rosario

Jueves, 21 de noviembre de 2013

CONTRATAPA › EL BOTE

El silencio de Rulfo

 Por Beatriz Vignoli

"Soy Rulfo. Me perdí". Todo un género, el cartel de animal extraviado en estilo primera persona mascoteril. Así que el perro negro responde al nombre de Rulfo...

O respondía.

En la foto, el perro está vivo. Todo está vivo en las fotos. Y todo, en las fotos, está muerto. Eso no es noticia. Las noticias son dos. La buena: encontré al perro. La mala: está muerto. Se las podría dar a quien sea que atienda el teléfono cuyo número está impreso en la foto. En la foto el perro, completamente negro salvo por lo pardo de los ojos, tiene el hocico al ras del césped y pone cara de bueno. Está echado, panza abajo, distendido, mimado. Mimado por quien sea que le haya sacado la foto. ¿Cómo no la vi antes? Estaba pegada en todos los postes. Una foto color, un buen papel. Cómo no la vi a tiempo, es decir, hace minutos, cuando el perro todavía vivía: el perro con pe minúscula ¿el mismo de la foto?, el que se desangra en el piso del bar. Tuvo una muerte horrible pero al menos fue rápido, como suele decirse en los velorios. Agendo el número. Llamo. Trato mientras tanto de no perder de vista al perro, o mejor dicho, a lo que queda de él. Que no lo tiren, que no se lo lleven. Me atiende el contestador.

"Recompensaré", dice la foto. Tengo que preguntar cuánto vale un perro muerto.

Vale el fin de la espera. Cuesta el asesinato de la ilusión de verlo reaparecer un buen día: una crueldad. ¿Para qué llamo? Para saber, para eso llamo.

Mando un mensaje. "Rulfo está en Entre Ríos esq. Saavedra". No aclaro que está muerto. No quiero desalentar la venida de quien sea que venga a buscarlo. ¿Quién será ese o esa capaz de ponerle 'Rulfo' a un perro todo negro y buenazo?

Buenazo hasta que atacó, claro. Le mordió la cara al encargado del bar. Fue ultimado de un tiro casi al instante. Es un bar peligroso. Pero por esa misma razón estamos bien defendidos. Todo depende de qué lado te toque estar. Así es el azar de las armas. "Rulfo está muerto, muerto de risa. Encima le tocó Malvinas. Para zafarse..."

--No era así la canción --dice ella.

Me molesta su voz, espesa y aniñada.

Ella es la dueña de Rulfo. Menuda, firme, toda una esposa: gafas oscuras, cartera Cartier, peinado impecable; perfume Fendi, piel de cama solar, edad indefinida y frenada en una eterna juventud. Las únicas huellas de la edad deben ser unas arrugas que el marco tapa. Elegante y vulgar: esa mezcla. Me mira de arriba abajo.

Claro, abajo está Rulfo.

Grita.

--¡Rulfo!

Ella se descompone, se agita, no mira, no quiere ver nada.

Al fin logra sentarse. Le pido un té. Lo toma. Se recupera.

Mira alrededor con asco, con desprecio, con horror. Su mirada dice lo mismo que ella dirá después con palabras: que este es un bar de perdedores, que ella siempre que se siente mal habla en inglés para que todo parezca una película, que si ella pudiera filmar una película sobre perdedores elegiría este lugar. Y: ¿qué hago yo acá?

--Losers --dictamina. Y sigue parloteando: "I always speak in English when I'm upset. It makes me feel as if I were in a film, as if everything around me was part of a film. If I was a filmmaker, I'd choose this place as a location to make a film about losers. It's perfect for that. Wouldn't you? What are you doing here? Who are you?

--Hello. My name is Elena.

--So here you are --gruñe y su boca se tuerce en una mueca.

--You killed my dog --sigue. --You stole my husband!

--Yo no maté a su perro. Y no sé quién es su marido.

--Cachorro. Soy la señora de Cachorro.

--Pero yo no se lo robé.

--¿Y entonces dónde está?

--No sé --digo mientras me acomete la sensación de hallarme, si no en una película, en una telenovela berreta. Pero en alguna parte de mi mente siempre lo supe: aquel perro negro que nos seguía, a Irazusta y a mí, tanto en la vigilia como en los sueños, era el perro del Perro. ¿Dónde estará Irazusta? No lo vi más. Desapareció tragado por la doble puerta de la ambulancia donde se llevaron hace un rato al encargado del bar. Se hizo responsable, se hizo cargo. Es médico y le hace bien saberlo, saber que puede hacer bien.

El mozo del bar se nos acerca. Le pago el té y lo mío. Me cobra también "lo del doctor": Irazusta se ha ido sin pagar.

--Señora, ¿el perro es suyo?

--Sí --responde ella, en perfecto castellano rioplatense.

--Bueno, entonces lléveselo de acá inmediatamente.

La ayudo a cargar a Rulfo a su Hummer. Antes pido el diario en el bar para ponerlo en el piso y no manchar de sangre el auto. Pero nada puede evitar que a ella se le peguen sangre y pelos en las uñas perfectamente manicuradas.

Todavía no sé cómo se llama. Ya lo sabré. Tenemos mucho que hablar.

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