Domingo, 10 de septiembre de 2006 | Hoy
Por Luis Novaresio
Uno: Y entonces escuchaste.
"Bele si am buto a canté
Al compass 'd la chitarra,
A l'om ch'a lo sangrinara
Come passra solitaria
Con 'd cant a l`ha spatara".
Y vos sentado en el banco de madera largo para el público. Todavía está. En la sala de transmisión, una mesa larga, quizá sea la misma de ahora, dos micrófonos colados del techo y una carpeta en la que una locutora acomodaba sus papeles. No me acuerdo de su nombre. Pero te juro que podría reconocerla. El recuerdo de esos tiempos es fuerte. Mucho. Se ve que la fuerza de las raíces germina con convicción. Del otro lado de la sala, es que las radio de antes estaban pensadas para acompañar a los oyentes con mucha gente, un piano incluido y hasta espacio para un coro, del otro lado, te decía, otro micrófono suspendido desde el techo y un atril para que dos personas leyeran y gesticulasen con mayor amplitud. La mujer sólo lo miraba. El gaucho italiano recitaba. Bele si am buto a canté. Mi viejo se acercó a tu oreja y te tradujo: Aquí me pongo a cantar, al compás de la guitarra. El Martín Fierro en piamontés sonaba raro. Pero cercano. La radio, LT3. Una tarde de sábado. Audición piamontesa. Yo me lo acuerdo.
Dos: Leo a Mafalda. ¿Los rusos aman Rusia porque nacieron allí? ¿Los franceses aman Francia porque nacieron allí? ¿Los turcos porque nacieron en Turquía? Comodidad o patriotismo, se titularía la redacción, dice Mafalda. Un día te enojaste. Porque no entiendo, me dijiste, qué te puede unir a un lugar que no conocés. Encima es un papelón. Tus viejos te hablan todo el tiempo en dialecto y la gente se da vuelta para ver quiénes son esos desubicados. Porque, no me digas, son unos desubicados. Acá se habla castellano. No entiendo qué tienen que hacer tus viejos charlando como si nada, a los gritos, viste que los gringos hablan medio a los gritos, en dialecto. Y es medio ridículo. Te dicen "chitín"."Chit", te quiero decir, es chico. Me dicen chiquito. ¡Y que te digan chiquito!, me gritaste. ¡Chitin suena a Fiat 600!. "Lassa sté", me dijo tu viejo. Eso me dijiste también. Mi viejo, me contaste, se reía cuando vos te enojabas porque ellos hablaban en piamontés.
Yo nunca lo quise aprender. Corrección. Yo nunca lo quise hablar. Porque entenderlo, jugar con él en mi pensamiento silencioso, hasta el día de hoy, puedo hacerlo de corrido. Si mis viejos supieran que ellos me hablaban en gringo, yo les contestaba en castellano y simultáneamente lo pensaba en piamontés. La infancia era una tierra de vergüenza. Yo quería ser como los otros. Y los otros, claro, no hablaban diferente. Eran los tiempos en que tener la ciudadanía italiana no se entendía. Iba a faltar mucho para que vos fueras con tu reposera al Consulado de Italia para pasar la noche a la espera del turno deseado por tantos. Cuando vos y yo éramos pibes, ser italiano no nos sonaba como ahora.
Siempre supe el dialecto. Es que nunca, también, se olvida lo que es la música, el aroma a casa, que se cuela en tus sentidos desde que naciste. El abuelo Luis y a abuela María venían de Torino. De mi vieja, Livio y Francisca del Canavesano. Todos piamonteses. Su amor, su deseo por el nieto de los nonos que nunca llegaron a verlo, la pasión de los otros, los que sí te vieron a vos, nieto gringo, colorado, piel lechosa de las que explotan en pecas y ampollas del sol, se expresaba en su lengua. El idioma, estoy seguro, su sonido, su armonía, hace que vos seas de una forma o de otra. Y el piamontés suena distante pero permanente, lejano a primera vista pero seguro si de verdad lo conocés. Extraño que me digan "chittin".
Tres: El bagnat d`oli. Me parece que es eso. Yo me acuerdo que tu viejo llegaba de laburar a eso de las 4 y tu madre le tenía preparada una especie de taza con aceite y algo y verduras cortadas. Esperá que le consulto. ¿Y a vos qué bicho te picó?, se asombra tu vieja intrigada por la pregunta. Después te explico. Entonces: en una compoterita se pone aceite de oliva, aceto balsámico, sal y se revuelve con un tenedor. Y allí pasás el apio, alcaucil, cebolla cruda, tomate. Se come con pan. Es un antipasto. Pero ojo que hay cientos de antipastos en el Piemonte. Es nuestra especialidad. No tengo tiempo. Contame de la bagna cauda.
