Miércoles, 10 de febrero de 2016 | Hoy
Por Adrián Abonizio
Sr. Presidente, yo no lo voté y, créame, menos ahora a la luz de ciertos hechos consumados que Ud. ha propiciado, seguramente a pesar suyo, obligado por la presión de su entorno que ni me gusta nada, créame. Querría haber votado a Illia, pero me dijeron que ya no corría carrera alguna. Me da miedo su gabinete, le juro. Debe estar mal asesorado Ud., con todo respeto se lo digo. Cuídese. A Usted lo han engañado: le han dicho que sería todo más fácil y no le están respondiendo sus aliados. Este 8 de febrero es el día de su cumpleaños y por lo visto en las fotos la ha pasado Ud. muy bien: luce exultante junto a su querida Primera Dama y su hija Antonia, soplando velitas que claro, son de esas que nunca se apagan: como fuegos artificiales que sirven para encandilar y atontar dulcemente un rato hasta que la mecha se seca.
Sr. Presidente, me hubiese gustado acercarle un obsequio: un cenicero que aún conservo en madera de la sección Carpintería de la Primaria o una botella con caracoles incrustados que puede servir de base de lámpara, un disco de vinilo de Antonio Prieto, un cuadro de una tía mía donde se ve la grandeza de los bosques nativos y al fondo un ciervo en un atardecer sureño, o tal vez un banderín de su equipo que alguien dejó olvidado en las tribunas bosteras cuando el señor árbitro Ceballos les regaló, como una ofrenda de cumple anticipada, la final de la Copa Argentina. No, no nos duele. Son cosas del fútbol, ¿vió Sr. Presidente? Es que este deporte viril es como el mundo: están los países ricos y los pobres, los que mandan y nosotros que obedecemos, Sr. Presidente.
Le aviso, porque siempre hay gente mala que comenta. O lo asesora mal. Usted debe saberlo, alguien le debe advertir: el mundo es una jungla y no le van a hacer asco a la hora de mandarnos al fondo de la tabla. Ojo, Mauri (permítame llamarlo así) que le pueden hacer una mala jugada con los bonos, con los créditos, y usted confiadamente aceptar y después no hay reclamos. Es que a usted lo veo tan honesto y tranquilo, tan servicial y correcto, tan bien vestido y de buena familia, que es bueno siempre tener amigos que le ayuden y le adviertan del peligro.
Le comento que fui a verlo al Campo de la Gloria donde me dijeron iba a estar por el festejo de la batalla de San Lorenzo y como llovió tanto se suspendió. Yo iba con mi bandera argentina, mi pilotín al tono y mi remera de Messi, pero se suspendió. Alguien malintencionado --un vendedor ambulante-- sugirió que Usted, Sr. Presidente, arrastra algo funesto, mientras se agarraba desvergonzadamente las partes bajas y hacía cuernitos. "Por eso llovió", argumentaba. Yo le objeté aquello y me pegó un empujón que casi me hace caer en el barro.
Yo no lo quiero molestar e ignoro si esta carta le llegará hasta su trajinada mesa de trabajo. Aunque ha declarado que desde que es presidente tiene más tiempo para leer. Lo felicito. Es como yo: un jubilado que lo único que hace es ir a la hemeroteca y rastrear el pasado porque soy del pasado y tengo en él un dolor muy profundo.
Le quiero informar que hoy hace diez años se me murió mi amada esposa, la Kity, con quien conformamos una familia hermosa, que se vio aturdida por la faltante: la desaparición de nuestra adorada Marcela, embarazada de 6 meses, quien fue llevada en un retén, dicen, y detenida para luego ser absorbida por esa caldera diabólica como fue la represión de 1976. Usted era muy jovencito y nada tiene que ver. Le comento esto, no para amargarle el cumple ni nada que se le parezca, pero me encuentro muy mal de salud y muy triste para estas fechas. Para colmo nuestra hija desapareció el mismo día que su madre cumplía años y entonces, entiéndame, se me hace todo muy difícil.
Por ello es que le escribo Sr. Presidente: dado que usted en su campaña ha jurado hacer prevalecer los Derechos Humanos, desde mi más profunda ignorancia de lo que será la farragosa burocracia estatal le estoy solicitando si puede hacer algo, para averiguar, mover un poco la cosa, acerca del paradero de nuestro nieto, que ni las Madres de Plaza de Mayo en su gesta única aún han podido hacerlo. Así como Usted tiene a su amada Antonia en sus brazos, así me gustaría tener a mi nieto --me han jurado que fue un varoncito-- lo más pronto posible antes que la muerte me lleve. Porque es cierto, somos plumas en el aire, retamas en la corriente, sombras nada más.
Ahora lo dejo y le deseo un feliz cumpleaños, al lado de una familia hermosa. Usted que la tiene disfrútela, Mauri (permítame llamarlo así). Al lado de la foto soplando esas velitas de un nunca acabar se lo ve en el Carnaval de Jujuy, bailando entretenido. Qué bueno que un funcionario de tan alto rango haga esto mezclándose con el pueblo, Sr. Presidente.
Como última cosita me gustaría saber un detalle: en el Famoso Desentierro del Diablo que se hace para la ocasión, ¿a nadie se le ocurrió darle un empujoncito, en chiste al menos, para mantenerlo bajo tierra hasta el año que viene en que lo puedan desenterrar? Digo, para que esté protegido de todo mal y se guarde allí de los peligros que implica un mundo conflictivo ante un ser tan sensible como Usted.
Le mando un afectuoso saludo y espero oiga mi pedido.
Muchas gracias Mauri (permítame llamarlo así). Y recuerde ser feliz que la vida es breve.
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