Lunes, 18 de abril de 2016 | Hoy
Por Sonia Catela
Ella: ya, sacarla del medio, detener su locura.
Y cuando salga de su casa, apenas cruce la calle, ahora, arremeterla con el auto a toda marcha,
(Si la mujer es la que el 23 de noviembre de 1911 relee y alisa un papel que acuna sobre su falda, si se llama Julieta y acaba de votar para la renovación del Concejo Deliberante en la parroquia porteña de San Juan, ¿votar? ¿una mujer? ¿1911? sí, votar, ya que se empadronó enredando al empleado conque cumple los requisitos exigidos por la ley puesto que ella sabe leer y escribir, es ciudadana mayor de edad, pagó impuestos comunales por el mínimo requerido de100 pesos y ejerce una profesión liberal dentro del municipio donde se domicilia desde..., bla bla bla, así lo enredó, y con eso, primera argentina sufragando; dígase su fra gio a ritmo de marcha, su fra gio, ¿es que Julieta participa en manifestaciones? En muchas. Y en congresos subversivos, fundadora del Partido Feminista Nacional, por si fuera poco.)
Entonces, encender el motor, aguardar el momento preciso, dar marcha atrás y arrasarla.
(si Julieta Lanteri no sabe ocupar su lugar y consiguió meterse en la facultad de medicina y recibirse, imagínese, una señorita de veinte años manipulando testículos masculinos. Y para colmo, contrajo matrimonio y a los doce meses de casada inició el juicio de divorcio, y lo obtuvo, ella, divorcio), abominación, pararla pararla (oigan esto, hasta se presentó, a los 46 años en: "señor coronel, vengo a ponerme a disposición y que me incorporen al servicio militar obligatorio", "pero madame, véase", "me veo perfectamente", "digo, usted es mujer, eso no es posible", "exijo hablar con su superior", y de superior en superior y de cuartel en cuartel (con el inconcebible "exijo") llegó al despacho del propio ministro de Guerra de Yrigoyen con ese disparate, una dama pretendiendo mezclarse con machos en la conscripción, ¿pero, con qué insano propósito? conseguir la libreta de enrolamiento, sin la cual a partir de ahora no podrá meter otro voto. Pero, con su argucia busca la quinta pata al gato, y la halla. No puede votar pero sí que la voten. Logra que la Junta oficialice sus boletas, sean admitidos sus representantes, y se declaren válidos y se computen los votos que obtenga. Candidata a diputada, vergüenza nacional.
Y es ella la que en las elecciones de marzo de 1920, obtiene 1730 votos masculinos, entre tantos el del escritor Juan Manuel Gálvez quien confesó "como no quería votar a los conservadores ni a los radicales, preferí apoyar a 'la intrépida doctora Lanterí ¿Caben dudas?)
Se debe liquidar esta deshonra. Y cuánto nos hace esperar esta descarriada, no sale de su casa, como si supiera lo que le espera.
(Si ella inicia su campaña en las calles, hablando en las esquinas, e interfiere con sus discursos los intervalos en las proyecciones del cine, si avergüenza a la ciudad empapelándola con afiches y slogans: "En el parlamento una banca me espera, llévenme a ella". Si organiza simulacros de votación femenina, induciendo al mal camino a más de 4.000 porteñas participantes)
pararla, pararla
(Julieta Lanteri, sí, propone en la plataforma electoral de su partido Feminista nada menos que igualdad civil para los hijos legítimos y los conceptuados no legítimos, divorcio absoluto, sufragio universal para los dos sexos y otras inmoralidades Cansó a la Suprema Corte de Justicia con sus apelaciones, acude a los Tribunales como cualquier señora formal al mostrador de la confitería, e insiste en postularse, vea, en el '19 a diputada nacional, en el '20, otra vez el papelón y en este quiero y no puedo, a una banca de concejala aunque le rebotan el intento, en el '22, vuelta a la noria en las elecciones municipales y otro rechazo de sus boletas, en el '24, candidata a diputada nacional, hasta casi saca la misma cantidad de votos que Alfredo Palacios, si se consideran "votos" esos mamarrachos callejeros).
Quién la para.
Nosotros.
Ahí está. A poner en marcha el auto, pisotearla ida y vuelta, controlar su inmovilidad desde el retrovisor y acelerar hasta desaparecer.
Si la mujer se llama Julieta Lanteri y camina a las tres de la tarde por Diagonal Norte y Suipacha, verá cómo el automóvil que sube a la vereda la arrolla. Ya no podrá saber que se le parte el cráneo y la internan, que no pueden salvarla y se muere el 25 de febrero de 1932.
Tarea cumplida.
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(Julieta Lanteri nació en Italia en 1873 y llegó con su familia a Buenos Aires a los 6 años de edad, residiendo en el país durante toda su vida. Fue la quinta médica que se diplomó en Argentina. El 15 de julio de 1911, la Cámara Federal le extendió la carta de ciudadanía. En cuanto a su muerte, distintas investigaciones concluyen que se trató de un crimen. Julieta había denunciado la recepción de amenazas y en 1932 la represión política venía tanto de mano de las fuerzas regulares de la dictadura como del grupo paramilitar Legión Cívica. Las actas policiales sobre el supuesto accidente son ilegibles, en la comisaría, un vaso de agua cayó sobre el documento, borrándolo. Los expedientes judiciales han desaparecido. Se sabe que el chofer del automóvil pertenecía a la Legión. Todos los hechos descriptos en esta nota son reales).
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