Jueves, 26 de octubre de 2006 | Hoy
Por Víctor Zenobi
A Ricardo Sujmajier
"Sólo vivo aquí y allá en una pequeña palabra,
en cuya metafonía pierdo por algunos instante mi inútil cabeza.
La primera y la última letra son el principio y el final
de mi sentimiento pisciforme"
Franz Kafka
El tema del expresionismo aunque tiene una definición precisa y cercana, ya que fue Worringer quien lo definió, consta de una historia sumamente compleja. Por supuesto, reducirla, reducir los tres mil o tres mil quinientos años que la abarcan sería un desatino, por consiguiente, trataré de mencionar lo esencial, lo esencial para mí, que es sin duda discutible, falible. Como ocurre con casi todas las cosas, me encontré con este tema, primero sin saber, a través de la literatura de Kafka, y después, ya en conocimiento de algunas de sus características, a través del cine, del cine de Dreyer, de Welles, de Murnau... En esta nota, me circunscribiré a Kafka...
Por de pronto, trataré de desdoblar el tema, ya que la palabra desdoblar, en un cierto sentido, es cara al expresionismo. Uno de los remotos efectos del desdoblamiento, del doble, surge en Egipto y el demótico, que a diferencia de nuestros alfabetos no contiene vocales, contempla para expresar esa vivencia la palabra K, que es también para nosotros, un sonido y un nombre. K, el doble, el otro, el doppelgänger. (pienso en William Wilson de Poe, pienso en Hoffmann, en Cortázar) Esa idea, quizá sería más atinado decir esa imagen, ha atravesado un vasto conjunto de la literatura; en Kafka reaparece en el nombre de algunos de sus protagonistas que la mayoría de sus críticos han referido directamente a la inicial de su nombre. También, por supuesto, debemos expresar la idea de que la escritura misma es un doble, por lo menos para cualquiera que la tome un tanto en serio, y más en ciertos casos, donde la escritura se presenta como el relevo de un sueño o de una pesadilla. Tomemos, por ejemplo, la novela El Castillo: Un agrimensor K llega a un pueblo perteneciente a un castillo y solicita hospedaje en una fonda. Le dan un aposento. El viajero se acuesta y duerme, pero a la medianoche es despertado por el hijo del alcalde que le especifica: "Este pueblo es propiedad del castillo y el que aquí vive o pernocta, vive o pernocta en cierto modo en el castillo y no debe hacerlo sin la autorización del conde. K intenta acceder al castillo y a pesar de que no hay ningún impedimento aparente no lo consigue. En la novela "El proceso" ocurre algo semejante. El protagonista José K., un empleado de banco, solicita desde la cama su desayuno, pero en lugar de su mucama entra un desconocido que le dice, como al pasar, que está detenido. Pese a todo, queda en libertad de ir como todos los días al banco donde detenta el cargo de apoderado. En lo externo, nada ha cambiado pero K ya no es el mismo, se halla bajo el cautiverio de un proceso que transforma su vida y lo conduce a la pesadilla y después a la muerte. De un celebre pasaje de esta novela se ha extraído: "Ante la ley". Ante la ley hay un guardián; un campesino solicita entrar. El guardián le dice que por el momento no puede. El campesino pregunta si podría más tarde. El guardián le dice que es posible. El campesino se asoma y el guardián le dice: "Si tanto deseas entrar, prueba, pero recuerda que soy poderoso y sólo soy el último de los guardianes. En cada uno de los salones hay guardianes más poderosos que yo". El campesino piensa que la ley debería ser accesible a todos pero mirando el terrible aspecto del guardián decide que le conviene esperar. Espera días y años y cada tanto interroga al guardián que le niega la entrada. Lo soborna y el guardián acepta, advirtiéndole que lo hace para que el campesino no sienta que omitió algún esfuerzo. A medida que envejece, maldice por no superar ese obstáculo y se debilita suplicando, sin alcanzar a distinguir si hay menos luz o lo engañan sus ojos. En medio de la oscuridad, la luz que surge desde la ley es inextinguible. Le queda poco tiempo de vida y todas sus preguntas y sus vivencias se confunden en una sola. Llama al guardián que le dice: ¡qué quieres saber ahora, eres insaciable! El campesino le murmura: Todos ansían acceder a la ley... ¿cómo es posible que durante tantos años, nadie más que yo pretendiera entrar? El guardián comprende que el campesino está por morir y le responde: nadie podía pretenderlo porque solo a ti estaba destinada. Ahora voy a cerrarla.
