Miércoles, 26 de noviembre de 2014 | Hoy
Por Gualberto García
"El sol aún no había salido, pero había una maravillosa promesa de luz en el aire, y ni una nube en el cielo". Isak Dinesen.
Centígrados
La casilla de luz dio el tercer chispazo y las llaves ya no subían las térmicas. De pronto, todo oscuro. Sueño febril, fiebre confundida con sudor. Sudor simulando calor. Calor parecido al de cuando se hace ejercicio, y con el agitamiento de la nariz tapada, ese ejercicio suena a maratón, aunque puede ser huida. Definitivamente es escape; pero ¿de quién? Sueño, eso es. Porque no hay dolor físico, y este correr y correr debería causarme dolor físico, o cansancio. Sueño febril en el mismo nivel de trote. Me quedo parado, basta de correr. Es inútil correr sin ejercicio o huir sin amenaza. Prefiero un sueño verbal, ahí puedo dar pelea. Nadie me sigue, como para usar uno de mis verbosroca bajo la manga. Es curiosa la sensación de correr y no cansarse, pero más lo es la de parar de correr y que no haya fatiga. Lo único que perdura es el calor y el peso ineludible de la ropa como una prisión. El plan es esperar, en esta esquina, en este rincón. Quietud. Silencio perturbador. Un auto se acerca, escucho que paró pero tiene las luces apagadas y no se ve desde acá. Entonces debo estar huyendo; el trote debe haber sido por caminos a contramano. Lo que sigue es obvio: se acerca quien me persigue. La cara se me congela en esta esquina. Hasta esta suave brisa me hace temblar. Debe ser el miedo, porque en realidad el viento calma ese calor, ese fuego, esas ansias de correr para sentir el aire en la piel. La puerta del auto se cierra. Un nuevo chispazo, pero en este caso uno de esos que anuncia el regreso de la luz. El barrio empieza poco a poco a iluminarse y la persona del auto me alcanza: es mamá con la bolsa de la farmacia y un té con limón.
Relato sobre la hora de la siesta
El grupo peregrinaba a la hora de la siesta. No había paradas. La tierra prometida es prometida, si llega deja de existir. La música acompaña a los deambulantes, que por momentos van de la mano. No es una antigua tradición, es una cruzada de amistad. Terminará esta cruzada cuando el primero se canse de caminar, o cuando entre cántico y cántico se generen disputas que parezcan irreconciliables. Una marcha en favor de la amistad no implica que no exista la pelea, como el otoño no impide que exista el calor, o la realidad la virtualidad del círculo. Es amistad: ahí hay código y no existe el adiós. Una pelea de amigos. ¡Cuánta amistad! Te echo de casa, si no enfrentamos a la veraverdad. Bueno, los extremos no son buenos y en el arte de las relaciones los más escandalosos secretos, o sea los más tímidos, resultan ser los más descarados. Los ojos se inyectan de sangre. Las lágrimas que produce el viento durante la peregrinación, y el whisky, amo de los conjuros de amistad, ponen en la mira las rodillas del compañero de adelante. La cabeza gacha anticipa quién será el primero que deje de caminar. Alegría es la palabra más fiel al momento en el que el primero empieza a cojear en el ritual de la caminata y el canto. Las voces ya casi no tienen aliento para reír del ridículo que uno solo puede mostrar ante un amigo. El ridículo colectivo lanzado al aire. Sonrisas sin saliva, labios secos y piernas cansadas. El pacto se sella nuevamente. El aire es nube. Ya no quedan pensamientos, no resiste el músculo: cruzaron todo el pueblo y sólo quedó la amistad en sus cuerpos, la promesa de una tierra prometida.
Relato sobre la hora del té
El irreverente silencio de las tazas. La hora usual, la realidad facetada. Sonrisas inoportunas en la degustación del té. Notas florales en nariz y la nublada visión. Las palabras más tristes y severas. Hay una tentación de vivir o hablar u oler el té. El primer minuto de la ceremonia decide. El monstruo del tictac ya tomó las riendas y ese té, ese té... El aza gira cuando el líquido se acaba y sólo queda el aroma. El dedo anónimo no deja descansar la taza. Nervios de azas maltratadas huracanan las hebras del fondo. La lectura de las hojas del destino en la taza. La ruleta de la vida ante el espectador de los giros, el invitado. Ya no hay aroma, únicamente la lectura hipócrita de una sonrisa congelada que no pudo probar ni un sorbo.
