Jueves, 21 de noviembre de 2013 | Hoy
PSICOLOGíA › TECNOLOGíA Y DEGRADACIóN
Por Sergio Zabalza*
"La ficción no es verdadera ni falsa" (Ricardo Piglia)
Resulta llamativo que en el siglo de la conectividad, las personas se aferren a instancias normativas tan sádicas como arbitrarias. El presente continuo al que nos somete el ciberespacio cumple con el diagnóstico que Walter Benjamin anunciaba en "El narrador". Esto es: degrada el lugar del relato de boca en boca, al tiempo que exacerba la expectativa de constatación que aporta la prueba. El resultado no es otro que seres inseguros, dependientes de la verdad que aporta el referente: sea éste la foto, la hora y el día del mensaje, el mail o el llamado, en definitiva: el dato que asegure que los dichos se corresponden con los hechos. De esta manera, el escamoteo del valor de la palabra genera una demanda de atención infinita. Tomemos por caso, los códigos e íconos que impone el ciberespacio.
El whatsapp es un programa gratuito de la telefonía celular que se distingue por la facilidad en el envío y recepción de mensajes, aunque no por su privacidad. El sistema deja ver si el destinatario está conectado y si recibió el mensaje, detalle que exacerba la expectativa de respuesta del emisor. Los desencuentros y amarguras suscitados entre los usuarios -las parejas, sobre todo- hicieron que días pasados la compañía responsable del servicio saliera a aclarar que el doble tilde, check, o tick en la pantalla, solo significa que el receptor ha recibido el mensaje, no que lo haya leído.
Cuestión que no aporta mucho, habida cuenta de que, en caso de verificarse que el usuario receptor está conectado (por más que la persona esté durmiendo), sigue en pie la torturante posibilidad de interrogarse: ¿por qué no lo ha leído?
Un video que circula en la web atestigua este delirante valor de verdad que se le atribuye al doble tilde. El corto muestra a una pareja que planea su viaje de vacaciones mientras comparten un trago en un bar. Todo parece transcurrir en un tono amoroso hasta que él le recuerda a ella un mensaje no respondido la noche anterior, cuyo breve texto rezaba: "Buenas noches, mi amor". Como si nada, ella le transmite que no lo ha recibido. El caballero insiste y como prueba menciona el doble tilde registrado en su celular junto con la hora de su último contacto.
De nada valen las palabras con que la dama intenta explicar que, a la hora del envío, ella ya estaba durmiendo. Ahora él insinúa la existencia de una tercera persona. La conversación queda entrampada en el círculo infernal de la demanda: un puro espejo de reproches que borra cualquier pliegue donde escabullirse del ansia de certeza.
Bien podríamos concluir que, a juzgar por el afán de seguridad del muy actual caballero, hoy el cinturón de castidad del medioevo son los códigos que impone el ciberespacio. No en vano, antes de que ella dé por terminada la cita --y la relación--, el macho clama: ¡el doble check es Dios!
Se trata de un claro ejemplo acerca de cómo la técnica expulsa ese acullico de palabras donde se refugia lo más íntimo, enigmático y femenino de una relación. No en vano, dice Lacan que "el amor no tiene nada que ver con la verdad". Saber todo del Otro es el certificado de defunción del amor.
*Psicoanalista. Publicado en El Sigma. El autor autoriza publicación.
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