Martes, 22 de abril de 2014 | Hoy
Por Luisina Bourband
9:05 PM Junto cuatro pañales sucios del piso. Otro que asoma debajo de la cuna roja. Todavía se escuchan las voces de Mini Espías que salen del DVD. Por momentos el volumen funciona y a veces no, los botones empastados con algo que parece un dulce de leche algo añejado impiden el normal funcionamiento. El sesenta y seis por ciento de los niños está dormido, falta el treinta y tres.
9:10 PM Bajo mientras siento sonar mis rodillas. Tendría que ir a la kinesióloga, a su vez no podría respetar el régimen diario y horario al que te obligan para domesticar el sufrimiento óseo. La ropa sigue descolgada del tender arriba de la mesa. Abro la heladera. Puré mixto, bandejas aceitadas de verduras de la rotisería coreana. Puaj. Sin hambre pero arreglarme con un yogur sería suicidar el jirón del libido que me queda, estrangularlo. Y lo necesito para escribir. Porque cuando tenga el noventa y nueve coma nueve dormido (el número periódico siempre está marcando la posibilidad de que se despierten), ahí empieza mi día. De noche.
9:55 PM Me debato si tengo que extender mi día laboral haciendo las cosas de la casa, en lugar de ponerme a escribir, mientras lavo los platos. Para cuando me decidí ya brillan en el secaplatos. La posibilidad de que las hormigas tomen la cocina de noche puede más.
11:00 PM Un sándwich de salame después. Un capítulo más de lo que no tenía que leer: Construcción de la noche no sirve ni para dar clases, ni para escribir para el taller. Sólo abre un hipertexto más en mi vida. Ni hablar de los no abiertos que joden más por inconclusos, como ser todo Lacan, el epistolario de Freud y los clásicos literarios.
Me repiquetea el cantito de Dora la Exploradora. Coreo Arroz con leche, me quiero casar, en versión hippie (léase percusión, ropa de modal de vivos colores), que encontré en youtube intentando aquietar las afiebradas mentes infantiles. Llego a abrir la puerta para ir a jugar sin escalas. Cuento las tapas de los libros que estacionaron en mi pieza porque ya no queda lugar, las ordeno mentalmente por colores que van del transparente al negro, porque la biblioteca... Acordarme de llamar al carpintero para cambiarle el día.
Será que considero estado de excepción a lo que ya se ha instalado y tiene un prolífico futuro. Un chirlito y un besito, decía mi madre que le había dicho su madre. También mi madre dijo, cuando le pregunté si creer en Dios, vos creé por las dudas. Con lo que me falta analizar de mi madre me duermo.
2:58 AM Veo el reloj después de un largo período en el que quedé con tortícolis por dormirme amamantando. No recuerdo cuánto ni a quién.
4:02 AM Voy caminando por el sendero de una universidad madrileña, y piso una rama. En duermevela resulta ser el golpeteo sobre mi extremidad inferior derecha que hace el padre de las criaturas con su dedo gordo del pie, mientras arrulla a alguno. Cuando lo enfoco con dificultad me hace señas sordas para que comprenda algo, a lo que contesto: ya le dí, si, no, qué hora es, no por favor, ajá.
Mientras tanto sueño con una paciente que ha vuelto después de un tiempo. El consultorio está en mi casa, con unos sillones que siempre quise tener. Mi hijo más grande se mete por la ventana, abriendo unas persianitas como las de nueve semanas y media. También quiere entrar por la puerta y trato de impedirlo en una lucha cuerpo a cuerpo. Mi paciente se ríe. Mi propia risa es lo único que sale como testimonio de mi presencia y de mi ausencia de palabras.
5:42 AM Uno de los bebés se despierta como para correr una maratón. Gorjea como un gorrión practicando su futura voz. Bajo para evitar que la rueda de la fortuna empiece a girar desde tan temprano. Portando su inefable peso, su enorme vitalidad, sus ojos amorosos, mientras me crujen las rodillas. Pongo la pava, cambio el pañal. Sólo faltan dos horas para que llegue el hada madrina, nuestra imponderable empleada. Porque hoy sí, de hoy no pasa. Hoy escribo.
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