Es riesgoso entrar en la complejidad de esta parábola de la ley y del poder, de la fascinación que ejerce las innumerables sugerencias de la paradoja en un universo tan estricto; de lo que sugiere la situación de un hombre atraído por algo que, al parecer, si es que no lo han engañado, sólo a él le estaba destinado y que justamente por eludir el hecho de pensar que podría estarle destinado, se detiene. Lo cierto es que el hombre se muere, se muere sin saber y sin entrar. Tal vez sea apropiado evocar aquí el sentimiento de que la ley compromete una escritura y no sólo porque se vincule, entre otras posibilidades, al enigma del comienzo incluso a lo sagrado, sino al hecho de que implica una sintaxis, lo que de muchos modos a nadie le permite escribir lo que quiere sino lo que una ley escrituraria permite. El hecho se torna más interesante en este caso, porque Kafka recurre a la primera letra de su nombre, como si fuese una variable lógica capaz de sustituir enunciados o una marca imborrable, un punto de articulación unigénito, cuyos efectos no cesan de hacerse sentir. Una letra no remite más que a sí misma, una letra es lo que es, y en cuanto a las demás, es sólo diferencia. En el último de los casos, una letra es siempre onomatopeya de sí misma, lo cual implica una cierta correspondencia y cierta propiedad., pero propiedad de qué... No es casual que en "El Castillo" o en "El Proceso", la cuestión se agrave y sea explicita una suerte de reducción, inscripción trivial de una letra, a simple vista contingente, pero inscribiendo un destino por el trazo original de su sesgo imaginario. Anteriormente, en "La metamorfosis", el nombre del protagonista es Samsa, (nombre próximo a Kafka), que torsiona el sentido humano hacia la figura del insecto como después al animal. Pero volviendo a la letra, si ella sería sólo una marca, si ella es solo una auto recurrencia y tras de ella, nada o sólo el blanco del papel, un vacío que la letra encierra, entonces todo aquello que la letra de muchos modos ha promovido, (el tribunal de "El Proceso" o la inscripción de un Dios incomprensible que aparece bajo una forma más de lo monstruoso), está signado por una lectura siempre ambigua y las más de las veces, distante. La transformación de Samsa no es la única, ya que los objetos más triviales, los más cercano se transforman ingresando en una situación, muchas veces obscenas, que dificultan o impotentizan toda interpretación. El significante como articulación última de la lógica ha desanudado su vacío desconectando las relaciones previsibles de las causas y los efectos. De las causas y por qué no, también, de los afectos. El tribunal de "El proceso" es sólo una maquinaria arbitraria cuyo fundamento es la ausencia de fundamento y el hombre sentenciado y ejecutado, degollado en un pozo, dice sus últimas palabras. "Como un perro". La imagen del animal (tan cara al expresionismo) recubre y redescubre una cierta propiedad de K, propiedad activada en el exterior y nada menos que ante la muerte. ¿Y por qué no? Si hemos leído su proceso, no podemos evitar el influjo, la fascinación que ejercen las fuerzas extrañas que mueven al personaje hacia la oscuridad de su final. Como un animal, y acaso también junto a él, a pesar de su separación, incluso diríamos su transformación o metamorfosis en humano, K, el agrimensor o el empleado de banco, es movido por grandes fuerzas, sobre las que no tiene mayores posibilidades o cuyas posibilidades son contradictorias. Pero, bueno, lo contradictorio, la antinomia, es el estilo característico de Kafka y es característico de la lengua, ya que jamás, de lo que llamamos realidad. Por supuesto, Kafka era abogado y en él o a través de él, lo contradictorio se intensifica por su trato con los enunciados interrogativos de las estrategias judiciales que son precedidas por la negación. Esta argucia de oscilar en la esfera de lo cotidiano y lo jurídico, para deslizar la consistencia de la paradoja o la contradicción, no se resuelve solo en la sintaxis, puesto que se formaliza también en el sentido. Tomemos uno de sus ejemplo más sencillos: "El es un ciudadano de la tierra, libre y protegido ya que está atado con una cadena, lo suficientemente larga para moverse libremente por todo el ámbito de la tierra, pero al mismo tiempo sólo tan larga como para que