Miércoles, 7 de enero de 2015 | Hoy
Por Gualberto García y Pablo Serr
Anthea:
¿Te preguntas por qué te dije que la anterior era la primera y última carta? Simplemente porque era una forma de engañarme. ¿Por qué me engañaría? Sabés que no tolero la dependencia. Prefiero pensar que escribo por gusto y cuando quiero. La verdad es que escribo una carta que no estoy seguro de querer enviarte. Por el momento, sólo escribo pensándote a vos y a Haydeé como mis interlocutoras. Seguramente, aunque te pida lo contrario, siempre le vas a contar todo a ella. Vos sos una mujer fuerte, pero ella no creo que merezca escuchar de este apócrifo galán que resulté ser... ¿Escuchás lo que escribo?
Algo extraño sucedió esta mañana: a un mes de mi llegada, me decidí por dedicar algunas horas a terminar de desempacar, aprovechando que no tenía las acuarelas suficientes para seguir trabajando. Entre las últimas cosas que saqué de la valija apareció una foto de Haydeé, vos y yo en las Cataratas. Tiempos de oro, gloria retratada, gloria engañosa. Vos no vivías tan amargada pensando en el peor por qué de las cosas y H siempre parecía estar tomando sol, no en pose, relajada.
Sabía que me ibas a atormentar con lo que te conté del cuervo. Créeme que después de tu carta hubiera querido destruir al muy (pero muy) hermoso pájaro. Esta carta la empecé queriendo decirte lo harto que estoy de tus reproches, de tus complejos con la apariencia exterior, que lo nuestro jamás tuvo que ver con mi falta de atención, que las pavadas que hablabas con Haydeé me generaban ira. Pero al final, lo primero que me salió fue decirte que te extraño. Soy un payaso adicto a la libre asociación, pero siempre con la verdad, lo malo y lo bueno (por lo visto no tengo intermedios). Por momentos me acuerdo de cuando vinieron a verme al hospital después del accidente, esas caras decían: yo escuchaba esas caras pensar el miedo de que muriera en la mitad de nuestro experimento, pero esas largas horas de amor se borran cuando pienso que te llevaste mis plantas para matarlas, tarea que debí asignarle a Hache. Algo debe haber, algo que no comprendo: ¡cuántas preguntas que tenés! Siempre tanta interrogación. No las contesto, lo siento. Menciono que lo siento, es así. Debe ser la sensación de quedar en falta si no lo digo. ¿Qué me respondés si te pregunto si me escuchás? Yo te voy a responder con la foto que te mando. No se nota mucho, pero es tela blanca, la tela de mis cortinas, una foto de la tela de mis cortinas blancas. Hoy a 10 km de aquí lanzaron un satélite al espacio y después del despegue la ciudad quedó sin luz. ¡El progreso nos dejó sin luz! Yo aprovecho a escribirte, siempre me dan ganas cuando sé que la oscuridad le va a poner fin a mi relato. Desde acá veo las cortinas de la foto, todo está quieto, hay mucha humedad, estoy transpirando el lápiz que escribe esta carta, las sombras de los pliegues de la tela son barras, son flechas, son una cárcel. Nadie sale a la calle cuando baja el sol, no es como allá.
Al final, esto que te escribo, o me escribo a mí mismo y te lo mando. Me lo mando, te digo todo, pero en mi interior creo que sólo yo escucho lo que leo. Por momentos creo que es horrible esto que pienso únicamente por escucharme escribirlo. Estoy cascarrabias, pero no seré nunca un zaino. Estoy solo, a diecisiete mil kilómetros de ustedes, y a pesar de que no sean mis amores las quiero y son de lo poco que tengo. Las estuve retratando toda la tarde de memoria, pero no podía pintar ningún cuadro sin lluvia. Salgo a caminar para olvidar, o quizás para captar la vida nueva. Sudo mucho de pronto, la humedad sumada a mi sedentarismo: me siento un pura sangre de la pintura cómoda e insensible. Estoy limitado a ser algo que no entiendo. Me acuerdo cuando de vuelta de aquella cena con Haydeé ella me dijo que era "pocho". ¿Sabés lo que significa eso? Ella me lo explicó (antes que digas algo te aclaro que no, no pretendo que contestes mis preguntas). Ser pocho sería algo parecido a mediocre, o mejor dicho, a la construcción de una imagen exterior o interior que no llega al ideal del proyecto que define la figura que se busca alcanzar y queda grotesco. Me pregunto por qué le dediqué tanto tiempo (una madrugada entera) a encontrar el motivo de recordar una palabra tan absurda. "¡Pocho!" sonaba en mi cabeza. No podía dejar pasar el momento de obsesión hasta darme cuenta de cómo hacer para pintar algo pocho y que no quedara pocho. ¡Uff! Me pone nervioso ver esa calamidad de la crítica chabacana escrita en este papel. Mezclé el color temblando, sentía gran responsabilidad por contar en el lienzo esta sensación de vivir en un mundo clasificado. Viví en esa tela, anoté en la cara de mis musas la inquisición crítica, nervios sin fuerzas de ser y una triste farola perdida en una ciudad cualquiera definió el momento. La figura eligió otra vez el lugar: la vida de una persona pocha perdida y olvidada de sí misma que se pasa una tarde cuestionando las preguntas. Esto que te escribo, y que intenta ser letra dura, es sólo para vos que me lees. ¿Escuchaste?
