Viernes, 18 de octubre de 2013 | Hoy
Por Paul Citraro
Te mando un atrazo, Roberto. Así terminaba la carta que le mandé a Pappo. Quise escribir abrazo pero me salió atrazo. Sólo por eso me respondió. "Me mandás un atrazo: ¿a dónde? Pappo". Lo escribió con rojo debajo de la carta que yo le escribí. Sólo eso. La metió en un sobre y la mandó. Le importó un carajo lo que le decía. Que iba a ser uno de sus plomos pero no pude. Me accidenté y quedé en esta silla de mierda para siempre. Y me hice de la primera fila sin querer. Yo quería estar adentro; pala y espalda, en el costado viendo todo. Me metía uno de los pibes del barrio que cargaba desde la época de Blues local. Banda tirando bultos. El loco se curtió todo con el Carpo, lo de B.B.King, el palo que se dio en la ruta 9 con el auto, la tele, todo. Dice que Pappo es un tipo directo, de zapatos sin medias. Y dice que Pappo vio a dios después de meterse debajo de un camión con la coupé Fuego. A mí me dejó en el pasto pero igual seguí yendo.
Ahora el mundo es una lámina. Lo miro con otros ojos. Una vez, escuché que el mundo es para la gente normal. Y miráme, en esta silla de condena. Me importa un sorete seguir sentado. Que quede claro. Lo que yo vi, no lo vio nadie. Siempre estuve en el roce. El nunca lo supo. Ninguno sabe que el Carpo cuando daba un bocado, se tragaba el mundo. "No lo tomes a mal -me dijo esa noche-, pero ahora no te necesito. La madrugada se la dejo para los que caminan lento. Yo sigo, a todo volumen. Vos quedate ahí atrás fumando".
Escuchaste la letra que dice; "los hombres crearon dioses y también la gran ciudad". El tipo la tiraba, sin pensarla, era solo un comentario y quedaba una máxima, como Narosky. Dejaba flotando las palabras. A estrenar. El gancho del asunto es que las letras se repetían todo el tiempo y coincidían siempre con las mismas suelas. De eso me apiolé antes que el resto. Cuando batía alguna, te quedabas mirándolo como si recién lo conocieras.
¿Cómo sigue la letra? No me la acuerdo. Tengo un vacío mental enorme. Fue hace una bola tiempo.
En esa carta le escribí todo lo que tenía en la mochila. Que no tiene sentido jugar a la ruleta rusa. Que la angustia debe estar quieta si al final nos vamos a encontrar en la misma bolsa. No me dio calce, por eso bajó el cierre y dio el volantazo hasta el final, con lo del atrazo. Cada uno pone el dedo en el gatillo o en el acelerador.
¿Te diste cuenta de algo? Sin el Carpo, el mundo suena diferente. Es como un azote, pero en silencio. Me acuerdo de una vez que la yuta lo tenía al Carpo agarrado con las manos en la espalda. Fue en Gesell, con Pappo`s Blues. Parecía todo ensayado. Tuvimos un culo bárbaro, nosotros y el público, los ratis llegaron al final de los bises. Esa fue la primera vez que armó una banda con pretensiones serias. Eso decía. Duró solo un verano, igual que la canción de Favio. Llegó el rock elaborado y le quemó las ganas de seguirla. Ahí nomás colgó un tiempo largo la SG Special en la pieza de La Paternal y se metió de cabeza en la fosa, junto a los fierros.
Sabés, en la época de Los Abuelos, Jorgito Alvarez le decía "mostro, mostro". Jorgito lo entendió al dedillo.
El Carpo se cruzó todo; la manada de la esquina, los carros de asalto, el silencio político. Todo. Siempre cabeza de león. Armó Pappo Blues y se fue a Europa, a gritar solo en el desierto. Volvió hecho un Scania forrado en cuero y tachas. Caminaba por Florida y las viejas se cruzaban de surco. Imagináte, Garufa en pleno reviente de los 80. En esa época había varios que pelaban bien; Tommy Gubitsch, Pino, Star. El Carpo seguía curtiendo solo, con el mismo chicle en la muela. Aunque el rock ya se tomaba con sacarina.
Nadie podría imaginar cómo me acerqué a él. Me lo guardo. Casi todos los de la tropa (así le gustaba decir) andábamos anémicos y algunos ya escabiábamos de costado. Leones sueltos y a la vista, en cuerdas de nylon y el valvular caliente. Veníamos del margen, de afuera, como el lado que no se ve de los libros. Nadie nos miraba, todos en silencio atrás de la rueda. Para él, las razones estaban en el asfalto y el ripio. Y lo único que encontró fue su sombra. ¿Se entiende? Para un espíritu prendido fuego, tres tonos y un cuerpo es poco.
En la última vuelta, apareció el Corcho en medio de la desesperación y terminó siendo solo un espejismo. Qué querés que diga. La crudeza del mundo no entraba en una caja con celofán. A veces me dan ganas de pararme y cargarle un puñete cuando alguno me pide el último y dice; envolvelo para regalo.
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