Sábado, 19 de julio de 2014 | Hoy
Por Miriam Cairo
Dice que todavía no está lista para andar, medio ebria, medio loca entre los astros, aunque ya ha tenido sus visiones y ha enterrado el miedo en un puñado de polvo.
Recuerda que hasta hace poco tiempo la reconocían como la mujer desnuda en la playa, y antes, como la muchacha de los caballos, y más atrás como la niña que tocaba el piano. Ahora soy el oráculo de la boca cerrada, dice.
Yo recordaré siempre sus promesas: lo haremos juntas; yo te acompaño; voy a volver a caminar.
Por momentos sus gestos y sus palabras se van lejos, nos desamparan. Emigran los recuerdos con sus alas cargadas de semillas y nos quedamos mirando a través de la ventana mientras la soledad del mundo pasa por la calle en silla de ruedas.
Dice que toda la vida emplumó uno a uno sus pájaros y lo que dice comienza a rodar lentamente en el centro de la habitación, confundida de invocaciones. Todo se va arremolinando, todo va hacia adentro. Las paredes tiemblan. Algo gira y gira, sale a veces del centro, se estrella contra el pecho y vuelve al eje del huracán. Todo está hermosamente dado vuelta, todo nos hace pensar que nosotras somos los astros y entre medio de las dos da vuelta la memoria medio ebria, medio loca.
No termino de ordenar mi vida, dice, mientras toma con las dos manos su trozo de tiempo y se lo lleva a la boca. No lo puede tragar.
La salud es más avara de lo que se cree cuando se trata de sanar.
Un estado imposible.
La salud camina por su cuerpo como una mariposa sin alas hasta que un viento diminuto sale por su boca y la mariposa vuela hasta los pies de la cama, se hace gigante, mueve la cola, ladra en el lenguaje de las mariposas y se echa a dormir.
Que la noche caiga, una vez más. No me importa, dice. La miro mucho. Pienso que eso está bien. Que sólo es otra noche cayéndose. Y yo sé que voy a escribirlo como si ese fuera el principal favor que pudiera hacer por ella.
La cola de la mariposa cuelga desde la cama y por allí sube un aire dorado que le ilumina el rostro y los ojos se le abren como dos flores furiosas por vivir.
La salud está llena de fosforescencias.
Quisiera darle mis dedos para que escriba, que me dé sus brazos para que descanse. Quisiera darle mis piernas para que se vaya, que me dé las suyas.
Más recuerdos llegan con sus alas llenas de semillas a esa habitación que por momentos toma el aspecto de un hospital, pero también de un templo, pero también de un barco, pero también de un pájaro.
Sostener un cuerpo se convierte en una experiencia situada en el límite, la piel, un elemento transparente, estrecho, con frecuencia azulino.
El aire se impregna, no de dulzura sino de un analgésico olor a Colubiazol que alivia las llagas. Inmediatamente después nace la promesa del tequila acá, o entre los astros. Prometámoslo, dice. En cuanto termine de decir lo que me quema la boca.
La enfermedad no es la marca de un dolencia divina, susurra entre hilos medicamentosos. Ya que todas las cosas están en nosotros, y nosotros en todas las cosas, lo que me quede por decir será divulgado en el lado iluminado de las estrellas. No diré ahora lo que no quiero. Sabrán todos que no estoy obligada a decir lo que no quiero. Y lo que no quiero es parte de lo que no puedo. Todos los que andan sobre sus dos piernas y tragan saliva en vez de Colubiazol, tampoco hacen más de lo que pueden. Que no se sientan más sanos que yo. Que no se crean que van más lejos que yo, porque también tienen sus llagas y sus sillas de ruedas.
Dice esto.
Y lo dice en el lenguaje de las mariposas.
Luego cierra los ojos porque necesita regular la luz. Un pequeño arcoíris nace de una punta a la otra de la habitación, del templo, del navío, del pájaro. La mariposa mueve la cola entre dormida.
Curiosamente, una hemorragia dulce comienza a fluirme de la nariz y pierdo mi estructura de no convaleciente, y empieza a actuar una lógica impensada que une a la salud y la enfermedad. Buscamos algodones, taponamos fosas nasales, reímos, miramos las enormes gotas de sangre sobre la blusa blanca. La estratagema da resultado.
Púrpuramente descendemos a lo que llamamos el ungüento dorado de las canciones. Dejamos que ellas digan sus llagas mientras la sombra de Dios va y viene por la habitación, pergeñando su plan maestro. La mariposa lo sigue caminando sobre sus cuatro alas que nacieron en medio del alboroto por alguna delicada razón.
Cuando escribas todo esto, dice, no te olvides de decir que la mariposa que duerme a los pies de mi cama se llama Odín y que no es un perro ni un dios ni una mariposa. Es un lenguaje inventado para vos.
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