Martes, 22 de abril de 2014 | Hoy
Seguridad
En buena hora la presencia de las fuerzas nacionales de seguridad parece abrir un debate sobre los modos de intervención del Estado. En todo este tiempo, la norma había sido la violenta disputa entre bandas narcos en zonas liberadas de la ciudad, mientras buena parte de la dirigencia política local y provincial miraba desde afuera, un Estado que siempre llegaba tarde, cuando llegaba.
En primer lugar, la política de derrumbar búnkers de venta de drogas no es lo mismo si queda sólo en una foto para los medios, mientras la policía provincial después pasa como todas las semanas a cobrar la "cuota" a cambio de protección y liberar la zona, tal como sucedió hasta ahora. Que si forma parte de una estrategia que busca pacificar y disminuir los niveles de violencia, a través de una presencia permanente no represiva de las fuerzas de seguridad, bajo un rol de prevención y disuasión del delito.
Por más que el búnker sea el último eslabón en la cadena del narcotráfico, no hay que subestimarlo. Su proliferación en los barrios fue alterando la cotidianeidad, sembrando miedo, fragmentando el tejido social y clausurando el espacio público.
Los vecinos poco a poco se vieron encerrados en sus casas, casi sin poder estar en las veredas, entrando y saliendo a las corridas, esquivando balas, bajo el desamparo total del Estado.
El cierre efectivo del "kiosquito" es necesario para el desarme en los barrios, la recuperación y pacificación del territorio.
En segundo lugar, algo que venimos diciendo. Una política de seguridad pública no se agota en las propias fuerzas de seguridad.
Repensar de conjunto el Estado es la tarea imprescindible. Una nueva política de desarrollo urbano inclusiva, que no marche detrás de la especulación inmobiliaria; la recuperación del perfil productivo de la ciudad, a través de la promoción de las pequeñas y medianas empresas, y las economías populares, que permitan la integración laboral de los vecinos que hoy quedan afuera; y una política cultural pensada no como mero show y espectáculo, sino que habilite un sentido de pertenencia distinto de los más jóvenes a la ciudad y un horizonte de vida, son desafíos abiertos que hacen a una política de seguridad pública.
Las cartas están echadas y las posibilidades también. Del compromiso y el protagonismo de todos, hoy más que nunca, depende empezar a construir un presente distinto.
Sebastián Artola
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