Martes, 25 de julio de 2006 | Hoy
Por Miriam Cairo *
Océano. Nada te impide naufragar. Acumulás energías y sos esclavo de tus propios excesos. Llamás. Llamás. Llamás. Llamás a alguien que acumula energías y es esclava de sus propios excesos.
Llamás a alguien indirecto como el sonido o el color. Llamás a un delirio camuflado de palabras. Llamás a alguien que atesora tus temblores.
Llamás a alguien que tiene la facultad de hacerse y de extinguirse suavemente en la dulce violencia de tus actos. Alguien que no trata de tomar tu vida en sus manos como si vos no pudieras con ella. Llamás porque es tu llamado el que te proyecta y el que te anima.
Transparencia. He sido íntima con vos. Me he desprendido en forma clara de la realidad y el espacio, como un poema que abarcara la inmensidad entera. Lo dicho y lo no dicho, ha ido desplazándose por diferentes escenarios, pero siempre has estado en el umbral de mi deseo.
El tiempo nos va llevando pero su ritmo no es parejo. Hay momentos en que se presenta fluido, momentos en los que se hace moroso, momentos en que se agota. El tiempo y el espacio son sólo dos retazos de la enorme sustancia que nos alimenta. Aunque el mundo gruña, aúlle, ladre, nuestra veracidad es una transparencia silenciosa y encandilada. ¿Acaso desde lejos no me has tocado? ¿Acaso sin hablar, no desgarré tu noche y tu vigilia?
Azote. Antes de conseguir una ruta de enlace entre la vida y su vida, la falible se extravió en pantanos anímicos y laberintos alucinados. Fue aplastada por muchas cosas. Estuvo a punto de perecer bajo el azote de la insensatez y la porfía. Así adquirió el hábito de hablar sola, para marcar distancia y no ser condescendiente con sus propios desatinos. Desde la infancia repite un sartal de poemas desmembrados con los que pretende armar una historia sin historia, un libro sin editorial, es decir, un silencio de nunca acabar.
Campanario. Qué fuertes son tus súplicas cuando te tengo amarrado al respaldo de la cama. Cómo vas perfeccionando el grito de la muerte, el grito de la suerte. Qué afortunada soy cuando tomo lo que tenías para darme. Qué fuerte hemos tañido las campanas hacia atrás.
Andamios. A veces noto que el sillón del mundo rueda contra la vida. Rueda contra mí. Mi vida y el mundo parecen dos antítesis simétricas.
En Rosario y San Petersburgo la gente se da cuenta de que el sillón del mundo no se detiene con igual estupor ante una amenaza de bomba o cuando te veo pasar con tus ojos cansados. La gente ve que el sillón del mundo trata de arrastrarme hacia vos, lejos de las explosiones y los malos entendidos. Y yo no me resisto. Me tenso y ruedo. Me multiplico en giros y golpes para entrar valerosamente en tu campo visual como si fuera a desactivar explosivos.
En Francia y Europa Central la gente se da cuenta de que todos los pasados no son iguales. De que algunos corazones lustrosos no tienen ascuas encendidas.
Aún en las Islas Canarias y en San Nicolás, las gentes saben que pienso en vos de cualquier manera. Para confesarme y mentir, trepo a la literatura por imprudentes andamios, me lanzo en triple mortal y no muero, y río.
Nervadura. Muchas veces él está habitado por tigres que encienden la luz en los bosques. Experimenta la molestia de sentirse otro. El gusto de sentirse otro.
Cuando las estrellas lanzan sus puñales de luz, él se naturaliza. Abre el ojo sideral. Sin alas osa elevarse. Sin branquias se sumerge. Él es el autor del desorden de mi vida. Yo no puedo menos que amarlo cuando lo veo tomar los hilos de la luna para tejer la nervadura de su propio corazón.
¿Desconocido? Esta misma noche, cuando vuelan los búhos y las sombras. Ésta, cuando estás escuchando una hermosísima canción. Cuando en algún lugar del mundo alguien recuerda un antiguo romance de condenados que aspiraban el perfume esperanzador de la huida. Cuando vos estás, magnífico y desconocido, con los ojos brillantes, mirando la luna sin esperar nada a cambio, guardando bajo los párpados el fastidio de los gestos vacíos. Esta noche, no es difícil encontrarte, saludando disimuladamente con la mano, haciendo pequeñas reverencias a la intimidad del silencio. No es difícil imaginarte de pie. No es difícil sentirte como un premonitorio gesto de bienvenida.
Esta noche, si alguno de los embriagados personajes de mis libros, volcara su cargazón de ansiedades y bravuras sobre este instante, me atrevería a detenerlo, mirándolo fijamente a los ojos, hasta que sus pupilas cambiaran de color.
Esta noche no es difícil imaginar la flor roja de tu corazón. Los dientes de lobo de tu corazón. Los graznidos de cría inocente de tu corazón. Te lo dije. Te advertí que iba a escribir sobre vos, y aquí está la promesa cumplida. Irreversible. Servicial como el espanto. Como un acto de magia que nos desaparece.
Encierro las luces en mi cuarto y salgo a la oscuridad. Al desesperado deseo de oscuridad. No sé si tu pie es ligero ni si las furibundas tempestades te intimidan, pero hay otras cosas que puedo imaginar. Tengo derecho a imaginar una abanicada sucesión de posibilidades. Tengo derecho a abanicar la sofocación de cada una de las posibilidades imaginadas. Y puedo aceptar mis errores como un premio a la desprejuiciada ignorancia.
También puedo posarme sobre tu hombro derecho porque esta misma noche, esta noche en que vuelan búhos y sombras, esta noche en que las luciérnagas alcanzan la cópula en un instante, tengo derecho a insistir sobre mis faltas. Esta es la noche en que yo me demuestro qué frágil es la realidad que me sostiene, y por lo mismo, qué generosa puede ser la vida.
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