Lunes, 12 de noviembre de 2012 | Hoy
Por Manuel Díaz
"...voy a oír, que es peor que hablar, peor como esfuerzo, no, peor no, lo mismo. [...] sabré que diga lo que diga el resultado será el mismo, que no me callaré nunca, que nunca tendré paz".
Samuel Barclay Beckett, L'Innomable
"El lenguaje es fascista no por lo que impide decir sino por lo que obliga a decir".
Roland Barthes
La tos convulsa me tiene aprisionado. Tanto tiempo aguantándola sólo por no interrumpir a quien esté hablando. Si aunque sea se callaran todos por un rato. Sólo por un rato. Podrían ir a dar un paseo, caminar por la calle a la madrugada. Dejarme solo. Siempre me gustó mi soledad, pero ante la sociedad siempre la disfracé con algún disfraz doloroso. Cuando, antes, era misántropo no tenía idea del error que cometía. Tardé tiempo en descubrir que el verdadero camino era ser misógino. Veo, a la desfiva. A la deriva, digo. Lenguaje, digo, prisionero. Quise decir: somos prisioneros del lenguaje. Eso que dicen, que escribir nos hace sentir libres, es mentira, la mentira más grande que pudo haberse dicho, la más deshonesta. La lengua nos mantiene siempre cautivos, nos moldea a su voluntad. Palabras. Todo lo que puedo (podemos) producir. Ternura, ¡falacia! Deidad, ¡agobio! Todo lo que nos corresponde es la tos convulsa. Todo lo que me corresponde es la tos convulsa. Mi madre se agita en su cama. Y yo toso. Esta tos convulsa que nos (me) mantiene ocupado durante veintinueve minutos, exactamente. Y que me ataca cada treinta minutos, exactamente. ¿Debería decirlo al revés, con el fin de lograr un mejor efecto? Allá vamos, entonces: Esta tos convulsa que me ataca cada treinta minutos, exactamente. Y que me mantiene ocupado durante veintinueve minutos, exactamente. Atrocidad, ¡Iglesia! Reflexión, ¡prohibida!
Estas cadenas lingüísticas son tan preciosas que temo romper cualquier eslabón que me libere. Pensar en la libertad, qué pérdida de tiempo. Casi tanto como tratar de recuperarlo (al tiempo, ¿no?) escribiendo siete libros. Asimismo, casi tanto como tratar de leerlos. La estupidez humana sólo es superable mediante la eliminación del pensamiento primogénito: Dios. Una palabra horrorosa, naturalmente. Como la gran mayoría de ellas. Preferiría no decir nada. No escribir nada. No leer nada. No entender nada. No saber nada. Pero para ello, como dabe, digo, cabe suponer, tendría que preferir no haber nadido, digo, nacido. Pues sí, lo habría preferido. La lengua (el órgano lengua, ¿verdad?) se traba a veces, a causa de, primero, la tos convulsa y, segundo, de la anestesia local. Mis prensamientos, digo, pensamientos se amontonan hasta vomitarlos todos juntos en un tiroteo verbal incomprensible para cualquiera que no habite mi mente, habitada por todos, corrompida por todos, exaltada por todos, por la multitud, más desordenada y aborrecible que la masa. Siempre desprecié la masa, pero la multitud me repele aún más. Finalmente hay quien me acusa de pesimista. Lo que es seguro es que los optimistas siempre me parecieron, sin excepción, una sarta de psicóticos. No quiero ver a ningún médico por mi tos convulsa. Imagino mi garganta completamente enrojecida y contrayéndose y distendiéndose y contrayéndose y distendiéndose con cada corriente de aire. Me genera un placer inenarrable. Por lo tanto no lo narraré. Jarrón, ¡espanto! Mosaico, ¡denso!
Mi boca está pudriéndose por dentro, la garganta es lo que arde, pero la lengua es lo que quema, pero las encías son las que sangran, pero las paletas son las que tiemblan, pero las muelas son las que ya perdí. Es mi propio goce autodestructivo. Mi boca, quiero decir. Cuando digo algo simplemente lo digo, y siempre lo digo de manera simplemente perfecta. A veces me trabo con los circuntaniales, sigo, digo, circunstanciales, pero eso no tiene la menor importancia. Siempre que quiero puedo ser perfectamente claro, puedo ser perfectamente sólido, puedo ser perfectamente comprensible, puedo ser perfecetamente, digo, perfectamente audible, y hasta agradable al oído. Aún siendo contradictorio todo aquello que digo. No sólo contradictorio con lo que hago, sino con lo que enuncié anteriormente, pero eso tampoco tiene la menor imporsancia, digo, importancia. La mayor parte de la gente no recuerda absolutamente nada. La mayor parte de la gente no piensa en absolutamente nada. La mayor parte de la gente no presta atención a absolutamente nada. La mayor parte de la gente no se sensibiliza ante absolutamente nada. La mayor parte de la gente no se enoja ante absolutamente nada. La mayor parte de la gente no elabora absolutamente nada. La mayor parte de la gente no escoge absolutamente nada. La mayor parte de la gente no disfruta absolutamente nada. En cambio yo sí. Yo (ésta, yo, es una de mis palabras favoritas) recuerdo la mayor parte de las cosas. Yo presto atención a los sangrados de mi cuerpo. Yo me sensibilizo ante las percepciones. Yo me enojo ante absolutamente nodo, digo, todo. Yo elaboro mi sufrimiento con infinita laboriosidad. Yo escojo que me duela algo distinto cada día. Yo disfruto con mi tos convulsa.
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