Viernes, 1 de junio de 2007 | Hoy
Por Beatriz G. Suárez
Impuntual, llegó el invierno. Estación nacida para molestar. El cuerpo lleno de pulloveres, chalecos, bufandas y otras tricotas, se vuelve una madeja de órganos anexos mientras parecemos gordos escandalosos o tubos de gas con cinturita.
No tiene mucha importancia pero a la vez la tiene. Se repite irremediablemente en Rosario, la vuelve maciza y acoplada; de los zaguanes sale humo, las mayólicas heladas hacen de puerta cancel ante el clima de un corazón afectado por la meteorología.
Algo sopla del sur contra mármoles y rombos, surge la noche impávida, la brisa es de nylon y los barcos no tienen demasiados espectadores para hacerles su mmmm!.
La barranca se vuelve de pasto congelado y el codo del río en el Monumento susurra una pista de hielo. Oí que resbalaba el Paraná ayer a la tarde.
El dolor viene de los pulmones ahora, los médicos de las emergencias no dan abasto para tanto moco salido de lugar, y está todo callado por el grado cero de las aguas, de las pompas de jabón que ya son globos pesados extraídos del diccionario de enero.
En una sala, donde andan perdidas las madrugadas, se están haciendo grados Celsius a pedido; un gradito a fulano que no tiene brasero, otro grado al señor Rodríguez Peña a quien no le alcanza para la conexión de gas. Y así la temperatura intenta ascensos ficticios pero válidos mientras los chicos vomitan cosas raras por las fiebres modernas y los virus actuales.
Llegó el invierno y la señora de Gutiérrez desea no oprimirlo, dice que le gusta mucho, que ella sufre el calor. Mi prima, la de la expresión "nada", prefiere sí que venga julio con una displicencia incomprensible. Y así vamos. Sin acuerdos frente al pronóstico y caminando como si todo poseyera ritmo de pasodoble para calentar el alma.
Alguien dice que hay que comer bien.
A otro no le conviene porque no tiene salud.
Prolongadas e ineficaces salen a la luz mitologías de antes, épocas de sabañón, historias de heladas verdaderas, mañanas en leña y pobreza de chapa marrón.
Cambian los colegiales, puro echarpe. Cambian las noches y las piernas. Estás tan cerca que me acuesto con gusto tuyo (y a bombón de menta y chocolate) en bulla de calorías. Eso.
El invierno me hace repetir versos. Busco libros, olvido remos, anoto frases, escucho gente, dejo la bicicleta un poco, me lavo a la tardecita porque sino me enfermo, y algunos (cuyos nombres empiezan con be y terminan con udos) creen que no pasa nada. Que lo mismo da.
La ciudad se escucha con sordina y uno necesita una palmada, amistad, abrazos, o apilar caramelitos Sugus.
La ciudad está verdosa, le da frío a cualquiera. Una Rosario emancipada e intelectual parece que fuera a no guarecernos de este clima soberbio o difícil.
No puedo evitar tener que desahogarme en esta contratapa para pedir auxilio a los lectores a quienes veo ya dar vuelta la cara y yéndose con el pescuezo hacia otra parte.
Llegó el invierno cruel de golpe y de porrazo. A la masa contínua en que nos convertimos mientras pasa el año en la punta de una nariz colorada.
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