rosario

Sábado, 6 de agosto de 2011

CONTRATAPA

Los soles solan

 Por Miriam Cairo

A Eugenio, Patricio y Silvina

Sefiní. Son las ocho y media. El poeta va a leer "Gotán" a la hora señalada y no lo voy a escuchar. Va a poner sobre la mesa los huesitos de la patria, mientras yo vivo el poema de la noche más fría de agosto en una ruta detenida en su propio invierno.

No son luces de navidad las que colman la negrura con destellos celestes, sino los enormes focos azules de las motos de los gendarmes. No sólo de poesía vive el hombre.

Los soles solan, los gelman gelmanean, los piqueteros piquetean, los raffo mueven cielo y tierra, los previgliano besuquean a la novia, los choferes están que revientan. Cólera buey. El joven músico hace ejercicios de audioperceptiva con la pierna izquierda, las cairo miran por la ventanilla.

Si dios fuera una mujer no envolvería niños con papel de diario. Si dios fuera una mujer no sería Margaret Thatcher. Si dios fuera una mujer le pediría que no hablara demasiado. Si dios fuera una mujer sería una enorme mariposa genital cubriendo con sus alas las noches más secas del mundo.

Suenan los teléfonos celulares. Sí, vamos a paso de hombre, dice alguien. Otro: hay un piquete en Circunvalación. Otra: que Fulano me vaya a buscar a la terminal porque se me va a hacer muy tarde. Otra: cuando logre entrar en Oroño te aviso. La misma, luego de unos segundos: ok.

El poeta escribe, ¿quién escribe al poeta? Los pasacalles se agitan insensiblemente sobre los huesitos de la patria a las nueve de la noche, mientras el poeta es menos real que todos los que llegaron a tiempo, todos los que están sentados en sus butacas, mientras los huesitos de la patria esperan que se les dé lo que nunca se les ha dado. La economía es una ciencia que no mide el coeficiente de ternura.

A las nueve y diez a nadie se le escapa que ésta es una de esas noches en las que una estrella es la víctima y otra estrella su verdugo. Un hombre es víctima y otro hombre su verdugo. Desde la ventanilla los veo a todos. No falta nadie. María la sirvienta, Santa Teresa en el revés de un éxtasis, Gallagher Bentham revolviendo el mate cocido, como si el deber, la obligación o tarea de Gallagher Bentham fuera no ser inmortal. No falta nadie. El tío Juan cantando desde sus cenizas, Ofelia con sus pechos yendo y viniendo por las sombras, la pulpera moviendo sus alrededores y los ruiseñores de nuevo. Todos los huesitos de la patria en pie de queja. Salud, poeta, para que quienes escuchen, sientan.

Yo no sé contar cuentos pero sé cantar pío﷓pío en las más duras circunstancias. Los automovilistas son seres muy apurados. Corren, pero su prisa no los lleva a escuchar al poeta. Corren porque los persigue la ira. Corren porque el combustible escasea. Corren por derecha y por izquierda. Corren porque tienen autos veloces que los piquetes no frenan. Pueden avanzar por los caminos de hormiga, por las banquinas y los prados. Por las rutas jeroglíficas. Por las órbitas astrales. Pueden pasar primero porque son primeros. Los últimos son últimos, para que se entienda. Si dios fuera una mariposa genital sería hermosa como un pueblo de besos.

A los pocos minutos de los largos minutos, nos vamos por línea recta y luego giramos a la izquierda y los soles solan y las cairo se alegran y los choferes maniobran y los semáforos pasan de rojo a verde.

Con el pie en el acelerador le hacemos a la noche un tajo amarillo. Van bajando los pasajeros en sus destinos. Adiós, adiós, en cada esquina. Subo en un taxi negro con techo amarillo. Todas las palabras que digo tienen un borde amarillo. Estoy nerviosa y veo un país amarillo. Tajeamos la ciudad hasta llegar al río amarillo. Adiós, adiós, al chofer amarillo.

Los tacos cascan la oscuridad a un ritmo ligero y amarillo. Alguien me deja entrar porque los soles solan y los raffo movieron cielo y tierra. Abro la puerta sin hacer ruido. Llego y me da un abrazo enorme la pulpera de Santa Lucía.

Por esas cosas de la vida y de la muerte, mi padre cede su bandoneón a otro hombre. Cimbra el fuelle de la memoria. Cimbra en brazos de otro hombre el bandoneón que el padre abrazaba por la noche.

Por esas cosas del silencio, viene la voz de la madre que durante el día cantaba las glorias de la noche. Cerezas. Palito revolviendo lloviznas. Deleite.

Un aplauso tras otro.

Un amor tras otro.

Y el poeta no quiere irse.

Y el poeta nos provoca:

Parlate

¿a dónde irá a parar tanta desolación tanta hermosura?

hemos hecho y deshecho

hablen, trabajadores del amor.

Y todos nos marchamos en silencio.

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