Sábado, 4 de febrero de 2012 | Hoy
Por Miriam Cairo
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Tu segunda persona no es un costal de obediencia y pavura. No está cautiva en un trozo de piel cosida a diez mil kilómetros de distancia. No baja del cielo de las utilerías sino que transita por este mundo con la confianza de los errantes que entran en el templo.
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Tu segunda persona ha roto los cacharros viejos de la lengua para hacerse un ritmo propio. Y es verdad que sus imperativos inquietan, es verdad que las órdenes de tu segunda persona tienen un sesgo indócil, una violencia diletante que raya con la lascivia. Y ese margen de error que se permite, es el que hace la diferencia con el resto de las segundas personas.
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Pero, ¿cómo se construye una segunda persona? La primera dificultad a la que se enfrenta la primera persona reside en la rigidez de los testimonios que posee. Si se ha de creer en las terceras personas gramaticales, en el momento de expresar la segunda persona siempre hay una colaboración fatal y no esperada. Pero la segunda persona, mal que le pese a las terceras, es una musa, un ángel, inspiración o nube de la primera persona. Algunos dicen que la segunda persona viene del exterior, otros, que viene del interior. Sin embargo mi primera persona cree que tu segunda persona viene de la respiración, de los fragmentos, de una materia verbal que se libera de las ataduras.
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En el vértice de su lenguaje, alrededor de cada palabra, tu segunda persona ha roto los estereotipos del tú ceremonioso y átono, para expandirse en un vos tonificante y rompiente. Este fenómeno tuteante y fantasmagórico no es un espejismo, no es un barco sin timonel ni una oruga en proceso de ser mariposa. Tampoco es la pequeña sonámbula expulsada del reino de las sombras, sino la trepidante torcedura del verbo, el tornasolado cimbreo del pronombre.
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Tu segunda persona alza todas las tapas y suelta los aromas de su caldo, suelta los artificios de la lengua que titila con la cuchara que recién empieza a nunca terminar. Una vibración de simiente se aposenta en el nido y aquello tan otro, tan tuyo, hace de los fragmentos de mi primera persona algo menos narrativo que un yo sin sueños.
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Tu segunda persona no es la fugitiva que llega hasta mi primera persona por recomendación de un vendedor de alfombras o por un rumor que va de boca en boca. Ella se deshizo de los trenes que pasaron para siempre y vino al centro mismo del encuentro, donde el corazón de mi primera persona la nombra y le da de beber su rosa.
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Conozco la gama de los miedos gramaticales. Conozco la vara de la norma, por eso puedo decir que tu segunda persona es un arte con vida propia. Un arte que, como la poesía, no es una experiencia que luego traducen las palabras sino que la palabra misma constituye la experiencia de tu segunda persona.
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