos conservadores. Tres ejemplos muy claros: en Francia el gobierno de Sarkozy. En este caso se dirá que no es una novedad, pero es algo que va en aumento. Hay quienes quieren paralizar el país para que Sarkozy ceda. Se trata de la reforma que, entre otras cosas, modificará la edad jubilatoria, de los sesenta a los sesenta y dos. Según los sindicatos ya son tres millones los manifestantes que han salido a las calles de París. Previsiblemente la policía ha hecho descender esa cifra a 850.000.
El segundo ejemplo es lo que un diario titula "la marea conservadora amenaza a Obama". En las elecciones parlamentarias del próximo 2 de noviembre los vaticinios afirman un triunfo del movimiento de extrema derecha, el Tea Party. El Tea Party, se ha dicho, pone la energía y el ex asesor de Bush, Karl Rove, los medios y el dinero. Es decir, todos los sectores radicalizados del Partido Republicano se unen para volver al poder. Esto no será el fin de Obama, que tiene aun dos años en el poder. Pero "cómo gobernará con una mayoría ultra conservadora y por cierto anti intelectual como la que llegará al parlamento".
En España la derecha del PP ya se imagina en la Moncloa. Las declaraciones de sus representantes son claras. "Somos el general invierno. Nos replegamos y a esperar, ya caerán (los socialistas)". Y otras: "Estar a catorce puntos es pesado. Ahora todos los poderosos nos piden citas".
En cuanto a los otros tres casos apuntados se puede tratar de un malentendido, de simple y llana ignorancia, o de actitudes dictadas por una mala fe preocupante. En el caso del disidente chino, premiado con el Nobel de la Paz, estando detenido en su domicilio ha provocado un verdadero enojo en las autoridades chinas que se han sentido ofendidas por su significado, aún cuando creemos que no deben estar demasiado preocupadas. El chino sigue preso y hasta el momento de escribir estas líneas no se percibe ningún intento de modificar esa actitud. En nuestro país ese premio ha pasado, salvo algunas excepciones, desapercibido. Más extraño es el hecho que un país existe donde existe una verdadera preocupación por los derechos humanos se los vulnere donde sea que se los vulnera, se haya permanecido como indiferente a ese premio. Parecía que habíamos entendido que al defender la condición humana sea en el lugar que sea, estamos defendiendo la nuestra.
En cuanto al Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, luego que algunos proclamaron que se trataba de un día de luto para la literatura universal, hubo quienes (a quienes por un momento se los suponía socios de esa convicción) declararon su contento por el premio, entre ellos nada menos que Juan Gelman y Abelardo Castillo. En España las repercusiones son muy bien analizadas por Javier Cercas en un artículo aparecido en el diario El País. "Uno de los comentarios más corrientes que hemos leído en estos días, expresa Cercas, es admiro sus obras, pero no siempre comparto sus ideas. Dicha así, agrega Cercas, la frase es extraña, o a mí me lo parece: si ni siquiera comparto siempre mis propias ideas, "cómo voy a compartir siempre la de otras personas" Pero en el fondo sabemos que la salvedad alude a algo distinto: al hecho de que Vargas Llosa es considerado en tanto que intelectual -es decir en tanto que escritor que interviene con sus escritos en la cosa pública , como un conservador, como un hombre de derechas, sino como un reaccionario o como un autoritario. La prueba es que los matices siempre los ha puesto la izquierda, mientras que la derecha lo ha recibido como un premio a uno de los suyos. Cercas agrega luego que Vargas Llosa es un liberal de verdad que nunca confunde un error intelectual con un error moral, nunca ataca a las personas sino a las ideas de las personas.
Luego Cerca nos dice que el mejor artículo que ha leído sobre Vargas Llosa después del premio Nobel es el de Juan Gabriel Vásquez, que tiene el acierto de citar en parte. "Vásquez sostiene que solo quien no ha leído a Vargas Llosa o lo ha leído con anteojeras puede afirmar que es un intelectual de derechas o conservador, no digamos reaccionario o autoritario, porque la verdad es que pocos como Vargas Llosa han defendido las ideas que la mejor izquierda ha reclamado tradicionalmente para sí". Sobre todo su censura a los nacionalismos de todas las especies. Más adelante Vásquez nos dice que regalarles "Vargas Llosa a la derecha es un pésimo negocio para la izquierda igual que fue un pésimo negocio regalarles Orwell y Camus que nunca quisieron saber nada de la derecha".
