Sábado, 6 de diciembre de 2014 | Hoy
Por Miriam Cairo
Día Uno
Voy de aquí para allá. El jazmín parece un hombre. Me acerco. Es un hombre que se parece mucho a mi jazmín. El jazmín me nombra. El hombre gime. Conversamos. Arriba de la cabeza nos zumba un enjambre de constelaciones. Empiezan a tintinear las estrellas. Pasa Tristán Tzara en su bicicleta imaginaria. La noche se cose al bies. Dios sopla por sus narices el espanto de las soledades. Tristán Tzara pasa en su bicicleta imaginaria para adelante y para atrás. De pronto no me muevo. El jazmín abre la mano y me toma por la alborada.
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Día Dos
Después de mirar a lo lejos esa mujer que trae en sus formas a otra mujer, mi amiga dragona se esfuma con sus figuras en un callejón mal iluminado. Se pierde en el trazo de una línea, sin más, sin menos. Gira en los cristales de su imaginación y sale del caleidoscopio. Enciende un cigarrillo junto a la ventana. Me mira y hace una mueca. Vuelve al dibujo. Las facciones de la mujer son similares a ella misma pero con una mayor dosis de vacilación. En su mente se forma algo que en el cuadro puede ser un color. Las cortinas de la ventana permanecen descorridas. El viento entra en una única dirección, choca contra algo y se rompe en mil pedazos. Yo permanezco en la misma posición. Soy mi propio cuadro escribiendo el cuadro de mi amiga dragona que bebe grandes sorbos de gin o incertidumbre. Su respiración se traba en otras formas semihumanas y también en imperceptibles expansiones. Las noches en las que no sé a dónde ir sé dónde debo estar. Aquí. En los dibujos de mi amiga dragona. Oliendo su delicada destilación de óleo, sudor y gin.
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Día Tres
Hay un mar dentro del mar. Un sapo dentro de un príncipe. Un falo de rey bengalí en una botella. Una cucaracha dentro de una burbuja. Un náufrago en los mares de la luna. En el paraíso hay una virgen ungiendo su instrumento. Un repertorio de gatos en el piano sin artista. Hay una oreja cortada sobre un cuadro. Hay que andar despacio en la autopista. Hay un inmigrante en Budapest. Un profiláctico en la lengua. Un pez fuera del agua. Un adjetivo psicotrópico en el contestador. Un pez a las boqueadas. Una lágrima alcohólica en la almohada. Un pelo de dragón sobre las sábanas. Una bola de fuego entre muslo y muslo. Un epicentro en el origen de los epicentros. Una precipitación sublunar bajo la luna. Un lector reinando en su página.
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Día Cuatro
Una duerme con la cabeza apoyada sobre el hombro. Una lee con la cabeza apoyada en el arco y la lira. Una despierta con la cabeza en el cuello de una botella. Una avanza por una calle solitaria. Una que nunca ha fumado, tose y fuma pero no llora. Y eso no quiere decir que una sea irreal o que sólo exista como idea, sino que una usa la cabeza para escuchar el susurro donde nace la palabra que susurra. Y esto no quiere decir que una sólo exista como silencio, sino que la palabra existe porque una cree en su existencia.
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Día Cinco
En la esquina de Mendoza y Pueyrredón sube la mujer de pelo corto y se sienta en el primer asiento. En la esquina de Mendoza y Oroño, sube la misma mujer de pelo corto y abrigo color marrón que se sienta detrás de ella misma, cuando subió primero. En la esquina de Mendoza y España, sube la misma mujer con cabello corto, abrigo marrón y bufanda negra, que se sienta detrás de ella misma. En la esquina de Mendoza y Laprida sube la misma mujer de pelo corto, abrigo marrón, bufanda negra y bolso color suela que se sienta detrás de todas las anteriores veces que ella misma subió y se sentó. En la esquina de San Juan y Laprida desciende aquella mujer misma que subió en Mendoza y Pueyrredón. En San Juan y San Martín desciende la mujer misma que subió en Mendoza y Oroño. En San Juan y Sarmiento la mujer misma que nunca antes había subido pierde la K por unos pasos y la mujer que había subido en Mendoza y Laprida, sufre al verse a sí misma perdiendo el trole, porque si bien siempre ha tenido dificultades con su presencia física, nunca la ha sentido tan afuera del trole junto esas caras desconocidas en ese alineamiento mismo.
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Día Seis
No hay enigma más hermoso que este milagro detrás de mí. Sigo la pista de un beso no dado. No fue hace mucho sino ayer cuando los suspiros se elevaron y cayeron, cuando violé el recinto prohibido donde brillan los ojos de un animal terrible y divino.
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Día Siete
El hombre yace abstracto en el libro, con huesos ornamentales, con la boca moribunda mamando de las ubres de la noche hasta que lo nombro y se pone de pie. Pisa el mundo como pisan los ángeles las estrellas. Me nombra y me convierto en su animal arcángel.
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