Brownies
¿Dirías que si alguien encuentra la última carta que te mandé creería que soy depresivo? Ni sugieras un casi. ¿Sí o no? Ya conozco tus vueltas. No, no te considero tan diplomático, no te quiero decir vueltero. Preguntar por sí o por no es dejar afuera los posibles matices, y en el mundo de las sensaciones los rotundos extremos hablan en general de la locura de quien los transita. No te digo que estemos locos. Simplemente te pido que me des una aproximación rápida e instintiva. Y rápido no tiene por qué significar loco. Hablo del problema del gato, sí. Pero no quiero que parezca exagerado. Ni siquiera era mío, pero la cara de esa nena te juro que me partió el alma, no pude evitar asociarlo con eso que ya sabés. Bueno, con la muerte de Agatha, para qué te voy a andar con rodeos. Los ojitos de la nena en el pasillo, peinando una muñeca mientras llora. Todos, incluso el portero, esquivan ese pasillo y toman por la escalera de servicio para no cruzársela. Yo no haría nunca algo así. Eso, supongo, porque su puerta está frente a la mía. Ahora mismo esta egoísta autocompadecencia me hace patéticamente melancólico. Según el mandamiento de mi familia que claramente detalla: comerás hasta reventar para solventar las cosas que no puedes controlar, debería ponerme a cocinar brownies de esos que la gente cree que son caseros pero son de cajita, para llevarle a la nena la mitad y darme un atracón con el resto. ¡Qué sabia es mami! Sé que mientras estás leyendo al mismo tiempo me estás juzgando. Pero sí, ¡estoy triste! Pobre la nena, pero no es culpa de ella ni de su gato. Ni siquiera te atrevas a contestarme esto. Ya mismo te vas al súper y comprás todo para los brownies de cajita, yo consigo una película. Te necesito.
Viaje diurno
Hola. Te traje lápices de colores. Los compré en el colectivo. Sé que a cualquier lápiz le das uso. Lo último que me contaste fue hermoso. Seguí haciéndolo, es un don. Vi la foto grupal en un afiche de la calle. Te imaginaba desde el centro hacia la derecha, hacia donde lee el ojo, pero estabas bien donde estabas. Los otros parecían muñequitos a tu lado. Tu cara siempre tan natural. La casa huele a sahumerio de madreselva, qué bueno, gracias (vos sabés por qué). Hoy me bajé antes del colectivo. Me bajé una parada antes para pasar por lo de tu amigo, el muchacho del bar. Me tomé una cervecita y me vine. Buen tipo tu amigo, no me quiso cobrar. Las ocho cuadras que caminé hasta acá se me pasaron volando, creo que a medida que pasa el tiempo cada baldosa tiene un recuerdo. No reparo en todos ellos, no estoy tan loco, pero siempre me causan gracia las estadísticas del aumento de la nostalgia. Estoy envejeciendo. ¡Qué frase boba! La obviedad y las baldosas, qué camino más fácil. Creo que un camino de más de tres cuadras al ritmo de Vivaldi no puede tener clima frío. ¿Quién no siguió alguna vez el ritmo de su walkman para agilizar el paso? Espero que hayas leído las notas que te dejé esta mañana. Puedo encargarme yo si vos no podés, después lo hablamos, me voy a bañar. El colectivo tenía olor a transpiración.
Elipses
"Los sueños del exilio", un título que no quiero volver a usar. Hay algo en la realidad gravitacional que no me permite seguir el relato. Muchas veces dije que un título tan autodefinido y amplio acompañado de la idea clara de lo que uno quiere decir resuelve cualquier acertijo. Miento. El relato nunca para, porque el mundo sigue girando. Este título tuvo muchos relatos, de variados matices. Y fueron autodestruidos. No es inconformidad, es incomodidad. El exilio es verdad aunque sea inventado. Somos todos conocidos y todos extraños. La mentira más delicada es saber quién es uno. Claro, las aproximaciones, los hechos, en fin, la memoria es casi irrefutable, y los pequeños errores son desvíos de menor monta. Los sueños del exilio, concebidos como un estar en otro lado, con o sin transporte son rompecabezas de piezas que siempre encajan. Un extranjero en su país natal, un nativo en país extranjero. Dobles, triples, múltiples ciudadanías simultáneas en la cabeza de los soñadores. Constantes universales de la miel, las manos que cuentan nuestra historia y los fenómenos naturales sin fronteras. Los que están y los ansiados, porque de eso se trata el sueño, materiales realizados, reprimidos y deseados.
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