Sábado, 8 de septiembre de 2012 | Hoy
Por Miriam Cairo
En sucesivo mudar de entusiasmos, hasta que suceda lo que tenga que suceder, una palabra trae otra palabra, como por efecto de magia. Un hombre atrae a una mujer como por efecto de magia. Una mujer mueve las manos por efecto de la noche boreal, que es mágica. Y la palabra hombre toma a la palabra mujer de la mano, por efecto de la soledad que es mágica. Le ofrece algo de beber y la palabra mujer da sorbos infinitos a la palabra hombre. Y la magia es un acto en cuerpo vivo. O el cuerpo vivo es un acto de magia.
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En voz baja hablábamos de un amor imposible.
A medida que la noche con su filo separaba el cielo del infierno, advertíamos que en torno al imposible había siempre un halo de incredulidad. A pesar de todo, llevábamos corriendo la sombra por las arterias urgentes. Hacíamos pasar por debajo del arcoiris el tropel de peces montados en sus sueños. Que no se nos ocurriera mirar justo en el centro no quería decir que la historia de amor no estuviera en el centro. Habíamos jurado analizar los hechos y las coincidencias para poner fin a las dudas. Ninguno de los dos conocía una historia tan imposible. Tan improbable era que no podíamos dejar de creer en ella.
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No disimules tu calidad de ausencia no ausente, de temblor escapado de donde estabas bien sujeto. No creas que soy una fotografía que sale de tu imaginación para convertirme en mí misma. Soy yo misma haciéndome fotografía para llegar a tu imaginación.
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Fuera, bajo el cielo lluvioso, esperé frente al bar hasta que llegara mi amiga que venía a contarme sobre su separación reciente. Más reciente que la anterior. Traía un vestido negro escotado y una pequeña cruz dorada. Era el vestido de luto erótico que daba paso a la próxima unión que la llevaría a la próxima separación. Yo había dejado de ser yo y empezaba a ser Cheever. Entramos al bar. Bajo la sombra proyectada por la lámpara sus ojos creaban una segunda sombra. Muchas otras cosas también se iban haciendo. Las perlas oscuras de sus ojos. El ángel que surgía de mi copa. Todas sus palabras de amor y desamor me eran por completo conocidas. Al lado, dos mujeres susurran sobre sus propios amores como ladronas en oficinas oscuras. Mi amiga no sabía bien qué hacer con su escote. Era ella, y no yo, quien había venido en vez de no venir. Ella parecía estar ajena a todo. No escuchaba nada. Ni el más mínimo rumor de Cheever.
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Todo el tiempo estuve pensando que cuando es jueves es jueves. Que los jueves hago cosas de jueves: tomo el colectivo de los jueves. Las mañanas se pavimentan con el color del jueves. Y leo un poema que se acerca al viernes pero es jueves. Infatigablemente el jueves se acerca al viernes con su voz lejanísima y sus quimeras. En cambio, los días martes hago cosas de martes. Las horas del día se cargan con sus propias referencias y yo voy a lugares a los que sólo debo ir los martes, porque si fuera un miércoles no habría lugar para mí, ya que los miércoles son para las personas de los miércoles. Los lunes, por su parte, amanecen con su luz y llenan las calles con rastros inconfundibles para que yo no me extravíe en otro día que no sea lunes. Incluso cuando pierdo la memoria, veo una mujer humedeciéndose los labios con la lengua y sé que es la mujer de los domingos, con su lengua de domingo, barriendo restos de esperma. Los sábados, en cambio, es la hormiga de los sábados la que va marcando el rumbo hacia los mares de la luna. Yo recorro la semana obedientemente, puntualmente, cronológicamente. Pero sin que nadie lo note, como un pez invisible, salto de la pecera para llegar a los mares sin límites.
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Caras ciegas avanzaban por las veredas. Los autos iban hacia el norte y hacia el sur. Los que no conocían la entrada de la grieta ni el cuerno del pararrayos habrían podido errar toda la noche. Nosotros, en cambio, entramos dando pequeños pasos cortos, y los pies, una vez en el aire, bajaban muy despacio hacia el suelo. Desde arriba hacia abajo el camino era largo. Entre paso y paso hicimos escala en los puertos del Mar Báltico.
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¿Qué es un texto? ¿No lo ves? Es un lugar de palabras. Palabras de verdad. Palabras enteras. Palabras cortadas en pedacitos. O procesadas como papilla. Palabras hechas flecos. Palabras bordadas en encajes. Palabras de verdad que cuando mienten, mienten de verdad. Cuando aman, aman de verdad. Cuando mueren, mueren de verdad. Un texto está hecho de palabras nadadoras, flotadoras, buceadoras. Las palabras son como los peces, escurridizas, bellas, extrañas, desconocidas. En un texto las palabras pueden hacer cualquier movimiento. Se sienten libres. Pueden contestar y escuchar. Hacer más ruido que nadie. Más silencio que nadie. Y pueden tener miedo o no tenerlo. Y en esto reside la sinceridad. Qué es un texto, me preguntabas, sin siquiera habértelo propuesto. ¿No ves? Un texto es una fotografía de palabras. El texto dice suspiro rojo, beso negro, memoria azul y al leerlo ves la fotografía de tu propia imaginación erótica.
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