Castor
* * * *
Antes que nada: internaron a Haydeé. Hace ya una semana de esto. Por eso no te escribí hasta ahora. Porque estoy que ni dormir en mi propia cama puedo, de aquí para allá haciendo trámites y más trámites. Y con este calor. Odio mi vida, y más me odio a mí misma por ser así como soy, tan espantosamente culposa. Me vas a disculpar pero necesito hablar de mí. Con urgencia. Decirlo todo, aunque mal. No me importa decir nada bien porque yo no estoy bien. Tengo esta certeza ahora: el diablo me está observando, algo de mí lo intriga. Al menos adelgacé tres quilos ya. Como con Haydeé en el sanatorio. Como de su comida. Un bocado para ella, otro bocado para mí. Ella me mira y piensa, yo sé que es así, que soy una intrusa, porque en realidad te quiere a vos. Ella siempre te prefirió a vos. Y es que tu compañía no estorba, no molesta. En cambio, mi sola presencia perturba a la gente, sobre todo a la gente que quiero. A veces pienso que todo lo gorda que estoy se lo debo a la cantidad enorme de odio que siente por mí la gente que más me ha querido en mi vida. Me miro al espejo y, en silencio, me digo: no sos vos ésta, Anthea, eso que ves ahí no sos vos. Y cuando Haydeé me mira, sin decir palabra, porque no tiene fuerzas la pobre, veo que ni mi propia hermana me pudo querer. Nunca. Perdón por esto. Ahora estoy llorando y pienso que si te tuviera más cerca ahora te pediría perdón. Perdón. Perdón. Yo no pude conmigo, y vos lo sabés eso. No pudiste quererme pero sabés que no soy una mala mujer. Soy muy simple, y creo que es ése mi pecado peor. No se me puede perdonar ser a la vez tan simple y tan malvada, es un hecho. Cuando éramos jóvenes sacábamos fotos a los árboles, ¿te acordás?, y todos veían en los dibujos que delineaban las ramas en mis tomas cosas malas, figuras siniestras, malos augurios. En las tuyas todos celebrábamos la vida, el bien común. Me tengo miedo. Me tranquiliza saber que estás lejos. Por Haydeé no tenés que preocuparte. Ni siquiera pienses en ella. El dolor se me mezcla con el miedo. Siento mi cuerpo exangüe tendido en el umbral de la muerte. No hay posibilidad de que dé sola el paso que falta. Estar tan cerca del otro lado y no poder cruzar. Qué terrible castigo. Tu debilidad, decía siempre Haydeé, es tu fortaleza, Anthea. Y se estaba refiriendo a lo que ya te podés imaginar. Me pregunto si puedo decirlo. Me pregunto si es un error decirte que te extraño. Y no porque te quiera ver acá, condenado a cuidar de quien alguna vez te cocinó las comidas que más te gustan (¿allá tenés alguien que te cocine, o cómo es?; ¿dónde vivís exactamente?; ¿por qué siempre tengo que sacarte todo con tirabuzón, no sería más fácil contarnos las cosas sin mezquindad?). Estoy temblando. Temo el abandono del alma. Pero los sanatorios son una especie de paz entre tanta rotura. Cuerpos enfermos, almas que agonizan de vuelta a su primera juventud. Pero yo también alguna vez fui joven y quise morir. Se enreda, sufre el nudo, invicto, la caída firme del cuerpo; de otro miedo venimos cantando otra forma más de salvarnos. Es el alma de un árbol con todas sus raíces enfermas. Después de que te fuiste Haydeé empeoró considerablemente. No porque te hayas ido, naturalmente. Creo que su infelicidad radica en el hecho menos evidente, tal vez, de saberme infeliz a mí. Lloro y me río. Pero es la verdad. La observo atentamente mientras duerme. Quisiera tener la fortaleza suficiente para librarla de mí. Yo sé que no vamos a volver a verte, nunca más. Ella lo sabe también. Y yo sueño (despierta) con no volver a verte nunca. Pero ella va a pronunciar tu nombre dormida alguna vez, yo sé que es así. Adrede. Ella ya no quiere vivir para tener que verme y hablarme de opciones en las que ninguna de las dos cree realmente. Pero hoy me doy cuenta de lo cansada que estoy, con este miedo, este horror de mí misma que siento. Me veo en ese espejo que sos para mí, un espejo roto, saturado de partes duras bajo la piel, pedazos de cosas que son el dolor de lo que pudo haber sido y no fue. Agarro con asco la mano casi muerta de Haydeé y te pienso allá, tan lejos de las dos. Ahora el sueño de los tres se hizo realidad. Es una comodidad que incluso desde este dolor te comparto. Porque, aunque te parezca mentira, te escucho, sí, y no siempre con descanso del olvido oscuro. A veces te recuerdo, también juntos.
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