Lunes, 23 de noviembre de 2015 | Hoy
Por Hernando Quagliardi
A la memoria de Levrero que hubiera leído a Modiano.
Hay una mujer mayor que se parece mucho a Lauren Bacall de grande. Fuma cigarrillos largos. Apaga uno en el cenicero y ya prende el otro. ¿A qué habrá dedicado su vida esta mujer? ¿Por qué me da la impresión de querer apurarla, ahora, sobre el final de sus días?
El Café parece una extensión del living de su casa. Son muchas las veces que la veo sola. Hoy se ha sentado a la mesa que está cerca del quiosco. Se acomoda el cabello corto, lo coloca detrás de una oreja.
La miro de tanto en tanto, cuando levanto la vista del libro.
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Hay una fotografía en blanco y negro, una dirección y un número telefónico. Todos los narradores de Patrick Modiano parten de cero en materia de recuerdo. Son amnésicos hasta que una circunstancia trivial, los estimula a recordar.
La memoria es el medio de lo vivido y no un instrumento de exploración del pasado, como decía Benjamin. Las múltiples imágenes de quien recuerda son épicas y rapsódicas, conforman un discurso que se lanza a las puertas del reino de los sueños.
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Otra dirección, en otro tiempo: "Carrasco 1452- Doctor Tropp", decía la tarjeta. Mi madre se aventuraba a tomar un taxi conmigo en esta ciudad que entonces nos era absolutamente desconocida. Llueve y las luces enturbian las ventanillas del coche. El viaje es largo. Ya no recuerdo cuál era la dolencia que los médicos no acertaban a curar. Recuerdo, eso sí, que se me cerraba la glotis.
En la estación de ómnibus, me había comprado una revista de historietas.
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Hay un hombre de pelo largo, ensortijado y blanco, que también viene siempre al Café y permanece solo. En la manía por inventarle historias a la gente hace rato que le asigné la profesión de pintor. Mira al vacío, toma un cortado, fuma. No hace otra cosa, no habla con nadie, se limita a estar allí como parte de un decorado de fantasmas, en la terraza cerrada del Café Newport.
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Todas las primaveras se parecen, se funden en el aire tiempos distintos. Divagamos en el anonimato de la gran ciudad llenando con nombres páginas de algún cuaderno y esa errancia convoca un acontecimiento que puede ser una tarde de lluvia o de sol.
El médico era bajo, calvo, de bigotes retintos. Colocaba dos pulgares sobre mi cuello para presionarme la garganta. Indagaba con una luz en mis ojos. Después trazaba líneas sobre esferas de cartón que parecían relojes o mandalas. Era la segunda vez que me topaba con relojes. Los había visto en las calles, en las plazas. Tenían una forma cuadrada con la propaganda de una gaseosa. Los habían colocado para el mundial.
Muy cartesianamente, las enfermedades están señaladas en el sentido de las agujas del reloj. Cuando los ojos se curan, dice un manual de iriología, se produce un movimiento contra-reloj. Entonces el iris cambia, apenas una mancha negra que vira al gris.
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La narrativa de Modiano no tiene consecuencias moralizantes. Se desliza entre varios centros de atención con puntos fijos en ninguna parte. Nunca se resuelven los ejes que el texto esparce a modo de trama y, si ésta se expande, ello se debe a los constantes saltos en el tiempo y a la privación de explicaciones.
Es un festín para los sentidos que algunos críticos, apegados a los embelecos de la razón, llaman magia o hipnosis. No reconocen que esos términos son una especie de jactancia y no sirven para explicar la serenidad de una prosa que avanza a medida que condiciona el discernimiento y apaga la voluntad.
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Los sábados me trae al Café la repetición de hábitos más o menos mecánicos que no requieren tener que reflexionar. Es por eso que estas personas ya forman parte del escenario de lectura de la ciudad. Estoy seguro que ellos se preguntan, igual que yo, si nos hemos visto antes, si sabemos algo del otro, si esta intersección del destino en la rutina del sábado tiene, además, algún otro sentido.
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Algo nos retenía en Rosario: un comercio cambiario que se hacía furtivamente. Yo creía que el doctor Tropp se encargaría también de ese trámite, pero no, tuvimos que trasladarnos hasta otra dirección, ya no me acuerdo cuál. Seguramente terminé de leer la revista y me dormí sobre la falda de mi madre.
He vuelto a la calle Carrasco pero está lejos de ser idéntica a la de aquél día. En mi recuerdo tiene una elegancia de avenida, un contorno verde de árboles en las veredas, esmerilado por la fugacidad de la lluvia.
Hay un efecto de estar viviendo "una segunda vida, más cautivadora que la otra, o sencillamente de estarla soñando". Leer a Modiano como un voyeur que ha suspendido la credencial de la memoria y se deja llevar por el mero placer o el deseo de contemplación.
No pude determinar el momento exacto en el que la mujer que se parece Lauren Bacall de grande, se levantó de su mesa. Indudablemente no debe hacer ni un minuto que ocurrió su deserción. Ahora mismo, mi pintor también se ha levantado y camina, pasa delante de mí, y busca la salida a la peatonal.
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