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Martes, 3 de abril de 2012

CONTRATAPA

Paradojas de la mentira

 Por Javier Chiabrando

Hay cosas de las que es fácil hablar mal. Por ejemplo la televisión o la política. Cualquier caído del catre puede putear en contra de la televisión y de la política y sonar creíble. Además queda bien, es moderno, cool. No se necesitan argumentos porque la queja misma es el argumento. Cuando alguien dice la televisión es una basura o la política es un asco, está transformando el título en el contenido, y si alguien decidiera contradecirlo, va a tener que remar cuesta arriba y con tormenta porque para desarticular esas frases tenés que ser premio Nobel. De la misma forma, es fácil hablar bien de algunas cosas. Y hay cosas a las que todos ponemos por sobre su antagónico: la fidelidad por sobre la infidelidad, al amor sobre el odio, al trabajo sobre la vagancia. Y siempre, pero siempre, y en cualquier ocasión, se pone a la verdad por sobre la mentira.

Nunca escuché a nadie hablar bien de la mentira, ni en privado ni en público, ni en los medios ni en sobremesas. Y creo que se está cometiendo una injusticia. La mentira rige nuestras vidas segundo a segundo, y sin la mentira este mundo nuestro de cada día sería un páramo, un desierto, un mundo parecido al de las cavernas, porque la mentira causa, pero también evita enfrentamientos, peleas, guerras. La mentira regula las relaciones personales, genera fuentes de trabajo, calma tristezas, eleva la autoestima, entre otras bondades. La mentira exige imaginación; la verdad es obtusa, inmóvil, estoica. La mentira libera y calma. La verdad hiere y asusta. Claro que no es lo mismo una mentira para salvarse de un lío que una para meter en lío a alguien; una mentira para hacer negocios que una mentira para escupirle el asado a alguien; una mentira para hacer feliz a alguien que otra para hacerlo infeliz. También las hay para llorar o hacer llorar, y para reír o hacer reír. Como sea, la mentira está tan presente como el aire.

En un capítulo de Dr. House (siempre apelando a citas de alto vuelo intelectual) hay un hombre enfermo; no puede dejar de decir lo que piensa: a sus amigos que son unos vividores, a su vecina que tiene buenas tetas, a su esposa que es mediocre y que su hija es tonta. Obviamente se está quedando sin amigos y en breve sin familia. Esa enfermedad no es mortal y se puede curar con una operación muy riesgosa. Su vida no corre peligro por la enfermedad sino por la operación. El acepta. Todo vuelve a la normalidad. El ya no trata a su mujer de mediocre (lo piensa pero no lo dice) y el matrimonio sigue adelante. O sea: las convenciones sociales, las instituciones (también el matrimonio, según la serie), son posibles porque uno miente, o esconde, o no dice la verdad, o no dice la mayoría de las cosas que pasan por su cabeza.

¿Quién dice la verdad cuando cruza una frontera, cuando lo para la policía en un control vehicular, cuando llega tarde al trabajo, cuando declara impuestos? Pero ya hablaremos del que miente, ahora me interesa el que es mentido. No todos enfrentan la mentira de la misma forma. Se pueden distinguir tres categorías: 1) el que no sabe que le mienten; 2) el que no le importa; 3) el que sabe pero prefiere no saber. Hay un gag de Olmedo (otro ejemplo de mi sabiduría académica) que ilustra muy bien esta tercera categoría. Olmedo pasa la noche con una amante. Antes de dejarla se ensucia las manos con talco. Llega a su casa y su mujer le pregunta dónde estuvo, él le dice que estuvo de joda con una rubia. La mujer, al ver las manos con talco, le dice: "Mentiroso, otra vez te pasaste toda la noche jugando al billar con tus amigotes".

La psicología así como otras disciplinas han estudiado el tema. También pensadores como San Agustín y Don Tomás de Aquino, quizá para tratar de entender cómo los fieles se creían tantas macanas y eran capaces de arrodillarse y contarle los pecados (entre ellos mentir) a un cura diez veces más pecador que ellos. En política, creo que la mentira va disfrazada de omisión, de lo que yo considero el ABC de la política: decirle a cada interlocutor sólo lo que debe saber. Y esto se puede leer de dos maneras: 1) que sea conveniente que tu interlocutor ignore algo; 2) que tu interlocutor desee ignorar algo (o sea: "el que sabe pero prefiere no saber"). Si el turco hubiera dicho la verdad de lo que iba a hacer, no le habría dado la posibilidad a tantos distraídos, a amantes incondicionales de la marchita y de las estampitas del pocho y la pocha, a votarlo. Si Bush les hubiera dicho a los países europeos que no había armas de destrucción masivas en Irak, no les habría dado la posibilidad a tanto gobierno de segunda categoría a ir a hacerse los machos al desierto.

