Jueves, 2 de octubre de 2014 | Hoy
Por Luisina Bourband
Se escucha la puerta del patio, luego la baldosa floja que cede al paso. Tercero, la puerta de la cocina sin aceitar.
El clamor del barrio por el gol de Central lo recibe. Dejo prendida la tele sin sonido. Desde arriba adivino sus movimientos pensando si me hago la dormida. Si es que sube. Seguro está viendo la repetición de la jugada. Se tarda. Conversación telegráfica con su hija que gritó sola el gol.
Escucho la escalera. Me doy vuelta y me tapo. Hoy ya no vamos a hablar de lo que pasó anoche. Apago la tele.
Puerta del pasillo, siempre más ruidoso que yo.
Entra. Me doy vuelta. Hola. Mirada neutra. Cara de cansado. Me da cuatro besos cortos. No está tan enojado. O quisiera que pase.
--¿Cómo estás? --le digo.
--Bien, todo bien.
--Ajá.
Da la vuelta a la cama, saca la plata del bolsillo, la cuenta, la deja en la cajita de los gastos grandes.
--¿Querés comer algo?
--No, me duele la cabeza. Estoy un poco cansado.
--Ah, yo también, no paré en todo el día. Los chicos recién se duermen. Estaban re locos, no habían dormido en toda la tarde.
Amaga a sacarse la camisa pero no. Acciones inconexas.
--A ver, dónde dejé el teléfono. La puta madre, abajo.
Llegar, ir al baño, dejar la plata, poner el despertador, intentar dormir. A las siete de nuevo arriba.
Suenan los cohetes. Central le empató a Boca.
Prendo la tele. Russo camina entre la neblina de las bengalas. Plano inclinado. Cinematográfico. Qué bueno que está con esa camisa clarita.
--Qué cansado que estoy.
--Dale, vení que te toco la cabeza.
--Uff, bueno --con voz que afloja y arrastra. Voy a apagar todo abajo.
--Está María.
--Igual.
Baja, controla las ventanas, acomoda los platos. Como si lo viera. Ya sé lo que tarda en cada lugar. Ya sé que lavarse los dientes son dos minutos en contra de mis veinte segundos. Nunca se lava la cara, siempre se olvida el agua, siempre putea porque no encuentra el pijama. Reclamo solapado por lo que no hago. Mi marido anterior dormía desnudo y no se lavaba nada. Así le fue.
Se acuesta midiendo la distancia justa para que mi mano llegue a su cabeza.
La ecuación de la gloria es mano-cabeza-tele bajita.
--¿Cómo va el bebé con el antibiótico?
--Bien, lo tomó, está mejor.
--No hay que olvidarse de dárselo.
--No, León.
Cuando le digo el nombre se tensa un poco.
Le tiro los pelos de la nuca. Pienso en otras cosas ¿Cómo siempre tengo resto para tocarlo? Lo mío nunca es tan cansador, tanto trabajo, tantas cosas. Siempre me gana.
--Ay flaca, esto es mejor que el Valium. La caricia es el fondo de toda la humanidad. Es lo primero --lo dice lento.
Listo. Lo tengo. Está de regreso.
Se da vuelta y lo abrazo de atrás. El me deja.
Hablar del tema o acurrucarse en silencio. To be or not to be. Esa es la cuestión.
Pasa un rato largo. Respira como dormido, pero después se mueve.
--¿Sabés lo que me dijo Benjamín hoy?
--¿Qué?
--Hoy fue mi día de suerte porque Lucas no me molestó.
--...
--Le dijimos con Ceci que no tiene que depender de la suerte, que le conteste y listo. Ceci le dice que no tiene carácter.
Se ríe.
--Me pone mal verlo tan correcto, tan bueno, es igual a mi viejo. Dice que no le gusta contestarles cuando lo tratan mal.
--Esa es tu historia, no la de él.
--¡Pero es mi hijo!
--A Benjamín no le va a pasar nada porque tiene otro padre, Corina. Déjenlo tranquilo. Está bien lo que hace.
--No sé si se las va a poder arreglar. No quiero que sufra.
Me levanto, voy al baño. Me seco unas lágrimas que me salieron mientras camino por el pasillo. Tener un tema tan en común nos dispensa de entablar ese diálogo que nunca tuvimos. Su negación, la condición de nuestra supervivencia.
--Igual se divirtió mucho hoy porque jugó al fútbol con los amigos de María, que vinieron.
--¿Vino el novio?
--Sí, León, vino a comer.
--Viene cuando no estoy, el hijo de re mil puta. Te voy a cagar a trompadas.
--Es casualidad.
Nos reímos.
--Qué puta que sos --me dice, divertido. Pobre mi hija.
Nos reímos.
Me abraza de atrás, me tapa con la cobija, me aprieta fuerte. Es la contraseña. Ya se le pasó el cansancio. Me acerca su humanidad.
--A ver... ¿cómo era esto?
Y no hablamos, sin dejar de hablar.
Cuando me levanto a las seis para irme ya somos cuatro en la cama. Los miro dormir, acompasados, serenos, arropados. Mi pequeña gloria.
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