Sábado, 23 de julio de 2016 | Hoy
Por Miriam Cairo
I
No sé si triunfaba o si se detenía para que la noche empinase. El ancho cáliz era el único pájaro mosca que, como forma automática, volvía de los horizontes para que no dejase de sufrir la realidad. Ni una costra del sueño era irreal.
Comparo nuestra originalidad incesantemente imprevisible con la utopía. II
Alguien no puede distinguir el pájaro del vuelo. Alguien rompe el vínculo con el discurso. Alguien habita la palabra mundo de un mundo que es mismo y otro. Alguien está contenida allí donde no hay nada contenido.
III
En realidad, la prueba es convertir la gota en río.
IV
Entonces, las palabras se sacan el sombrero negro, retozan sobre las hojas de hierba, practican la retórica del ron y se produce el alumbramiento. Algunos poemas nacen en silencio, otros con terrible alarido, otros, con un breve trueno, pero cada uno trae un pedacito de carne inmortal que lo anuda al viejo ombligo de la primera poesía.
V
A veces me preguntaba la palabra.
La gramática natural, tan importante.
Nunca barcas no serán sueño.
Una aspira a que el poema despierte otros fetos de madre desconocida.
VI
O pájaro. O como un destino que habiendo regido al alcohólico mundo no gira de nuevo a la izquierda. O sacude el primer quicio de una puerta cerca del confesionario. O fuimos así, uno vaciando, uno acumulando, uno donde olvidar lo triste, otro donde esperar todo, azules, esmeraldas.
VII
Ella dijo: que estalle su sombra deforme y le tiemblen los ojos opalinos del lenguaje. Las palabras son la dinámica de su imaginación.
VIII
La filosofía es tomar conciencia de los vicios de oscuridad, y yo acaso quedo absorta como el absurdo o la necesidad de un primer soliloquio. Pienso si se habría podido nunca otorgarle realidad a todo lo posible cuando una supuesta predestinación del objetivo deseable me basta. Pero será, ésta, la última azucena nombrada previamente, sobresaltadamente.
IX
Por un instante escucho la voz de mis mitades transparentes y otros poemas se alzan con sus sílabas irisadas, con sus velas y sus mástiles zozobrando en una ola que se rompe para siempre. A veces, se me acercan poemas mínimos y traslúcidos cómo ángeles de cebolla que empujan con la punta del pie un montoncito de palabras.
X
A solas, las medidas geométricas sugieren irónicamente que a causa de un amor morboso, más bajo control, más mismo sitio, en el momento en que se abre algo semejante al cuerpo, las entrañas parecen agotadas.
XI
Tengo un solo instante para que también, cada cual, con ternura pueda llorar la costumbre de algo empalmado y caliente. Los vivientes iluminados, por formas creadas, tan grandes como la vida, perdieron el flujo del yo y los colores despliegan un sueño donde hubo una intimidad plena.
XII
Alguien corre tras la costura del macho las extremidades y frutas, o las contingencias de la contemplación. Nada dice el hombre. No ven, dice ella, que no podés más de una vez. El sol de una manera indefinida vuelve a su cucha hasta que otros adhieren, andando atenuadas cuentas, y negro sobre blanco se lava el mundo.
XIII
No es crucial dilucidar si los pensamientos que salen de su alma proceden del cuerpo o viceversa. Si se deja caer en el abismo o en la esperanza. Si tiene nombre o si tiene dedos o si tiene hambre. Digamos que apenas es la rueda que se mueve por sí misma, la antorcha que se enciende con la palabra fuego, la niña que se convierte en perro, el perro que se convierte en ángel, el ángel que dice no.
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