Martes, 27 de junio de 2006 | Hoy
Por Miriam Cairo *
i.
Veinte días es mucho tiempo de duración para una caída, que en general, es proclive a durar unos segundos. Y todo tiene una razón de ser, caramba. De lo contrario, necesitaríamos víveres para ir cayendo, y bolsa de dormir y un techo donde pernoctar. Son cuestiones de sentido común, señorita. ¿Dónde se clavarían los vientos si se nos ocurriera llevar tienda de campaña? ¿De qué bosque sacaríamos leña para hacer la fogata? No, no, no, muchachita, tendrá que acostumbrarse a caer de golpe, como Dios manda.
ii.
Bebamos de este ron con sabor a hormigas rojas.
iii.
De acuerdo a una mujer china, cualquier begonia abandonada en un jardín pasará años llorando y deambulando sin moverse del lugar y sin soltar lágrima.
iv.
Yo no quiero que se diga de mí que fui la creadora de una estratagema para no perecer en un accidente callejero a causa del ron. No quiero que al salirme de mi propia piel pueda perderse mi esencia animal. Yo sólo trato de mostrar la hermosura del espanto.
v.
Me voy porque me espera la perdición del laberinto. Voy a tender una madeja de vacío enorme para perder la salida. ¿Acaso me vas a recordar? No faltará quien pregunte si podré comer mi propia carne inhumana cuando llegue la hora de la cena. No es fácil saberlo. Yo doy bocados que nunca terminan. Soy lo más cercano al apetito de un dios sin manos que lleva la cabeza al plato.
vi.
Cuando tenga hambre voy comerme el higo rojo de tu corazón.
vii.
No hagamos sólo una escritura ensimismada. Vos tocáte mientras yo escribo.¿Te sirvo otra copa de ron con sabor a hormigas rojas?
viii.
Es maravillosa la escalera que subo, pero tengo hambre ¿aquí no hay comedor? Si tuviera una fotografía tuya la guardaría en mi bolsillo. Si estuvieras desnudo en la fotografía yo no sé qué haría, ni cuántas veces lo haría. Tirada en el foyer, sentada en la escalera, cuántas veces haría lo que no sé.
ix.
Voy a comerme la noche cuando caiga.
x.
El ron con sabor a hormigas rojas desconoce el final. Abarca motivos pequeños y se deja beber en vasos vacíos. Deja abierta la falta de fundamentos, que es el más cierto de todos los enigmas. En el centro de su opulencia y su adicción, no hay más que huir de lo que es, en busca de lo que podría no ser.
xi.
Apago las lámparas y las sombras no garantizan oscuridad.
Mirá los ciegos cómo tejen mantas con hilos de inesperada visión.
xii.
(Por favor, sacáme de estas palabras. Dáme una copa de aquel ron con sabor a hormigas rojas que trajimos a estas páginas. Si, recuerdo que no hay más, pero bebámoslo igual porque la sed no entiende de palabras sino de gestos.)
xiii.
Cuando quieras te presto mis zancos para pasar por alto la necedad del mundo.
xiv.
No podría subir las escaleras sin caerme sobre el piso del foyer. No podría negar que basta mover un cuadro o correr una silla para que aparezca la abundancia de tu inflador en mi pecera.
xv.
Cierto que yo estaba perdida en un laberinto. En una escalera de caracol. En una casona abandonada. En un bosque. En un cementerio. En mi cuarto. Cierto que estoy perdida.
xvi.
Estos fragmentos carecen de lugar. Carecen de coordenadas. Carecen de aparato digestivo y de empleo. Son un acontecimiento inmóvil.
xvii.
La luz de esta tarde nunca había sido tan nítida. Claro, nunca antes había sido ésta la tarde, ni ésta su luz.
xviii.
Hasta que volvamos a comernos no te llenes los ojos de chispas y descensos. No preguntes qué hora es. No vayas al baño a hacerte gárgaras de limón y miel. No digas que la lluvia es brillante y cae mansamente.
Hasta que volvamos a comernos no trates de recordar los nombres que hemos inventado. No te excluyas del mundo. No te atragantes de secretos.
Hasta que volvamos a comernos no te quedes profundamente dormido. No llegues tarde al trabajo, no estaciones mal. Cuidá tu silueta, hasta que volvamos a comernos.
xix.
Me gusta ser precisa en mis imprecisiones. No recordar el minuto en que tu inflador me convirtió en agua derramada sobre la alfombra.
xx.
Esta noche se toma como si estuviera fría. Se mira, como si una parte del cuerpo colgara de la boca de un búho.
xxi.
El mapa de tu territorio muestra arrecifes y penínsulas bañados por aguas verdes. Una espesura de peces se asienta sobre tus rodillas. Puedo asignar nombres a tus fronteras. Puedo morder las algas de tus profundidades.
Hay un siempre azul en estas invenciones.
xxii.
En esta noche impronunciable, él aguarda la señal convenida para soltar el mundo de sus amarras. Las imágenes empiezan a resonar con una vibración erótica, como si la plenitud sexual se sirviera del alma.
xxiii.
Por falta de tesis, de género, de forma, estos escritos serán bien condenados. Su intención más revulsiva será conducir siempre a la penumbra. Sólo son aptos para acomodarse en los ojos veedores de los ciegos.
último
Tus manos abiertas entre las cosas, sobre las rodillas, al costado de las cavernas, en el origen de los pequeños sollozos. Cuando las guardes dentro de mí, voy a gestar un sueño que al nacer, tendrá tus ojos.
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