Los argentinos sabemos bien de estas cosas. Se criticaba a Borges de forma feroz siguiendo el curioso método de no leerlo o de leerlo con anteojeras bien gruesas. Ahora que ha dejado de ser censurado (ahora, increíblemente, el caballito de batalla para la censura es Julio Cortázar) se sigue el mismo sistema: tampoco se lo lee. En eso parece que no tenemos remedio.
Por otra parte parece que nadie ha querido recordar que Vargas Llosa fue presidente del Pen Club Internacional de 1976 a 1979. Y que durante ese período, lo sabemos ahora por la gentileza y la amistad de Raúl Astorga, que fue justamente que como presidente del Pen envió una fulminante carta a quien por ese entonces detentaba el poder en la Argentina, el general Videla. La carta se encuentra fechada el 22 de octubre de 1976. Habla de la persecución de artistas, intelectuales, periodistas, "hechos de una gravedad tal que no pueden de dejar de consternar a cualquier persona civilizada". También se refiere a esos grupos civiles, paramilitares sin duda, que por su descripción parece corresponder a la Triple A, los cuales han sembrado el horror entre los habitantes del país y no han sido identificados y por cierto, menos aún, castigados. Como digo esa carta no ha sido recordado, al menos que yo la haya leído y tampoco parece haberse tenido en cuenta que fue una de las primeras que llegaron desde alguna institución internacional para hacer conocer el horror.
En cuanto a lo de Chile, es decir en relación a la un tanto exageradamente sobre manifestación de lo declarado sobre lo ocurrido en Copiapó, habría que rastrear algunos datos, al menos, de nuestra historia con ese país. Muchos argentinos no tienen simpatía alguna por Chile, y es fácil de comprobar que los chilenos tampoco tienen buena relación con nosotros. Ya conté que estuve dos veces en ese país. Mucho antes de Pinochet (1963) y bastante después. La primera vez en Concepción, al sur, y la segunda en La Serena y Coquimbo hacia el norte, ya cuando no estaba Pinochet con su nefasto régimen. La primera vez fui invitado a un congreso de escritores universitarios, la segunda fui por una de mis pasiones, el fútbol. El cambio experimentado era notable y notorio. En la primera ocasión tuve que dar una charla y leer poesía en la Universidad de Concepción. Dije que para mí era descubrir una democracia callejera, una forma de libertad que para ese año había conocido poco en mi propio país. En la segunda ocasión, un alcalde socialista me dijo, en una aparte que tratara de no hablar de política, ya que los recuerdos de Pinochet estaban frescos y había quienes añoraban esos tiempos terribles. Es posible que todo eso sea el motivo de tanta mesura. No deja de asombrarnos que se tomen como ejemplo las palabras de Maradona quien dijo estar satisfecho con lo ocurrido con el rescate de los mineros, pero que no estaba contento con el contenido político del discurso del presidente. Cuando Maradona jugó para Newell?s le hice una larga entrevista en donde mostró una gran sinceridad que no le gustó para nada a su representante. Entre otras cosas me dijo que él no era un entendido en política, pero estaba feliz en jugar en una ciudad dónde habían nacido dos de los hombres que más admiraba, el Che Guevara y Fito Páez. Pero no hizo de ninguna manera un análisis político sino una expresión de sincera simpatía. Ahora parece tomarse como alguien experimentado en política, que no lo es. El discurso del presidente chileno no fue político, pero tuvo las lógicas connotaciones políticas que tiene el discurso de un presidente en un caso así. Creo que, sin embargo, eso no justifica la reticencia frente a algo que ha asombrado al mundo entero. La vida de esos hombres no justifican ningún tipo de rencor. Por lo menos así lo creo.
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