Lunes, 11 de julio de 2011 | Hoy
Por Adrián Abonizio
Piensa en La Mary, su ex, y escribe en su cabeza la palabra "pobre" mirando la pantalla que absorbe toda la energía de los pasajeros dormidos y parece ser que solo él y un mulato vestido de policía están despiertos. La película es sobre un largo viaje en barco de unos conchetos desesperados, en subtítulos chicos y volumen bajo. Por eso mirando la oscuridad donde se adivinan algunos árboles, matas, vallados y alguna que otra luz de parrilla o casita montera vuelve a pensar en su ex esposa a quien abandonara, sus dos hijos, uno de ocho y el menor de cuatro y al verla a ella, sudada en la cocina, con el culo contra el lavarropas para impedir que se abra la portezuela rota y las manos llenas de jabón, murmurando bajezas contra el mundo infame que le tocó por vida, vuelve a pensar, imaginándola fumando sola frente al televisor sin sonido, como él y los chicos dormidos y vuelve a pensar ya henchido de pena y de asombro en las frases "pobre, pobrecita, pobrecita la Mary, pobrecita". La historia de la culpa, trabajada, macerada en siglos de historia en herrumbre de cuentos donde el macho desaparece y deja a la yegua madre con sus crías le carcome las tripas. El macho rupestre, cazador y borrachín con hienas acechantes del bosque, porque sabe que él ha que ha salido a matar animales y decide desaparecer un día tras el olor de otra hembra, lo tiene posternado. La del oficinista que un día en vez del subte que le otorgará seguridad, abrigo sudado hasta llegar al hogar y encontrarse con el absorto aburrimiento previsible ha desaparecido. Encima con el adicional de joderse y joder a los demás. Una vuelta de campana perfecta para el huidor de la vida páctica, serena, de un sueldo constante a fin de mes y los domingos de refugio en la caverna, con la Mary, las crías, la bondad de una sobretarde con goles lejanos y felicidades de shopping ¿Cuándo fue que se le despertó el gusano? ¿Fue antes de ir al psiquiatra? ¿O después? La sensación de criminal, de opinión encadenada al prejuicio fue lo que lo desbarrancó. Quisiera llorar frente a una botella, pero ya no tiene amigos en el continente por donde se desplaza. Nos mira perplejo tras sus ojitos judaicos, asombrado por su malestar. -Yo, yo decidí irme antes de matarme, murmura sin convicción como si recitara algo que un apuntador le estaría dictando. Quizás porque se sabe muy solo para confesarse y no tiene fuerzas ni ganas que lo entiendan y esa voz, es lengua de trapo que no le interesa a nadie, salvo a nosotros que estamos asomados a su penuria como quien solo lo hace desde un balcón bajo. Abajo las piedras donde el Aldo ya cayó, arriba nosotros, firmes, implumes aún, lejos de esta discordia de dolor y ausencia. Ahora el Aldo viaja solo en la negrura azulina de un colectivo que lo está llevando a la zona de esteros, en medio de una noche que le pertenece a otros porque él ya no tiene nada, ni siquiera un pedazo de noche y solo piensa en La Mary, sola, secándose una lágrima que nunca dejará de drenar porque fue la perra hembra abandonada. Y nadie sabrá nunca que la dejó, dejó a sus hijos para salvarlos de él mismo. De su descenso, su caída, su desbarrancamiento final. Esa presunción de suicidio calcado y ese dolor de gusanera que lo hicieron limpiarse como pudo las mordeduras de la vida matrimonial y huir, huir en el descampado, cobardemente y sin dejar ni un saludo. Se sabe milenario, una bostita de vaca pero hay algo también sagrado que lo aterra y lo llena de confusión pero con un fondo de llama imperecedera que le dice: Aldo, Aldito, ya está bien, la angustia va a pasar o te terminará matando, pero hiciste bien. Ya olía mal aquello que dejaste. Y sabe que nadie, ni aún en la Mismísima Tierra de la Piedad habrá de oír sus confesiones y que el macho negro, el policía que dormita delante suyo, a centímetros es un monstruo que jamás se habrá de conmover con pena alguna porque tiene un arma, sus días seguros, una puta en algún pueblo y la seguridad de matar alguna vez para probar que se siente... Yo podría matarme, nos dijo aquella vez en la pensión, tratando de que entendamos lo que significa un tipo separado que por siempre y para siempre extrañará lo que dejó, su esposa, sus hijos, la familia, como una maldición de feliz e infeliz, como todas las maldiciones que no se pueden contar y con sus dos caras inexplicables, fatales en cuanto asoman cuando uno mueve las piezas de este juego de ajedrez borracho denominado "pareja" y se va para quién sabe dónde.
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