Domingo, 22 de febrero de 2015 | Hoy
CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA
Por Adrián Abonizio
*La vieja se manda al buche las pastillas y pregunta absorta: "¿Cómo saben donde ir cada una?". Yo la miro y le contestó algo técnico y doctoral que ella asiente sin entender. Yo tampoco entiendo mucho. Luego repregunta. "¿Porque llueve?". "Porque al campo le hace bien", contesto. "¡Ah, yo tenía campo cuando era chica, entonces me voy a curar!". Y sale en batón al agua, feliz con su Alzheimer y su risa.
*El calor es una reinado infame que se agolpa en las afueras de la ciudad y cuando entra destroza todo. En eso piensa, mientras tomando mate mira tras la ventana como un cortinado de lluvia desapacigua el territorio. Un hilito de agua insólitamente clara pasa junto a la vereda y de ella bebe una torcaza. Luego, toma un palito con el pico pero no convencida lo deja. Está armando su nido. Entonces el tipo asiste a un fotograma maravilloso: el pájaro encuentra un pucho y parece gustarle como armado de su hogar, por lo que el tipo antes cansado de lluvia, mareos y rutina se sorprende y se encuentra sonriendo frente a la imagen de un bicho portando en el pico tabaco en papel como si pitara mientras vuela hacia su árbol.
*"La llovizna es para los enamorados", "El amor es un paraguas para dos", "Con cada gota de lluvia el cielo llora de felicidad por nuestro amor", lee en una revista casual, manchada de hollín. Mira por la ventanita cancel de la sala de espera y odia a la humanidad, a esa literatura, a su soledad y al dolor de muelas que la está perforando.
*El agua revela quiénes somos: en la alcantarilla alcanza a divisar un papel de chocolate, un tampón, botellas plásticas, papeles de diario y un sin fin de coloridos papeluchos finales de la civilización bárbara. En eso está, en esa contemplación del abandono cuando un bocinazo lo sacude, pues se ha puesto, a filosofar frente a un semáforo y la gente enloquecida no soporta perder un segundo más frente al verde que les da paso y les asegura pertenecer a un territorio exangüe, mojado y sucio. Le llaman ciudad.
*"Que llueva, que llueva la vieja está en la cueva". Ya no se oyen estos cánticos de aquelarre desesperado y feliz por el torrente que lava, cura y barre. Recuerdo un cuadrito de Mafalda que cantaba esto hasta que se encontró con una mendiga bajo la lluvia. A él le pasa la mismo, pero en la zona sur: los carros tiran y sus jamelgos apaleados empujan para salir del torrente. Se detiene con el auto y le da una mano al moreno que no puede creer que un señor bajado del Audi esté pechando con él hasta que el caballo sale del barro, la mugre. Se va sin despedirse. Esa noche en la mesa familiar del pobre aquél comenzará a ser leyenda, mientras lo relatan.
*Hay un monstruo en la alcantarilla que barrunta su malhumor porque su cueva se está mojando. Hay un monstruo informe y ella lo sueña. Hasta que se despierta como muchas veces con las discusiones de sus padres, entonces, por prevención vuelve al monstruo, al que le teme menos.
*"Un niño fue tragado por la alcantarilla de calle 9 de julio", recuerda él. ¿O era para que no caminen en las calles inundadas?. Era como un pombero pero fluvial, piensa. Lo consulta con su mamá, afectada por una memoria oxidada. "El que se murió fuiste vos, hijo. ¡Pero ahora por suerte volviste, mi amor! A ver... contame como es allá", lo dice muy seria. "Hmm --resuelve el hijo--. No conviene, mamá... Siempre está lloviendo y nunca sale el sol". "Ay que feo lugar, mejor no ir ahí, mi amor. ¡Cuidate de volver, eh! ¡Cuidadito con irse!".
*"Cuando llueve puedo pensar", se encuentra ella pensando. Es un armisticio en medio de la guerra. Ve pasar la cascada que no acude raudamente hacia el interior de la tierra y hace que la zona de alcantarillas sea un lago untuoso y giratorio. Sabe que es la basura, las hojas, los desperdicios de esta especie humana lo que produce el agotamiento, pero eso ya no le imporrta ni tiene culpa alguna en pensar en techos miserables arrasados y gente evacuada. Es su único momento de paz en medio de su postración y su cableado, mientras mira el alto ventanal donde está confinada, sabiendo que va a morirse y que en un día de lluvia como hoy lo más conveniente es arrojarse a las aguas debajo, mientras sueña con el amor y la morfina.
*"La lluvia se ha puesto fría/ es febrero y es domingo/ ayer y anteayer el fuego/ me quemó hasta el apellido/ ¿Que venís a reparar /con tu balde de gotitas?/ se ha hecho tarde y llegaste/ cuando nadie te precisa". Ella lee en su librito violeta en el bar helado del mediodía. Afuera la gente se diseca de viento norte y lo que llueve es sol. El más puro y rabioso febo del verano. Está a salvo, feliz, sola, sin vacaciones ni corridas. La gente que la reconoce suspira un "pobre, anda leyendo solitaria por los bares. Se nota que debe tener problemas".
*La ruta a Córdoba se transforma de pronto y en plena noche en una postal de maldición bíblica: la lluvia que arrasa con vientos cruzados ha hecho despertar de su letargo a miles de ranitas del tamaño de una hoja. Cruzan el asfalto saltando y son apretadas por las ruedas, despanzurradas por los limpiaparabrisas, engullidas por camiones masacradores. Es una matanza ingenua en plena oscuridad: se siente pleno, pues es la única vez desde que dejó de ser niño que puede asesinar animalitos sin remordimientos. La lluvia, el bendito viento de las tormentas vuelve cualquier acto impune. "Es un daño colateral, como dicen los fabricantes de guerra al referirse a muertes civiles", se oye pensar. Cada ranita es un iraquí, un sirio infante. Detiene entonces el coche bajo un puente y espera que amaine la carnicería, la batalla por la obtención de la Nada. Una ranita lo mira tras el vidrio. El desvía la mirada.
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