nada le pueda arrebatar más allá de los límites de la tierra"... En el párrafo siguiente, la misma enunciación rige para el cielo. Sin entrar en la discrepancia que suelen presentar cielo y tierra, es difícil concebir de buenas a primera un hombre libre que esté atado y a la vez protegido y para colmo con el peso de una cadena, salvo que... en la complejidad de la relación se inmiscuya la ley, incluso la ley de la escritura ya que en ella podemos soñar lo que sea, tornar posible lo imposible, hacer coincidir cielo y tierra y sin embargo... nada más allá de esos límites. Ni siquiera el desborde peligroso de lo imaginario para solventar la transformación o la metamorfosis hacia lo extraño. Y aún dentro de los límites, dentro de la experiencia de la literatura en la que una parte de Kafka vive: "Ninguna otra cosa que la literatura podrá conformarme...", aún dentro, repito, del interior reversible y convulsivo del gesto escriturario, la desesperación... "A pesar de todo he de escribir, es imprescindible, se trata de mi lucha por la supervivencia...o esta otra: las metáforas son algo de lo mucho que me hace desesperar al escribir..."No podemos extendernos aquí en la oscilación inquietante de un hombre extraño, desdoblado en la necesidad de una vivencia cotidiana que tuviera sentido, un sentido familiar sobre todo, y la profunda experiencia del exilio que su escritura, sobre todo, le reclama. El impulso de la ficción obsesiva que lo anima es para el mundo y para él mismo, hasta un cierto punto, parasitaria, pero bastaría cualquier párrafo de sus cartas, por ejemplo, para mostrar hasta que punto los objetos del mundo, los más cercanos o los más distantes, se internalizan y lo consumen en su pasión escrituraria. Cualquier objeto sirve para expresar un síntoma mediante la contactación de una figura extraña: "Es una lámpara con un mechero grande como una taza de té...tiene un único defecto; no funciona sin petróleo, pero bien mirado, tampoco nosotros funcionamos sin petróleo..." Tal vez debería adscribir a este segmento el hecho de que Kafka murió de Tuberculosis; eso de algún modo promueve otros sentidos y expande la función de los elementos que se tornan vitales: Luz, calor, energía..., pero son tantos, hay tantos en toda su obra; el reloj o el calendario desdoblando el tiempo de la oración o de la frase... El tiempo atravesando espacios heterotópicos, laberínticos, inalcanzables como los que constituyen "El castillo" o los tribunales de "El proceso".
Derivado del gótico, el expresionismo es movilizado por una inquietante preocupación metafísica, por el tema del origen. El Golem, Calegari, Nosferatu, Fausto, M o Joseph K... son personajes devenidos o enfrentados a un poder infinito. Un poder que viene de la luz y también de las tinieblas, un poder que revela las fuerzas racionales e irracionales de lo humano y que compromete lo que se consideraba propio del hombre. El autómata, lo inconsciente, la escritura automática, la cámara de cine, proyectando de fantasmas, son algunas de las exacerbaciones del expresionismo que torsiona un concepto, quizá insostenible, que se debía revisar: ¿Qué es lo propio del hombre? Desdoblada en espacios, transponiendo las fronteras de lo convencional, uniendo y dispersando cielo y tierra, la literatura de Kafka no desdeña esas inquietudes que son trasladadas a lo cotidiano y al ámbito jurídico que lo rige y al trasfondo de inquietud ética que lo anima, ya que por tradición familiar, el mundo de las escrituras y el de la Cábala le era cercano. Cercano en cuanto al contenido, porque Kafka escribió en alemán. De todos modos y a pesar de la crisis que eso conllevaba, la reflexión que lo anima, destaca algo que de tan evidente, pocas veces se advierte: la alienación esencial que nos constituye. De allí el intolerable mundo burocrático, y la reducción de un hombre a la condición de un insecto o la de un animal, (incluso si esas ficciones reiteradas aluden a la metempsicosis), de allí, la humanización del animal o de la máquina o de los objetos más triviales, que nos revelan su intimidad apartando o contrayendo al hombre en una exterioridad angustiante que parece sin salida: "Yo, en cambio, vacilo allá arriba; por desgracia, no es la muerte, sino el eterno tormento de morir"
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