Jueves, 4 de agosto de 2016 | Hoy
Por Pablo Bilsky (desde Las Vegas, EE.UU.)
París, cementerio de Montparnasse. La tumba de Cortázar, la de carita sonriente, no aparece. Huye. Se pone a salvo de turistas necro-literarios. Me encuentro con la de Susan Sontag. Tiene una pequeña macetita con flores rojas. El viento frío que surge del cielo invernal, bajo, plomizo, de la oscura ciudad luz, la derribó. La enderezo. Grave error. Así empezó el quilombo. Un homenaje a Susan, pensé. Y recordé sus reflexiones sobre lo camp. "Énfasis en la ostentosidad y la exageración, atrae y ofende, es bello y horrible", me explica Susan. Se escuchan pasos entre las tumbas y un fru-frú de telas satinadas. "Mejor comprate Notas sobre lo camp y dejá de garronearle a los finados. Rajá turrito, rajá, que lo camp viene hacia vos", me dijo. Batman, el de la serie de televisión con Adam West, apareció entre las tumbas. Con Robin. "Yo soy la explicación", dijo. "Santo acomodaflores, Batman", agregó el joven maravilla. Me corren. De pronto hace calor. De pronto un sol severo, de desierto. Atravieso luces de neón, led, láser, de queroseno, de lámparas de aceite Moby Dick. VIP, out, sale, puff, PH, off, Full HD. Atravieso todas las formas lumínicas inventadas y por inventar. Túneles de vidrio, pasadizos, escaleras mecánicas y de las otras, cintas transportadoras fordistas. Pantallas como cordilleras y fosas abisales. Peces diodos. Me persiguen Batman, Robin, crupiés, una masa infinita de gente disfrazada de turistas feroces o caldo de feroces turistas. Atravieso carteles con mensajes indescifrables, en cripto-inglés, en arameo moderno. Un laberinto de cosas y personas felices, abrumadas, sudando la fritanga de los plásticos bravos. La gente corre atada a tubos de acrílico con veinte galones de margarita, o algo así, no sé nada de flores, y menos cuando me persiguen, no eran margaritas las flores de la tumba de Susan. Sí, oficial, es una bebida. Y también me corre gente adosada a tanques de daiquiri, de siete o nueve metros, que son rellenados en forma permanente a través de drones-tanque de la compañía Rifild 24/7. Yo creo que fue el humo del habano de un granjero de Vietnam que jugaba black jack el que me dio en la cara y me endrogó y me puso duro y loco como la capota del encapotado que me corre y no me da tregua. Atravieso casinos y shoppings infinitos, música, máquinas que comen y vomitan dinero, restaurantes mongoles de San Juan. Veo la luz, me encomiendo a Víctor Sueiro, pero es la luz de fuego, las calles arden, el aire es fuego líquido de respirar, como una merca de brasas. "¿Dónde estoy?", grito. "Vegas", contesta al unísono el dúo dinámico, cada vez más cerca. Shoppings con cielos artificiales que producen tormentas sobre ciudades de Medio Oriente de cartón. Etéreos glúteos revolotean por el aire, como hojas de otoño. Un bebé Trump que mataría de un susto a Chucky. Hamburguesas como edificios de diez pisos, quesadilla, tacos, mares de papas fritas, con patas y colitas de chancho. Joseph Widham murió ahogado en un océano de ketchup y cátchup cuando una gran vaca-sachet estalló, entregada a un ritual auto-erótico. Jennifer Lopéz, con tilde en la e emerge, como la primavera de Botticelli, desde un arrepollado telón de carnecitas blandas, perianales, blanqueadas artificialmente. "Todo lo que tengo", dice. Aparecen Olivia Newton John y Britney Spears, todas del tamaño de hoteles de cuarenta pisos. Y el cadáver podrido de Frank Sinatra las persigue, caza y preña. Dan a luz luz, y una cesta de popcorn Garret, estilo Chicago. Club Tatoo. Vitality. Agora. The art of saving. Un tipo musculoso hace poncho de su expandido pezón y, como gaucho sotreta, intenta sofocarme. Zafo como torazo en rodeo ajeno y corro. Paso por Nueva York, Venecia, Luxor, La isla del tesoro, el palacio de Julio