Miércoles, 25 de octubre de 2006 | Hoy
Por Miriam Cairo *
Creador de ambigüedades. Como un dios experimentado, el creador de ambigüedades, se puede desollar vivo para enarbolar su propia piel a modo de bandera. La usura angustiosa de la filosofía, era endémica en los libros que leyó a edad temprana y desencadenó un tipo de introspección que actualmente algo tiene que ver con la mirada hipocondríaca. Por consecuencia de ello, hubo una época en la que el creador anduvo como un navío al que se le había extraviado el norte, la costa y el timón. Incluso el oleaje. En una metamorfosis plena de sinestesias y de poesía beat, experimentó tanto la vida cruda como la vida cocida al fuego de la desesperación. Estos hábitos venidos también de la literatura del absurdo, dieron origen al objetonáusea de su escritura, que converge en un yo humilde y asimilador que a todo le pertenece, sobre todo se desgana.
El gato que sueña sueños ajenos. En sus sueños, el gato ve que una rata tiene el impulso de entornar los ojos mientras roe la tapa de un libro. Es un sueño recurrente: la rata se come el nombre del autor, las ilustraciones y luego los párrafos, palabra por palabra. El dueño del gato también está en el sueño. El gato no se ve a sí mismo. A la rata le empalaga la contratapa del libro y hace mueca de asco cuando roe y lee: "Cuentos para pensar". El dueño del gato también hace mueca de asco. El gato tiene ganas de tirar ese sueño al diablo, antes de que le vengan las irremediables ganas de vomitar. Otros gatos, en otras casas, sueñan a otras ratas comiendo otros libros -del mismo autor- El gato está harto de soñar los sueños de su amo. Anhela liberarse de sus esfuerzos diurnos y dar la espalda por completo al mundo de la conciencia vigilante. ¿Acaso no podría imaginar que come su propia rata y que maúlla sobre el tejado como un joven cazador? El gato mientras duerme no está absolutamente alelado; por el contrario, puede llevar a cabo acciones lógicas y voluntarias. Para él, complacer a su dueño significa este sacrificio de resignar sus propios sueños, lo cual es una cosa que los gatos viejos tienen que soportar para ganarse su alimento.
Pornógrafo melindroso. El pornógrafo melindroso crea una intimidad de la cual los demás apenas tienen noticias superficiales. No hace ningún esfuerzo para liberarse de tan extraña virtud. Episodios enteros se desarrollan en el terreno de una aparente fantasía: mujeres rubias con pubis amarillo, hombres ordeñados sin piedad, muchachas que juegan con calabazas, adonis colgados de un ventilador. Las fantasías más osadas forjaron en él gran templanza y claridad de espíritu. Hasta tal punto que en cierta ocasión, una de sus actrices de reparto, despechada por no recibir la misma atención que la protagonista, estuvo insultándolo soezmente en la bienal de cine condicional de Holanda, y él no se alteró en lo más mínimo. Puso a disposición de la infortunada su propio auto e indicó al chofer que la llevara cortésmente hasta el hotel.
Este tipo de actitudes ha sido interpretado, a veces, como señal de orgullo desmedido, otras como puritanismo escénico y casi siempre, como un hecho irrelevante. Pero estas dotes de mesura o neutralidad, no se manifestaron en su actividad cinematográfica, en la que desde un principio se mostró (como corresponde) muy imprudente. En tanto que sus colegas enfocaban ingles civiles, culos ateos, tetas ciudadanas, el pornógrafo mostró interés por los canarios militares, los infladores episcopales, las pajareras políticas. Eso le valió el mote de artista comprometido primero, y de artista exiliado, después.
Coleccionista de suspiros últimos. Los esfuerzos que la coleccionista de suspiros últimos emprende para estar sujeta a algunas influencias y, a su vez, desprendida de otras, no la agobian, pues no le da demasiada importancia al rumbo ni a la deriva. Mantener constante, dentro de sus constelaciones, aquello que no puede dominar, es un estigma que está presente en todo lo que le ocurre. Además, es muy afortunada la coleccionista de suspiros últimos, de polvillos y de lechuzas. Cien kilos pesa el corazón de su orca. Mil plumas emplumó su águila. Tiene un banco de peces, un hormiguero y un enjambre de avispas mansas. A cualquier hora del día o de la noche, la coleccionista deja que su línea fluya, se disemine, se fragmente en siete caballos mancos que saltan un cerco.
Ella es una coleccionista muy poco diferente pero tiene esperanzas. Y puesto que la palabra esperanza es igualmente dicha en un zoológico o en la jungla, no podemos imaginar siquiera lo que la coleccionista espera cuando espera. Pero yo no quiero hablar mal de ella. Los monstruos terribles también respiran aire puro.
Falible. La falible, herida en la pierna, fue capturada por una multitud de jurados que la pasaban de mano en mano como una horrible recompensa. Le ataron las muñecas y sus dedos apretados parecían acentos de desesperación. Con desdén la empujaron sobre unas parihuelas y los miembros de los tribunales literarios le hablaron con los dientes apretados. Exigían nombres de autores, de profesores de gramática y teoría, títulos de libros leídos, todo tipo de confesión. ¿Cuáles habían sido sus influencias? ¿Por qué no aparecía encomillado el intertexto?
Sometida a ese interrogatorio, la falible callaba con el orgullo de una cómplice insobornable. No había escalpelo que pudiera extirparle el silencio de su boca ni el terror del corazón. La amenazaron con el suplicio de hacerle escribir con sangría. Hablaron de infligirle el martirio de componer cuartetas y de quemarle los manuscritos si no borraba de su lenguaje términos tales como inflador, canario o pajarera. Aterrada, ella temió que con semejantes tormentos le arrancaran la triste confesión de que sólo era una falible emergente de su propia espuma y de ningún modo una poetiza sediciosa. Pero antes de que ella pudiera morir o confesar, los jurados decidieron declarar la tortura desierta, para no llegar tarde al congreso de estrechamiento creativo, traición del pensamiento propio y obsecuencia formal.
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