El periodismo no se queda atrás. Sin la mentira, la mitad de los diarios, radios y cadenas de televisión desaparecerían o sus programaciones serían un partido tras otro o una película tras otra (pero la ficción también es una mentira). A cada rato se inventan romances, peleas y complicidades delictivas nada más que para llenar páginas o joder a alguien. O se miente apelando al potencial. No me importa lo que digan los diccionarios o el manual de estilo de los diarios: escribir en potencial es mentir. Titular que alguien habría robado, habría favorecido, se habría beneficiado, habría ordenado, es una mentira. Es una mentira sencillamente porque no es verdad. La verdad se relata así: robó, se benefició, mintió, ordenó.

Es verdad que la mentira causa o justifica guerras. Las gomeras de los iraquíes vistas como armas de destrucción masiva por los yanquis justificó una invasión que aún continúa. Pero la mentira también las evita. ¿Qué país sería éste si aquellos que se alegraron con la muerte de Néstor y lamentaron que la enfermedad de CFK no se comportara como un buen cáncer de entonces, de los que te matan en unos días, hubieran dicho la verdad a los cuatro vientos? ¿Qué quedaría en pie (de lo poco que queda en pie) de la credibilidad de los medios si dijeran la verdad sobre los negocios en los que están involucrados? ¿Y sus periodistas pueden decir la verdad? ¿Se imagina a un periodista de Canal 13 diciendo "no mire el último programa de Suar porque es una verdadera porquería"?. La mentira garantiza muchos puestos de trabajo.

Veamos cómo funciona en este país y hoy la generación de una mentira. Usted querrá saber cuál. Cualquiera; elija: la aduana paralela, la genealogía de Kicillof, el rol de Víctor Hugo, la respuesta de la DAIA, el insulto de Moreno a los yerbateros, las declaraciones de Pérez Esquivel, los camiones con cianuro, las ovejas muertas por las cenizas, las cámaras de Canal 7 en el allanamiento de Cablevisión, el caso Skanka, el origen de Papel Prensa, la situación en Venezuela y Ecuador, la escasez de medicamentos, el cepo a los libros importados, y una larguísimo, larguísimo, etcétera. La mentira que le da la razón y calma el dolor de mucha gente que espera que este país se caiga a pedazos, la que le permite a mucha gente sentir que tiene la razón, surge en una oficina cualquiera. No importa que esa oficina esté ocupada por un jefe porque los subjefes, los capangas y muchos operarios ponen a veces el mismo entusiasmo, cuando no más (hay que comer).

La noticia surge como surge entre amigos empezar a decir que alguien del barrio es puto. La mentira de hoy sería, por ejemplo: "El gobierno planearía poner en vigencia otro corralito". La mentira ya está planteada, no en la desmesura de la idea, sino en el potencial. La noticia es tapa de un diario, en las radios de ese mismo medio la repiten como si recién la acabaran de conocer. Todos saben que es una mentira pero se refugian en el potencial, que por algo fue inventado. Del otro lado, curiosamente, miles de los mentidos sonríen felices; por un rato tienen algo de razón: Argentina se está yendo al bombo.

Entre las 6 y las 7 de la mañana, cientos de funcionarios desmienten el rumor, pero no basta porque mientras uno lo desmiente otros la reproducen en otras radios y a veces en la misma, en su noticiero, que sigue pasando hasta el final del día la noticia en potencial, que es verdad en tanto está en la tapa del diario. El único mentiroso es el que creó el rumor. Los demás se limitan a leer inocentemente el titular. Desarticular la mentira llevará al menos una semana, quizá un mes o un año. Desarticular la mentira con la verdad es muy complejo, porque la verdad exige conocimientos, datos, capacidad de argumentación; la mentira, en cambio, sólo exige el esfuerzo de generarla.

No lo lamente tanto, esa mentira le dio de comer a muchos trabajadores, justificó las vidas y alegró los días tristes de muchos oyentes. No es poco. Una verdad, en lugar de esa mentira, hubiera generado más caras de velorios y úlceras, y más deseos de ver a este país en bancarrota moral, económica, espiritual. Y si a alguien le creció la nariz, se arregla con una operación de dos mangos. Paradojas de la mentira.

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