César, Excalibur. Túneles y trenes y valets en medio del desierto afanado a los mexicanos. "Vegas, bobito, desierto de Mojave. Corre que te pillo, corre que te agarro", me advierten Batman, Robin, un granjero de Jordania, David Copperfield, La Negra Bozán, Pepitito Marrone, cheee del fuego mojave y del furor. Las temporadas completas de la telenovela Carmiña con todo el elenco, comandado con mano de hierro por una María de los Ángeles Medrano que es a la vez el dorado edificio Trump y dos chongos desnudos chippendale y la chozna del Manco de Lepanto. "Que los mojave recuperen sus tierras y que terminen con esta anomalía de luz", grito. Y les arrojo facones hechos con tarjetas con fotos de chicas. Lory 702-802-3840, 150 dólares, servicio completo. Visa y Mastercard, con facturación discreta. Wendy 702-462-5074, 49 dólares, especial. Lani 702-629-3930, 99 dólares sin recargos ocultos. Missy 702-586-9290, 99 dólares. "Santa lluvia de tetas, Batman", dice Robin. Vienen los mojave, y Pancho Villa, y les arrojan habas, maíz y calabazas convertidos en guerreros y plantas suculentas. Pero nada ni nadie los puede detener, y corro y escapo y huyo pero este laberinto no tiene en su centro el sentido. Minotauro es aquí un cochinillo mamón de cinco dólares. Y Ariadna se saca fotos desnuda, con turistas que se quieren hacer los machos vivos por diez dólares. Llego a la calle Fremont nadando en una mar océana hecha de autos que gritan y putean. Fremont es como manducarse tres secantes, de los grandes, de escuela de antes, impregnados con LSD adulterado con Sampedro, sangre de pato Ponto y hostias locas de las monjitas a go-go de López. La gente vuela, atada con alambre, bajo el techo de luces, la gente grita y hay desnudos y desnudas y yacientes y hambrientos y cadáveres, cadáveres Perlongher, todo es un alarido de luz que brama y grasa humana frita, fichas de casino y salchichas. Batman y Robin, botones vigilantes, mantienen las luces encendidas, sostienen esta mancha de grasa refulgente que la mafia parió en medio del desierto. Cincuenta grados robados a los mexicanos, que venga Pancho Villa. Que me saque de encima esta estantigua que me persigue y nada en este caldo-mercancía Vegas. Laberinto, hilo hecho de dólares, cadenas de tarjetas de crédito y en el aire, sobrevolando todo, la cópula definitiva, big bang de escrotos y papilas gustativas, entre el Pato Donald Trump y Walt Disney, que alcanza el éxtasis y gime y grita y escupe, tragamonedas uretral, escupe películas y empleados sofocados por trajes de plush, empleados ya muertos, ya de pie, ya fantasmas, con cincuenta grados mojave y dentro de sus sarcófagos que son disfraces de ratas mouse. Demasiados estímulos, señor policía. Laberinto, pero Ariadna usa el hilo de tanga y laburantes muertos por disfraces. Por eso me dio esta colitis en las alfombras de los hoteles casinos centros comerciales, estiércol para todos, debe usted comprenderme, tengo diarrea. Llévenme a un hospital, por favor, no a una comisaría ni a lugares no-lugares que no existen. Por favor, no me alcanza con una llamada telefónica. Tres por lo menos. O llamen ustedes. A Marc Augé. A Zizek. Llamen a Moe y basta de Batman y Vegas que tengo que ir al baño, sí, otra vez. Ya le dije, con todo respeto, creo que el exceso de estímulos me afectó. No es mi intención venir a ensuciarles el ispa y menos su bandera, pero me pillé una Morbid Viride Diarrhoia, número ocho en la escala de Bristol, que es como la escala de Richter pero para la caca, comisario Gordon. Por eso le pido, por favor, que antes de esposarme me permita ir al baño. Al "restroom", como le dicen ustedes. Qué palabra más fina. "Sala de descanso", se podría traducir. Déjeme ir, por favor, que necesito darle descanso a mis tripas.
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