Miércoles, 12 de abril de 2006 | Hoy
Por Margarita Scotta *
"Mi" cuerpo. Lo único que tenemos es un cuerpo (pero por supuesto somos mucho más que eso). Somos mucho más de lo que tenemos, pero ¿cómo "sentirlo" si no es con el cuerpo?
Su cuerpo sin ella.Come automático como un lavarropas o un rito sin valor religioso. Come en la mesa con todos despiertos, pero también con todos dormidos. Sigue cenando infinitamente y después viene un café con leche con galletitas de salvado mientras mira TV. De pronto, la culpa por los chicos hambrientos metidos en su casa a través de la pantalla la parte en dos: entre el llanto de la necesidad y la sonrisa saciada se abre una herida. Un dolor como si fueran sus hijos la desgarra. Quiere darles todos sus tickets canasta, lo que hay en la heladera, los fideos tirados al mediodía, los alfajores mordidos y despreciados por la infancia repleta. Pero nada alcanzaría para alimentar aquellos cuerpos sin espesor que no tolera que sean de niños. Los envolvería con sus brazos de pan blando para crearles la carne que no tienen con su ternura. Les donaría la madre que es gracias a la generosidad valiente de su cuerpo. No quiere desviar la mirada hacia abajo para no ver el ancho duplicado de sus piernas expandidas en el sofá cómodo. Cambia de canal. Después una fruta. Dos. Galletitas dulces de los chicos. Rellenas. Les devora el paquete con el mismo entusiasmo ausente que antes picoteó la sobra de los platos. Ahora la toma su debate existencial trasnochado: si incluye algo salado para matar lo dulce o se queda con el vacío de esa acción sin llenar. Ve a una mujer con un cuerpo calzado en curvas realizar la hazaña de cruzar sus piernas hasta enroscarlas debajo del tajo sensual de su vestido. Se mete en su living, en su cabeza. La odia y la adora al masticarla porque esa mujer "es" ese cuerpo de mujer. Lleva la belleza de ese vestido como si fuera su piel. O es el vestido el que le otorga esa belleza soñada debajo. Entonces decide comer el yoghurt dietético y dos barritas de cereal mientras la observa fijamente. Después una manzana. Esa imagen empieza a conducirla. Deja los mates con bizcochitos de grasa mientras la maneja. Su marido la llama desde la cama "íGorda!", pero se propone demorar su ida hasta que tenga aquel cuerpo. Que la deja fascinada. Que siente más de ella que el suyo. Que alucina posible poseer. Que podría dejar de ser de la otra, sacárselo y ponérselo ella. Vestirse con ese cuerpo imaginado le cambia el estado de ánimo más rápido que desnudar su cuerpo real. El marido la quiere igual como es. Hace rato que no la mira porque le ve otras cosas. Donde hay ternura hay cuerpos redondeados vibrando como palomas tibias entre las manos. Pero el erotismo es otra cosa. Su vínculo es pasional sólo con el cuerpo de aquella: la devora con los ojos; es lo único agridulce que degusta sin tragar. La hipnotizan sus movimientos femeninos al punto de creer que ella los repite parecido, tan parecido que casi los tiene. Su cuerpo pensado le arranca a la otra su elasticidad, su liviandad. Se da cuenta de algo ya presentido: "Si fuera flaca sería feliz". Flaca disfrutaría del grupo del club, le caería mejor a la gente, se compraría ropa ajustada, que finalmente es lo que otorga confianza en una misma. Cambia de canal.
(Es que ha visto otros cuerpos y se dejó llevar por el placer dudoso de hacer pasar el suyo por ellos.)
El cuerpo con ella. Que está bien, pero ella se siente gorda. Se vive gorda. Aunque depende. Un día se ve de refilón en el reflejo de una vidriera y recupera una alegría perdida: aquella imagen (es ella pero no lo siente así) le recordó que también podía ser linda. Las piernas abiertas como una tijera no se vieron tan anchas y con la espalda bien derecha, sostenida por la sensación de tensión vertical que aplana la panza puede sentirse una mujer que tiene lo que quiere. A ella sí un hombre la mira. Y le dice cosas. Y eso le va modelando un cuerpo del que no se desprende. Ese cuerpo hablado toma realidad cuando le cuenta a sus amigas cómo la mira y las palabras que le dice cuando deja de mirarla. Su cuerpo sentido está ahí. Porque alcanza la idea de que es de ella si otros se lo admiran como queriendo tenerlo. Y esa idea toma cuerpo en un sentir nuevo. Entonces, antes de encontrarse con el hombre que gusta de ella (ella cree que de su cuerpo y esa convicción logra entristecerla) adelgaza, se estiliza, se transforma bajo la inminencia de esa cita. Si come de más sale a correr inmediatamente para quemar las calorías. Pero quema una excitación que va encendiendo la llama del deseo. En esos días, la idea de su cuerpo es poco científica y no la entendería su endocrinólogo: cree que se modificará en tiempos acelerados por el deseo hacia ese hombre. Y efectivamente sucede así. Si él vuelve a enamorarla, le cambia el metabolismo. Lo comprueban las miradas sorprendidas descubriéndola más radiante, más sana, con más cintura.
(Es que otros han visto su cuerpo en distintas perspectivas pero consiguió balancearse sin balanza y sin caer.)
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