Domingo, 10 de diciembre de 2006 | Hoy
Por Luis Novaresio
Uno: Dios existe. Es evidente. Un pibe como ese es la expresión carnal de Dios. Nos miramos a los ojos y hasta creo que Dios se apiada de mi negación. Tiene 7 años, nada que demostrar porque lo que tiene es la esencia misma, y se sonríe. ¿Será que Dios quiere que de una vez por todas descanse, me tome un respiro, ponga mis manos en las rodillas, la espalda curvada, tome aire y deje de correr este maratón de demostrar que él no existe? Y, sin embargo, no sucumbo. Me lleno de aire mundano, me repongo y no te creo nada. Ese pibe no es Dios. Ni lo representa. Ni esa belleza indiscutible de su mirada es nada. Entonces, ¿Dios existe? Claro que no. Es apenas una apariencia.
Y siento más desilusión. Peor me resultan los que juegan a detentar el poder y transformarse en dioses módicos, con adornos caros, relojes en dólares, tonteras en sus discursos. Pero ella, una funcionaria también, hizo lo que nadie, ni Dios, hizo. ¿Entonces? Entonces nada. Ella es una política con cojones, con sentido vital, con ganas de saberse menos fuera de todo.
Pero ¿es que Dios quiso mostrarse con un pibe enfermo? Gratuitamente. Eso enoja más que un político inútil. Las enfermedades se parecen a la justificación de que el sufrimiento tiene sentido. Son una estupenda excusa para no pensar en la injusticia, calmar el reclamo. El opio de los cobardes. Porque vos lo sabés, sufrir no tiene sentido.
Dos: La hemofilia es un conjunto de enfermedades hereditarias debidas a la carencia o defecto de algún factor de coagulación cuyo síntoma más característico son las hemorragias espontáneas o con el mínimo traumatismo en distintas partes del cuerpo. Sigo leyendo. El factor de coagulación está representado por todas aquellas proteínas originales de la sangre que participan y forman parte del coágulo sanguíneo. Son trece los factores de coagulación nombrados con números romanos. Todos ellos necesitan de cofactores de activación como el calcio, fosfolípidos. Son esenciales para que se produzca la coagulación y su ausencia puede dar lugar a trastornos hemorrágicos graves. Destacan: El factor VIII: su ausencia produce hemofilia tipo A El factor IX: su ausencia provoca hemofilia tipo B. Pero Lucas tiene problema con el factor XI, creo. Sí. Estoy seguro. Esto lo hace un hemofílico tipo C. Se sabe que nace un hemofílico por cada 7.500 - 10.000 varones. Sólo el 1 % de los hemofílicos tiene el tipo de Lucas.
El 1 %. Y te reís. Me decís, es el destino. Y me río.
Tres: Lucas se golpeó el con la pared. No tengo claro desde cuándo es que uno asume las dimensiones de su cuerpo, me dijiste. Y te miré. Es sencillo saber que los adolescentes tienen problemas con sus extremidades. Los brazos y las piernas les crecen sin previo aviso y ellos no adecuan su sentido de la distancia con facilidad. Piensan que tienen piernas cortas y tropiezan con cordones de la vereda o te asestan un puntazo por debajo de la mesa que desemboca en antinflamatorio cada ocho horas. Los platos y vasos les quedan lejos o cerca de las alacenas y entonces rompen. ¿Pero el problema con las dimensiones de tu cuerpo, es sólo patrimonio de la adolescencia? La artritis, artrosis, el lumbago, la cervicobraquialgia, la cintura, no le demos demasiadas vueltas, arrancan por los cuarenta y se deslizan por camino en bajada que puede desembocar en el desastre. Y uno no puede estirar o encoger lo que debe en el momento oportuno. Evitame los detalles, me pediste.
En la infancia, a la edad de Lucas, la cosa tampoco es menor. No sé si por falta de dimensiones corporales o por necesidades temporales distintas. Uno, de pibe, no tiene tiempo para esperar al tiempo. Hay que comer, correr, la pileta, la escuela, las zapatillas, dormir, la tele a la hora en que uno siente el gusto en la lengua, en los ojos y en los oídos. Sí. Es hora de alguien lo escriba. Los gustos en la infancia se sienten en los ojos y en los oídos también. Helado era ver La Uruguaya en Pellegrini. Ver. La pileta era oír a tus amigos gritando dentro del agua. Oír. Y punto.
