rosario

Domingo, 2 de abril de 2006

CONTRATAPA

Esas cartas

 Por Luis Novaresio

Uno: Es raro, pero no sé quién sos. Lo raro es que te estoy escribiendo una carta, y te estoy voseando, sin saber quién sos.

Dos: ¿Y eso es raro?. Ahora pregunto yo. ¿Es raro comunicarse con quien no conocés, vosearte con los que jamás te cruzarás en persona?. Lo vengo haciendo desde hace años, sigo hablando yo, y creo que es el desesperado intento de demostrarme que no estoy solo. Que la existencia es menos infinitamente extraña, lejana, ¿inútil?, de lo que vos y yo pensamos. Aunque, disculpame. Vaya a saber si vos pensás que es inútil. Yo tampoco sé. Lo que yo pienso, digo, tampoco lo sé. A veces se me cruza esa genial construcción de la Trama Celeste del inmenso Bioy Casares y creo que todo esto, hasta estas palabras que escribo, ya están escritas por un mago modesto que de antemano sabe cómo quedarán publicadas. Y que todo, todo, vos, yo, la carta, Ben Laden, Condoleza Rice, mi vecina, los anteojos, el arroz, todo, todo, todo lo que puedas pensar o ver son nada más que la imaginación de él que nos piensa. Apenas títeres y escenografía de su juego. Pero te escribo. Te sigo hablando yo.

Tres: Casi todos los días leo por Internet los titulares de los diarios argentinos. Un vicio. Uno de los tantos. Cuando me fui de Rosario, en junio de 1987, no había Internet. Para saber cómo había salido Newell's tenía que esperar hasta los martes, ya que en la Sección Deportes de los diarios "Jadashot" y "Yedihot Hajronot" salía en un pequeño recuadro la tabla con los resultados del fútbol argentino. En el '91 le ganamos a River 5 a 0 de visitante. Lo leí en el "Jadashot". Como no podía creer que habíamos ganado 5 a 0 a River, en el Monumental, le pedí al quiosquero, para confirmar la noticia, que me dejara mirar la sección deportiva del "Yedihot Hajronot", y allí se repetía el dato, inusitado pero cierto: en letras hebreas, las letras de la Biblia y del Talmud, decía clarito "riber 0 - niyuels 5". En aquellos días no había una computadora en cada casa. Hoy tampoco, pero en aquellos días había menos que hoy. Ahora hay Internet, y aún no he decidido qué es mejor: si estar realmente lejos, o virtualmente cerca. Como casi todos los días, también los domingos leo los diarios de allá.

Cuatro: Por suerte es domingo. Domingo de clásico. Te escribo yo. Al fin una pasión en serio. ¿Que no escriba de esto?. Sea. ¿El paro de transporte, de taxis, sigamos sin respetar ninguna norma, el presidente enojado por izquierda y concesivo por derecha, Callejeros vivado?. ¿Dios no es argentino?. Espero entiendas lo que te quiero decir. Prefiero hablarte de esa pasión intacta por el dolor de la derrota. Duele el aire, temprano, a esta hora, por saber quién podrá transformar la euforia en un gol estrellado al final de la red. Ya sé de la violencia, de los dirigentes impresentables. Te hablo del pibe o la piba que con convicción religiosa demandan el derecho a la justicia y a la felicidad con el triunfo de los colores. Es domingo de clásico. Y esta ciudad es otra. Mejor.

