Martes, 26 de julio de 2016 | Hoy
Por Sonia Catela
No maúllan, no ladran, mugen ni relinchan; perseguimos otra categoría de animales. Nos llevará tres días olfatearlos, rastrear sus cuevas y cobijos en esta cacería que empieza hoy, 11 de julio. Planificamos los equipos que requiere la batida, sus estrategias y armamentos, completándolos con fuertes redes de pesca, cebos y jaulas. La excitación nos afiebra; este plan quita el aliento, atraparlos, agarrarlos, muchos, rápido, ya. Motor acelerado, salir.
Aparece el primero, descubierto por Cepeda: "Detrás de ese árbol, el blanco se halla tirado en el césped, entre el follaje, ¿lo ven? Rápido, acaba de advertir nuestra presencia". Nuestro hombre nos apremia, se asoma por la ventanilla, puerta de la camioneta que abre, sargento arrojándose del móvil para cumplir con su deber y capturar la presa.
Bravo y arrojado; uno de los nuestros.
"Listo" grita Cepeda y salta sobre la caza, "despertate" le ordena a esos ojos sin sendero.
El detenido intenta entender, escaparse, lo enlazamos y que quede amarrado. Cepeda hace la venia, "con gusto obedezco, comandante" y lo arrastra de los pelos hasta el acoplado.
Mientras lo patea, Giménez cacarea triunfantes graznidos, mete mano en la mochila, saca un huevo duro de su vianda y se lo incrusta al vencido en el ano. Rebuscamos en nuestras comidas, juntamos dos o tres más, y adentro. "Ahora date el gusto, y ponelos, gallina".
No debe escapar una sola de esas armazones de huesos destartalados, caretas velludas y palabras extraviadas en inciertos parajes, los que sobrevuelan la realidad sin poder aterrizar en ella, trofeos que habitan oscuros planetas de la locura. Como el viejo que balbucea imputaciones: "ángeles maléficos", nos califica, a lo que se le responde "trágate esta hostia y la sangre de dios", y le abrimos la boca donde Cepeda vierte su orina.
--Arriba, arriba, subí. -Se procede, a empujones adentro del camión, enlazándolo a los demás de la manada, muñeca con muñeca.
Un respiro, abrimos una botella, brindamos. Copas alzadas: --por el general Bussi. -Lo vitoreamos.
Durante la entera jornada prosigue la cacería batiendo sus escondrijos desparramados por nuestra ciudad de Tucumán; ratas que contaminan con sus pestes, y es tal razón higiénica la que impulsa esta limpieza ambiental.
A las cinco de la tarde, nos detenemos. -¿Cuántos llevamos alzados, Cepeda?
--Siete, señor.
--Demasiado pocos.
Debajo de aquel pórtico, en el umbral se esconde otro, a la carga,
el barbudo tampoco se resiste, ninguno lo hace más allá de esa mirada que desconoce, que se halla en otra calle y en otro tiempo, osamentas que se tambalean, apenas hablan, se babean y musitan disparates, perdidos en su purgatorio,
Este alza una escupidera plástica y mete la cabeza dentro. A bastonazos se la reventamos y lo volvemos a la luz.
Recorremos callejas tras sus escondrijos/nidos en pórticos de iglesias, entradas de hospitales, plazas, casas en ruinas.
Pero el último de este anochecer se resiste, nos escupe en la cara, y, en mi caso, me salpica la mejilla con su serie de secreciones bucales, ráfaga de metralla a la que devuelvo una batida de garrotazos en los labios que lo tumban pero no terminan de detener los insultos, así que ahí apunto, y a palazos cierro el interruptor de sus improperios. Se chupa la sangre de la boca, esa cosa parlante desquiciada.
Concluimos por el día de la fecha. Los estuvimos llevando de a tandas a la Comisaría 11. Antes de entrarlos, les damos alguna leccioncita de comportamiento, y al llegar a casa, los bañamos a manguerazos. Con los otros grupos de expurgación en la tercera jornada contabilizamos veinticinco ratas. El general Bussi ha dado instrucciones precisas: sacar la escoria de Tucumán.
Sacarla. Exportarla. Desterrarla.
14 de julio de 1977. Partimos en dos unidades móviles hacia Catamarca, atravesamos el límite fronterizo y descargamos estos desechos del purgatorio en un cerro. Mendigos. Que la intemperie se encargue de ellos.
Y se encargará, como luego verificaremos al emitir nuestro informe. "Tarea ejecutada con éxito" se consignará con la satisfacción de haber cumplido con el deber tal como la Patria nos lo manda.
*El operativo de razzia y expulsión que se relata, se llevó a cabo durante tres días según lo ordenado por el general Antonio Domingo Bussi, gobernador de Tucumán, en las fechas señaladas de julio de 1977.
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