Lunes, 7 de marzo de 2016 | Hoy
Por Víctor Maini
Una a una fui conociendo las supersticiones que viajaron con mi madre desde el medio del campo. El miedo en favor de la higiene me privaron de ver zapatos y sombreros sobre mesas, escobas barriendo durante las noches, roperos con sus puertas abiertas y mojados paraguas desplegados en habitaciones cerradas. Mi incondicional amor hacia las aves me obligó a salir en defensa de una lechuza insultada por la supersticiosa luego de que su áspero chillido rompiera el silencio de una noche cerrada. "¿Qué culpa tiene ese bicho de tener dicho canto?" "Los pájaros cantan de día, ese es un mensajero del diablo, un habitante del infierno, un acompañante de brujas en los aquelarres, su lúgubre graznido es una señal de muerte", me contestó, tan segura como asustada. Nunca supe si el objetivo de mi padre cuando reflexionaba en voz alta era el de enseñar, analizar la ingenuidad de su compañera -que en el fondo envidiaba- o acomodar sus pensamientos en público. "Cuando Hegel escribió, el búho de Minerva inicia su vuelo al caer el crepúsculo, tal vez estaba diciendo que la sabiduría sobre la vida incluía el misterio de la muerte, que el sabio ha perdido en parte la alegría que poseía en horas de pleno sol, que las aves cantoras ignoran el final... En palabras de Flaubert ser estúpido, egoísta y estar bien de salud, son las tres condiciones que se requieren para ser feliz, pero si nos falta la primera estamos perdidos. Todos dicen que la lechuza es pájaro de mal agüero, pero nunca escuché que la llamaran idiota". "El pájaro Tolosa es el único que silba por las noches", interrumpí con una infeliz ocurrencia, refiriéndome al vecino del último departamento de nuestro pasillo, quien todas las noches volvía alcoholizado a su guarida con un silbido tan triste como dulce entre sus labios. Mientras juntaba el encendedor, los cigarrillos y sus lentes, clara señal que se retiraba a su rincón de lectura, el filósofo se despidió con esta frase: "Pobre Tolosa, tiene el alma enredada en un alambre de púas". En los tiempos en que confundí la palabra amar con poseer, encerrar o controlar, llené de jaulas el patio. Cazaba, compraba y vendía animales que habían nacido en libertad. Intervenía en la creación obteniendo razas híbridas que cantaran solo para mí. A medida que barrotes invisibles de rutina, compromisos, responsabilidades me fueron asfixiando los fui devolviendo a la vida, desde donde los disfruto doblemente. Mientras trabajo en la calle una parte de mí está atento a las alturas. Puedo disfrutar sin desconcentrarme en absoluto de un coro de mixtos, un solo de calandria o de arduas discusiones de horneros. Me persigue un sueño repetido, una mariposa me pregunta en qué animal me gustaría convertirme por veinticuatro horas, mi respuesta es siempre la misma: "en un pájaro de vuelo bajo y canto propio". Suelo silbar durante el día melodías que surgen desde el recuerdo o repetir canciones que pasan insistentemente por la radio. Pero por las noches un silbido extraño e incontrolable se apodera de mí, me interpreta, me acompaña, me zamarrea. Mi pecho se convierte en una caja de música en donde mi alma, hecha un rodillo gira sobre su eje cual tronco con brotes de ilusiones, pasión, emociones. Al igual que remaches generan un sonido mágico al vibrar contra púas de penas de un alambre que me envuelve engendrando una melodía tan triste como la ausencia, tan dulce como el vino de la vida vivida.
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