Viernes, 30 de marzo de 2007 | Hoy
Por Beatriz G. Suárez *
Me lo encuentro en la puerta del gimnasio de Ñuls. Su familia ha sido evacuada desde Empalme Graneros el lunes a la noche y desde entonces se debate entre entrar y salir. No quiere estar ahí. Llora. Le pregunto el nombre, me contesta "José", en un estirar de moco y lágrima.
De ojotas, pelo mojado, pantaloncito arremangado y la boca de tormenta llena de pan y un reciente mate cocido.
Me cuenta que no quiere entrar, que adentro están sus dos hermanas y la mamá; se ven pilas de colchones, algunos con el nylon comprado de urgencia, sacado de las vidrieras y puesto en la necesidad (recuerdo una canción de un grupo que se llamaba "Vivencia" cuando yo tenía probablemente la edad de José y que decía algo así: "...los niños miran y miran por la vidriera empapada cómo se escapan sus sueños...y mientras los niños sufren los juguetes se preguntan: con tantos niños afuera, qué hacemos en la vidriera?...").
Los árboles del parque se bambolean ante el único viento que queda entre chaparrón y chaparrón.
Una vecina lo invita a entrar, le dice que piense en el padre que está sacando agua para que ellos puedan volver a Perú al 600 o a Provincias unidas y French.
No es oriundo de un asentamiento sino de una casa común, un barrio común, una vida común de escuela, bizcocho y trabajo esporádico.
Viene la madre a buscarlo. ¡José entrá!
Pienso en los muebles absorbiendo humedad en su pieza. Tragándose un cuadrito.
Tiene un soldadito verde en la mano. Verde esperanza. Es lindo, muy lindo, ni el llanto lo afea.
Gente coordina la merienda, ordena el espacio, pasan ambulancias, latas de conserva, cosas entre el desconsuelo y el reclamo.
¡José entrá! Pero no entra. Llora. Llora porque no entra. O no entra porque le da vergüenza su razón.
José entrá que te vas a enfermar.
Me dice "estamos evacuados". Me extraña la palabra "evacuados" tan bien pronunciada, resbaladiza entre agua dulce cielo y salada de cachete. Es un llanto que corcovea, su cabeza sube y baja como en una vida con hipo.
Mas allá una señora con seis nenas adentro del estadio.
Perdieron todo, cuadernos, fotos, tele, mesa, pared. Coraje. Y la lluvia cae.
Miro mi bici. Me pregunto cómo voy a volver a casa.
El estadio es más grande cuando lo veo a él.
Contale a la señora porqué no queres entrar. Decile José, decile a la señora.
Él entiende que voy a entenderlo sea lo que sea.
Se me acerca al oído y despacito susurra: Porque soy de Central.
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