Cinco: En Israel, los domingos son días hábiles. Dios descansó recién al séptimo día, pero en el primero laburó, y aparentemente mucho. Esto implica que los domingos en este país no tienen nada que ver con los domingos rosarinos o, dado el caso, con los domingos mexicanos, limeños o londinenses. Los domingos, aquí, son los lunes de allá. Una vieja discusión con amigos argentinos se centra en torno a la siguiente cuestión: ¿Qué es más deprimente? ¿un sábado a la noche jerosolimitano, o un domingo a la noche argentino? Cada uno con sus circunstancias. Por mi parte, si bien detesto la melancólica noche de los sábados aquí, se trata de una minúscula cosquilla comparada con la ingobernable infelicidad que invadía mi alma los domingos a la noche de mi adolescencia rosarina. A veces Tato Bores me hacía reír, aunque más me reía de cómo se reía mi viejo, sobre todo cuando Tato puteaba en ídish. Pero con la excepción de estas pausas refrescantes de Tato en la nueva TV color, todo era amargura: ahí estaban la corbata azul, y el pantalón gris, y la camisa blanca, y el saco azul oscuro, y la inmodificable realidad de que al otro día el despertador sonaría a las 7 y había que ponerse el uniforme para ir de nuevo al Superior de Comercio, a liquidar balances en Contabilidad, a resolver ecuaciones en Matemática, a escuchar sobre el peso específico en Física, y a repetir de memoria la definición de sistema económico según Joseph Lajugie en las clases de Economía Política con Botti (han pasado 23 años y aún la recuerdo: "conjunto coherente de instituciones jurídicas y sociales en el seno de las cuales son puestos en práctica, para asegurar la realización del equilibrio económico, ciertos medios técnicos organizados en función de ciertos móviles dominantes"). Y esa cárcel disfrazada de patio escolar; y esos bancos marrones en los que no me cabían las piernas. Y las lagañas en los ojos. Y las pruebas trimestrales. Y las cuatrimetrales. Y los celadores. Durante cinco años, día y noche, y hasta en sueños, el mismo nudo en la garganta, la misma asfixia que sólo desaparecía fugazmente, por ejemplo cuando había gol de Newell's en el Parque o en el relato de Pablo Saro, o cuando el Flaco Spinetta teñía de poesía la penumbra del Teatro "La Comedia". Nunca pude despojarme del todo de esa sofocante corbata azul, de ese nudo en la garganta. Nunca un verdadero y definitivo 'desenlace'.

Seis: Yo también, te cuento, lo extraño a Tato. Mis queridos chichipíos, últimos orejones del tarro, vermouth con papas fritas y good show. Eso también lo perdimos, hermano. Nadie toma vermouth y los que tienen menos de doscientos cincuenta años ni saben qué son los ingredientes. Palitos salados, aceitunas, negras y verdes, sin carozo, las mejores, alguna papa frita salada como el Mar Rojo, y un mejunje extraño que se untaba con tostaditas de copetín. Bandeja de acero fea, rayada, con cavidades multiformes para poner las pepitas de placer gustativo. Una especie de aro que lo sostiene del medio, el mozo que los revolea y nunca pierde nada. Ni te digo del copetín, quién cuerno lo conoce. Tato podría explicarme por qué los pibes hechos hombres a balas, hambre, frío e isla hoy son olvidados. Tato miraría fijo a cámara y se acomodaría la peluca. Citaría al comandante la Hélice o al coronel Espingarda y lloraría por los soldados de Malvinas que hoy siguen solos. Vos y yo los dejamos, hermanos. Y no me vengas con la historia del Monumento de hoy, Iluminados por el fuego, una pensión roñosa. Hoy son 24 años. ¿Y hace 23, 22, 7, un minuto?. Veo en el diccionario. Y entiendo. Holocausto, en tercera acepción, es el acto de abnegación total que se lleva a cabo por amor total. Pero primera, hermano, vos sabés, es la muerte con desaparición en llamas de los judíos. Siete: Desde hace cuatro meses, los domingos trabajo en mi depto, en la calle Betzalel de Jerusalén. Me despierto temprano, me preparo un café turco bien espeso, enciendo el computador, le echo un vistazo a los titulares de los diarios argentinos, e inmediatamente me pongo a laburar: la secretaria de la editorial me llama por lo menos tres veces por semana para apurarme; tengo que terminar de traducir al español una compilación de cartas escritas por víctimas del Holocausto. Se trata de cartas postreras, muchas de las cuales fueron escritas en los ghettos y campos de concentración, e incluso hay mensajes que fueron arrojados desde los trenes por las víctimas que eran transportadas a Auschwitz. Hay cartas de mujeres y de hombres; cartas de ancianos, adultos y niños; de polacos, ucranianos, griegos, franceses, rusos, checos, lituanos, italianos, alemanes y de otras nacionalidades; hay cartas que piden venganza; hay cartas que piden resignarse a la voluntad de Dios; las hay que piden explicaciones; hay que cartas que no piden nada; hay cartas que no llegaron a destino. Hay cientos de apellidos, pero no encontré el de mis abuelos, cuyas respectivas familias fueron exterminadas en Europa durante el Holocausto. Hay veces que me arrepiento de haber aceptado este trabajo; muchas cartas, principalmente las de los adolescentes, son desgarradoras. Es estar permanentemente con un nudo en la garganta, y yo tengo que dedicarme a boludeces tales como encontrar adjetivos o adverbios en castellano que resulten 'adecuados'.

Ocho: Yo me presento. Para que podamos vosearnos con toda confianza. Gracias a vos, Daniel Blaustein, por ayudarme a combatir al mediocre hechicero que sigue moviendo la barita. Y lo hace sabiendo provocar particulares sorpresas, ¿no?.

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