Hay que tener un recipiente de terracota. Porque en aluminio se pega. Se calculan tres anchoas en sal muera por persona. Hay que limpiarlas, por supuesto. Dos filetes por cada persona te quedan finalmente. Una cabeza de ajo por persona. Aceite de girasol. Se ponen en la cazuela de terracota el ajo, se cubre con aceite, pero que se cubra, eh, se pone a fuego muy pero muy lento. Que no se tueste. Porque si no, hay que tirarlo. Se va revolviendo hasta que se haga una crema. Con un tenedor se va aplastando el ajo. ¡Que ni se dore el ajo!. Se echan los filetes de anchoa. No los cortes ni los toques. Se deshacen solos. Luego se le agrega un paquete de 200 gramos de manteca de buena calidad. Generalmente en el momento de servirla, sobre el fuego se le agrega crema de leche, unos cuatrocientos gramos. Esto es como para diez personas. Se come con toda clase de verduras crudas: pimientos, apio, el blanco, hinojos, la parte de adentro, repollo blanco, lechuga de buena calidad, la blanca y cardo, la parte blanca también.
Todo bien, me dijiste. Pero yo he llegado a ver a los amigos de tus viejos "sopando" en la olla ravioles, tallarines, pan viejo y hasta alguno que ponía los dedos y se los chupaba. No te cuento el olor a ajo que queda en tu casa, en las sábanas, en la vida después de una bagna cauda.
El ajo es antiséptico y baja la presión, te digo.
Cuatro: No me acuerdo bien qué había en el primer piso. La entrada con piso de mármol conducía al bar. Creo. Una oficina a la derecha en donde Federico Giai siempre estaba leyendo olía a tabaco de pipa. Federico te insistía para que leyeras con él. Siempre te vas a acordar del nombre de este autor, te decía. Cuando conozcas Italia vas a ver que todas las ciudades tienen una plaza en su nombre. Acordarte: piazza Gramsci. Y hoy me acuerdo de él. Partisano que quería la democracia, padre y abuelo de tantos como tus viejos o los míos que vinieron a hacerse la América y se quedaron enamorados de esa tierra, amante temporaria, que no los dejó escapar de sus brazos. En esa casa, todos hablaban en piamontés. Fieul, fija, pare, mare, barba, magna, Madama. Como en tantos y tantos pueblos de acá cerca en donde el fuego asado criollo se atizaba en dialecto. Arequito, Berabevebú, Piamonte, claro.
Después, de la casa, me acuerdo de una escalera, un primer piso con sala y escenario. El conjunto folclórico que ensayaba con poco tiempo porque se viene la fiesta de los nonos piamonteses en la Sociedad Rural. El Mazzolin di fiori, y un señor de ojos transparentes que lucía ya, se miraba al espejo orgulloso, su sombrero alpino. Y el piano, claro. Laprida al 1300. Alguna vez habrá que rendirle homenaje a esos gringos a esos gallegos, por qué no, que supieron crear su tierra en la tierra adoptada, que pensaron en seguros mutuales, actividades culturales, sueños incumplidos.
Se cumplen ahora cincuenta años de la fundación de la Asociación Familia Piamontesa de Rosario. Te mando un libro, la recuerda. Para que hagas memoria y lo guardes en tu biblioteca. Y me gusta hacer memoria de ella. Y saludarla. Y celebrarla. Porque te celebro a vos. Y a mí. El programa de radio en Rosario hecho en dialecto, la bagna cauda, el acento afrancesado de su música, su vino Barbera, Barolo, sus montañas, su gente. Hacer memoria. Acaricia el libro en la biblioteca.
"Si me permiten la metáfora, una biblioteca es la mejor imitación posible de una mente divina, en la que todo el universo se ve y se comprende al mismo tiempo. Una persona capaz de almacenar en su mente la información proporcionada por una gran biblioteca emularía, en cierta forma, a la mente de Dios. Es decir, inventamos bibliotecas porque sabemos que carecemos de poderes divinos, pero hacemos todo lo posible por imitarlos". Y agrego. Inventamos esta memoria para poder imitarla. Lo dijo Umberto Eco. Piamontés también, claro.
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