Lucas se debe haber golpeado el codo con la pared de puro sentido de oído. O de lengua. Romina, su madre, pensó que su cabeza. Cristián, el viejo, empezó la pelea en la Obra Social del personal de seguridad Privada.
El tratamiento de la hemofilia está contemplado por ley como obligatorio en las obras sociales. La medicación específica deber ser entregada por la Obra social y el estado nacional debe reintegrar ese dinero a la Empresa. Es ley. Pero vos y yo, me dijiste, vivimos en la tierra de las leyes hecha trampa, de la ley como excepción de una gran regla que dice que cada uno hace lo que se le canta. Tus filósofos admirados, sofistas y cínicos, dirían que estas pampas no son más que la expresión viva de la justicia y la ley como lo que al poderoso de turno se le antoja.
Y fue un lunes que Romina, Cristian y Lucas pidieron. Martes. Miércoles. Jueves.
Cuatro: Y entonces vi esa mirada. Siete años. Todo el derecho a vivir. Dios no existe. Si tu Dios, te dije, es bondad toda, bien puro, no puede permitir que un inocente de todo sufra. De lo que sea. De ser ciego, de ser esclavo, de hambre, de tener hemofilia. No me jodas con el libre albedrío que el Creador le da al hombre, libertad pretendida que admite que nosotros podamos hacer el bien y hacer el mal. Mucho menos pretendas que te crea que Lucas es el fruto de hacer el mal, enfermedad congénita provocada por vaya a saber quién que se apartó del camino con Eva y Adán comiendo del árbol de la sabiduría.
Siento náuseas escuchándote.
Explicame, vos que hincás para recitar plegarias acompañada de tu ábaco celestial, cómo no sentís desprecio por quien admita que este pibe sufra como sufren tantos. Pero no me vengas con que hay muchos, que hay peores. Este es el que nos está mirando.
Si existiera, no lo permitiría.
Cinco: Las abstracciones, las estadísticas, son una de las mejores armas que han encontrado los que deben solucionar un problema para no hacerlo. Una cosa es decir que Juan, treinta años, que vive aquí a la vuelta, que es padre de tres pibes o que Lorena, noventa años, sola, que vive en la villa del sur tiene hambre que decir que el 40 por ciento de los habitantes de esta región es pobre. La estadística amortigua el golpe de la atrocidad.
Una cosa es decir que un diputado representa los intereses de su pueblo y otra que el diputado Pérez tiene que resolverle su problema a Ana María, que se está muriendo por falta de asistencia médica. Es más cómodo pensar en el pueblo, esa masa de números impersonales, parida por una abstracción estadística.
Lucas corría el riesgo de morirse. El diputado Juan Silvestre Begnis y la Diputada Susana García, lo llamaron para interesarse. Pero fue la vicegobernadora Maria Eugenia Bielsa que agenció todo ese dinero para que Lucas tomara esa costosa medicación y frenase la hemorragia de su codo. Y siguiera sonriendo. No sé si es el lugar para escribirlo. Pero me arriesgo. María Eugenia Bielsa es (casi) la única expresión de la renovación política. No sólo por ser, de verdad, una cara nueva sino porque además tiene formación, talento y sensibilidad distintas. Y esto no implica no disentir con ella en algunas, muchas, cosas. Será parte de su mérito si entiende que el disenso es el modo de trabajar en conjunto. Ella forma parte de un cuerpo político que no hace mucho creyó que por cada legislador había que disponer catorce mil pesos para subsidiar emergencias. Eso es doscientos sesenta y seis mil pesos por mes con diecinueve legisladores. Tres millones ciento noventa y dos mil pesos al año. Ni senadores del partido de don Lisandro de la Torre, ni boinas blancas ni socialistas seguidores de Palacios se hicieron escuchar en casa de Lucas.
Vos me dirás que lo hacen en tantos otros casos. ¿Y? ¿Más estadísticas? Y repetiste conmigo: Las abstracciones, las estadísticas, son una de las mejores armas que han encontrado los que deben solucionar un problema para no hacerlo.
Seis: Lucas se ríe. Dice que es de Ñuls, que el hermano le copia las zapatillas y que quiere ser abogado para defender a los que no tienen plata. Romina y Cristian miran para otro lado para esconder las lágrimas. Y te mira: Mañana voy a jugar a la pelota con los chicos, te dice. Parece que no va a llover, desafía mirando el cielo celeste con sus ojos de cielo. Gracias a Dios, dice el pibe. Y te veo llorar.
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