Lunes, 17 de septiembre de 2012 | Hoy
Por Eugenio Previgliano
Después leeré que "Maiguashca estudió en el Conservatorio de Quito; en Eastman School of Music de Rochester, NY (1958-63); en el instituto Di Tella (1963-64) en Buenos Aires con Alberto Ginastera y en la Hochschule für Musik en Colonia, donde trabajó con Karlheinz Stockhausen. En 1965-66 viajó a Quito para enseñar en el Conservatorio pero regresó a Alemania en 1966". Pero ahora la miro a ella, por el retrovisor, desde el asiento del acompañante, tratando de develar el misterio de esos ojos suyos que ella estima como su mejor encanto, mientras le cebo unos mates. Tal vez, se me ocurre, no sean tanto los ojos cuanto la mirada encantadora que tiene cuando, por ejemplo, se ve que mira la imagen de un automóvil veloz deslizando por la autopista a una velocidad mucho mayor que la nuestra.
¿Gusta, le he dicho, un mate frau dóctor?, pero ella me ha corregido enérgicamente por "frau profésor dóctor", aunque el mate haya seguido siendo el mismo, en su mano, y una sonrisa compartida haya coronado el instante.
Mientras sigo tratando de develar el arcano de sus ojos no sé que llegaremos tarde a la función ni que con más insistencia que razones conseguiremos entrar a la sala pasando por lugares oscuros, pisando andamios y andando sigilosamente con la punta de los pies; pero una vez sentado discretamente, cuando me zambulla en la ópera Los Enemigos, cuando Jaromir Hladik, personaje también de JLB, ya esté aterrado por los pasos de quienes él supone que vienen a fusilarlo, un encuentro cósmico ocurre: cuando ya todo está listo en la ficción para el fusilamiento de Hladic, el fluir del tiempo teatral se detiene porque el fusilamiento debe ser a las nueve, y aún no son, las nueve. A pesar de tanto cosmopolitismo, pienso entonces, no podemos salir de nuestra matriz sudamericana, llegar tarde a un fusilamiento, qué cosa, pero no es sino un segundo que me distraigo de la tremenda cosa de Hladic que le ha pedido a Dios sólo tiempo para terminar su obra, en la narración de Mesias Maiguashca con la regie de Ximena Belgrano Rawson y un conjunto de cámara donde sobresalen las cuerdas, dirigido por Santiago Santero, acá, en el marmolado Palacio de la Música en la calle México de Buenos Aires.
Sin embargo, el otro encuentro con el mismo Mesias Maiguashca será en la calle Chile, en un boliche que queda una cuadra más allá, donde, pasándole el ojo a un menú interminable, me atrevo a comentarle al maestro que es tan larga la carta que no me extrañaría que sirvan seco de chivo con menestra.
A la mención del tentador plato, Maiguashca me mira como si descubriera que me ha conocido de toda una otra vida sin notarlo y me interroga: ¿ese es un plato ecuatoriano, no es cierto?
Asiento, elijo, coopto y transo un menú compartido para los tres y al largo rato Maiguashca me pregunta por mis saberes culinarios ecuatorianos. Respondo con velocidad que el año pasado estuve en Ecuador y dónde has estado interroga él y en Babahoyo he respondido yo y una larga carcajada sobreviene antes de que Maiguashca me diga, primero, que eso es Macondo y después que su propio abuelo está enterrado en Babahoyo.
Como para que quede claro, señala el pico de la botella de cerveza que descansa sobre la mesa que a su seña se convierte en lo alto de los nevados ecuatorianos y cuenta que su abuelo vivía en una comunidad aquí arriba, pero que bajaba a hacer comercio hasta el nivel bajísimo de la mesa, que ahora representa Babahoyo y la Provincia de Los Ríos, donde hace un calor furibundo y las calles son de tierra en la estación seca, pero las casas son lo suficientemente altas como para que no les alcance la inundación, durante todo el año.
Que él nació en Quito, me cuenta, y que vivió un par de años en Buenos Aires al principio de los divinos sesentas pero aunque yo lo sepa, él se empeña en contarme que el mundo ha cambiado y como preguntando afirma que le da la impresión de que Buenos Aires ya no es una ciudad tan blanca. Como yo me siento con un amigo a quien conozco y estimo y me creo que no le resultará mordaz, le digo que eso es nuevo, que tal vez desde hace diez años que viene empezando a pasar, pero le agrego que debe haber un poco de cada parte, la ciudad menos blanca y tal vez él mismo más blanco que años atrás, pero cuando recapacito sobre lo que he dicho, Maiguashca está sonriendo y hablamos más y más de otras cosas y sobre el tango y sobre mi bella compañera de esta noche y después ellos hablan de ese país de ciénagas, que no es Babahoyo, prolijo y ordenado, donde una vez hubo gente capaz de fusilar al escritor judío Jaromir Hladic puntualmente, ni un minuto antes ni un minuto después y bebemos cerveza y por un instante me parece que nosotros llegamos justo a tiempo, tal vez incluso en el justo instante que Dios le concedió al piadoso Hladic como un año para concretar su obra.
Me despediré entonces de Moisés Maiguashca tomándole un retrato junto a mi chauffetrice que lamentablemente saldrá movido, pero el maestro no se privará de darme un buen consejo: que recorra Ecuador, dice, que vea más, que el Ecuador no es sólo Babahoyo. Y yo me doy cuenta, al cabo de escuchar algo de su obra y charlar un rato, después de escuchar de él todas esas cosas, que ya ahí y aún desde antes, lo sospechaba.
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