Sábado, 22 de marzo de 2014 | Hoy
Por Miriam Cairo
Lo digo mal.
A mi alrededor no queda clara la noche.
Las palabras en carne viva no son el alimento de los seres vivos.
Lo digo mal.
Completamente sola me he mirado el ombligo y me he reído.
Y me he condenado.
Me he visto reflejada en ese nudo. Metáfora del origen.
Pero la verdadera oscuridad no tiene nada que ver.
Los ojos cerrados no tienen nada que ver.
Y si además el centro del mundo se ha movido, no tiene nada que ver.
Lo digo mal.
Lo anulo.
Lo disipo.
A mi alrededor no queda clara la noche.
Para no restablecer ninguna coordenada salgo a buscarme sin catalejo.
Pero yo hago eso y mucho más para extraviarme.
Antes de que llegue la hora en que el verdugo me arranca la cabeza salgo a decirlo mal.
Y lo anulo.
Y lo disipo.
Lo que no escribo se agranda hasta cubrirlo todo.
Hay cosas que no se deben decir.
Cosas para enterrarse en el ombligo.
Hay lugar suficiente para enterrarse toda una vida en el ombligo.
Hay que procurarse un hundimiento lánguido y no evitarse caer bien al fondo de una misma, de uno mismo.
Decirlo mal es la mejor forma de decirlo.
Yo puedo ser tan débil como un imposible, por desgracia y por supuesto.
Y quién sabe por qué en el extremo tembloroso de los precipicios mis pequeños pies se alzaron como alas.
Otra cosa que digo mal, que no digo, es que mi corazón se pone negro cuando lo digo bien.
Cuando escribo poemas limpitos el corazón se me ensucia.
Se avergüenza de mí.
Me niega.
A quién me daría entonces?
Sin mi corazón, para quién escribo?
Salvo el impedimento de los frágiles, el mundo trabaja y la noche continúa.
Qué tiene que ver el odio con nosotros, conmigo?
Basta.
Esta misma sonrisa que me como, puede ser una explicación.
Vuelvo a decirlo mal.
Vuelvo a no decirlo.
Vuelvo a negarlo.
Por qué lo digo mal?
Por qué no lo digo?
Por qué lo anulo?
Lo anulo porque si lo digo limpito ensucio mi corazón.
Y me pierdo.
Cuando digo lo que dicen los demás, me pierdo.
Soy una certidumbre en sombras.
Cómo decirlo.
Hay que dudar de muchas cosas.
Allí están los dueños del mundo.
Todos conocen sus nombres.
Todos saben qué está bien y qué está mal.
Lo que está mal se pone de acuerdo con lo que está bien.
No hay cables sueltos.
La blancura no se percude.
El amor se hace de diez a once y el sexo es parte de lo que no digo.
Es todo lo que no digo.
Los dueños del mundo se sienten en paz cuando no digo.
Que la mujer no diga.
Que no se nombre.
Que no nombre su sexo.
Que no se le ocurra comerse a cucharadas su propio sexo porque los dueños del mundo cacarean.
Lo he dicho mal.
Lo he anulado.
Lo he disipado lentamente de la claridad, para ocultarlo.
Y me he reído.
Completamente sola he mirado mi ombligo y me he reído.
Y me he condenado.
Las palabras en carne viva no son el alimento de los seres vivos.
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