Sábado, 25 de agosto de 2012 | Hoy
Por Miriam Cairo
Lo vi pasar. Para que un hombre pase es necesario que sean las diez de la mañana. Y una no debe dormir. Una debe ser una lámpara. La primera vez, ese hombre me pareció un hombre que antes había conocido. Un hombre que había querido engullir y olvidar en el mismo momento. La segunda vez, ese hombre me pareció que era un hombre al que nunca había conocido. Después de la primera y la segunda vez ese hombre me pareció un sueño. A la vez siguiente me pareció un punto azul, un prisma. La vez siguiente me pareció una alucinación que salía del émbolo de la mañana. La vez siguiente me pareció un escritor que vive fuera de la ciudad. Un escritor que jamás he visto. Nunca he pedido gran cosa en la vida. Sólo ser una lámpara y verlo pasar, cada día, a las diez de la mañana.
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Cometeríamos un error si creyéramos que cuando el día nace adquiere inmediatamente una independencia de la noche. Incluso bajo los cielos celestes y las nubes blanquísimas, la memoria de la noche sigue abierta. Espera que la desnuden.
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Alguien busca la palabra. No la encuentra. Esa palabra. Esa desnuda en el paraíso de la memoria. En el silencio encuentra pruebas de que no la ha dicho, que nadie a su alrededor la ha pronunciado, que nadie nunca la dirá aunque la encuentre, porque esa palabra no es la misma palabra que alguien busca y no encuentra. Esa palabra. Esa desnuda en la memoria.
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Dirán que nos hemos vuelto más insensatos. Si pudiera te mordería los labios. Dirán todo esto es raro. Si pudieras me morderías la madrugada. Dirán que estamos desquiciados. Si pudiera bebería a borbotones tu agua misteriosa. Dirán que así no ocurren las cosas. Que las cosas ocurren cuando se hacen y no cuando se dicen. Dirán que ese hueso que brilla en el texto no es tu hueso brillando en el texto. Dirán que mi flor entre tus labios no es mi flor entre tus labios. Dirán que esto que aquello. Dirán, mientras nosotros no dejamos de soñar que nos soñamos.
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Hay peces que no respiran. Hay un hombre silencioso caminando en puntas de pie sobre los mares de la luna. Hay una voz tejida con hilos de macramé y espanto. Hay un océano de silencio que ruega más silencio. En la soledad de estos días me pregunto cómo es posible que todavía ningún pez me haya llevado consigo.
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Una, dos, tres veces nombraste La Habana. Yo, como una lámpara despierta de noche, durmiendo de día. Una, dos, tres, cuatro, cinco veces nombraste la noche. Yo en carillones instaurada. Una, dos, tres veces te hiciste rogar por mis ruegos. Una, dos tres, cuatro, cinco veces soñaste con un ángel sin boca que cantaba.
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Este ancho río de sombras permite separar el polvo del sueño. Las constelaciones, de las flores calientes. El beso, de los albergues transitorios. La niebla, de los espejos. La memoria, de los umbrales. La hierba, de los misterios. El hombre, de los hombres.
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Has nombrado La Habana escondiéndola debajo de la lengua. Has enumerado las calles de tu ciudad pegando y despegando los labios. Has dicho Venecia entre los dientes. Has hablado de los pájaros y la lluvia, con palabras que se iban metiendo en los vasos sanguíneos. Has murmurado los mares de Irlanda, los mares que todavía no han existido, los mares que son letras, colores, texturas antes que sal, arena, yodo, agua. Has dicho mi nombre como un lugar que existe en tu garganta.
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Cierra los ojos y es noche. Abre los ojos y es día. Tan sencilla su tarea de Dios. Fuerte como los torbellinos. Lo repito. Lo vuelvo a decir. Es fácil ser un Dios. Nadie llama a la puerta. Sólo escucha los ruegos a lo lejos, los mensajes de voz, alguna lágrima. Un Dios no tiene prohibido retomar un hábito nocivo. Un Dios puede quemarse con azufre lentamente y decir Aa, ah, aaahhhhh. Un Dios no se preocupa por ser una hipótesis viviente. Por nombrar a Venecia y guardarla bajo la lengua. No se preocupa por nombrar La Habana y guardarla bajo la lengua. Un Dios no se preocupa por ser el hombre que pasa o la mujer devorada por las flores. Es fácil ser un Dios. Sobrevivir a la memoria, quitarse la ropa, darse una ducha, andar desnudo por el cielo, escribir su propio nombre con las manos atadas. Pero si Dios no fuera Dios, entonces, ah, entonces...
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Muchas veces, para incitarme a la melancolía, a la hora del crepúsculo, lleno la copa de la luna con tu vino. O bien lleno tu copa de vino con la luna. O bien, me doy de beber como un vino de luna. O bien te bebo como luna. O te nombro. O no te nombro. O me decido a encender la luz y no te encuentro. O me encuentro encendiendo la luz. O muselinas. O Bolaño recién nacido en la palabra. O el vino que hemos de beber. O el hombre que pasa sin que nunca haya pasado. O la embriaguez. O. O las máscaras noh. O los leones dentro de la copa. O qué se puede hacer con el amor. O ala de colibrí. O Concha Buika. O Alejandra. O vos. O yo. O.
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