Miércoles, 11 de julio de 2007 | Hoy
Por Víctor Zenobi
No recuerdo bien, creo que fue Dilthey quien dijo: "Qué filosofía se tenga depende del hombre que se sea...", enunciación apropiada para el caso que hemos de referir, ya que Spinoza es una de las más nobles figuras del siglo XVII y acaso, de la historia de la filosofía. No importa que haya sido vilipendiado e incluso maldecido por judíos y cristianos, ya sabemos que el odio unifica las creencias, sobre todo si son dogmáticas; importa que rechazó dignamente todo intento de soborno para que abjurara de su creencias y que soportó, a partir de su excomulgación, múltiples agresiones.
Estas no fueron sólo verbales. Un estólido agresor lo hirió con una daga y cuentan que guardó la prenda rasgada, para recordar que los hombres no toleran las ideas que le son incomprensibles. Pese a esto, su pasión por la filosofía y el conocimiento remarcaban sus diferencias y desacuerdos con la ignorancia y la estupidez consuetudinaria del medio social. Este, como es tan común, lo obligó a una vida con muchas privaciones, primero en Amsterdam y luego en La Haya, donde se ganaba la vida puliendo lentes. Oficio nada detestable, para un filósofo que deja de sí la imagen de un hombre modesto, que mira las cosas tratando de extender el conocimiento que de las cosas se tiene.
Pero vayamos al principio, la historia de Spinoza, como la de cualquiera, comienza muchos años antes de que él naciera; por supuesto se dirá, pero en todo caso, cuando comienza el mundo. Así que debemos seleccionar un comienzo, preferentemente que sirva de pretexto para inferir algunas cuestiones que conciernan a nuestro filósofo.
Comencemos por la diáspora, que comenzó alrededor del setenta después de Cristo y dispersó a los judíos por todo el Mediterráneo. Muchos se establecieron en distintas regiones de Europa Oriental y otros, que emigraron por la costa norte de Africa, se introdujeron en España y Portugal, con la conquista de los moros. Allí absorbieron la ciencia de los árabes y desarrollaron su cultura. Cuando los moros fueron expulsados definitivamente, los judíos, en manos de la inquisición, perdieron la libertad de la que gozaban y debieron convertirse al cristianismo o exiliarse. La familia de Spinoza, una de las tantas perjudicadas, encontró asilo en Holanda. Gracias a la tolerancia de un estado liberal, los judíos edificaron sus primeras sinagogas, incluso con la ayuda de sus vecinos protestantes, pero tal convivencia sufrió un severo inconveniente. Uriel de Costa, un joven estudioso escribió un tratado donde atacaba la creencia en la ultratumba, que es estimada por los cristianos. Uriel fue excomulgado; escribió una denuncia de sus detractores y se suicidó. Spinoza era a la sazón un niño y un destacado alumno de la sinagoga; es tentador suponer que ese suicidio le produjo un gran impacto. Quizá de allí, provenga la noción de su filosofía como una empresa radical de desengaño; de allí y de la propia experiencia, al seguir un rumbo similar de temerario. Sus obligadas y continuas mudanzas, que parecían una extensión de las que había sufrido su pueblo, le confirmaban su condición de huésped, no sólo de un hogar sino de la vida y tal vez determinaron su concepción de relaciones y afectos, que se descomponen y recomponen incesantemente. Más verosímil y más agradable es inferir que estas recomposiciones eran influjos directo de su pasión por la lectura. Spinoza estudiaba la Torá, el Talmud, los escritos de Maimónides, y Hasdai Crescas. Estudiaba el Latín, que era la lengua oficial de la filosofía, con Van den Ende y con ese instrumento, frecuentaba a Sócrates, Platón y Aristóteles, a los atomistas y a los estoicos, de quienes adoptó el método geométrico de exposición por axioma, definición, proposición, prueba, escolio y corolario. Estudió a Bruno y la idea de unidad subyacente a la diversidad, la unión de los contrarios, estudió a Descarte... todas esas ideas colaboraron en la intimidad de su pensamiento.
Por supuesto, es impensable reducirlo en cualquier nota, pero mencionaremos algunas proposiciones que pueden dar una idea de su alcance. Por de pronto, es muy conocida una de sus proposiciones esenciales: "Deus sive Natura", Dios o Naturaleza, salvo que Naturaleza no debe entenderse en el sentido habitual, sino en un doble sentido: "natura naturans", impulso vital o fuerza creadora y "natura naturata", naturaleza creada. Siempre es complicado expresar lo esencial, lo que consideramos esencial. Spinoza distingue una sola sustancia, una sustancia infinita capaz de asumir todas las formas, debido a su actividad creadora. Aquello que es en sí y se concibe por sí y cuyo concepto no precisa de ningún otro para formarse. En cuanto a los individuos, los considera: "partes o aspectos del ser divino". Al modo de una proposición unimembre, digamos. "No hay inmortalidad personal". "Todo lo que ocurre es absolutamente necesario y es lógicamente imposible que los acontecimientos fueran diferentes de lo que son." Tal vez Spinoza piensa aquí, que el presente al tornarse continuamente pasado es irrevocable. Tampoco cree en la libertad: "La libertad es el desconocimiento de las causas que nos determinan"."La voluntad que determina la idea o su duración, debería llamarse deseo" "El deseo es la esencia misma del hombre...a este deseo se lo considera como un instinto del que somos consciente, pero no es preciso que opere de manera que sepamos", "Tras los instintos hay un deseo de perseverar", "Todo lo que a sí se refiere trata de persistir en su ser y el esfuerzo con que trata, no es más que la esencia de eso..."
Uno de los planteos de Spinoza se conoce como "paralelismo", que es una palabra utilizada por Leibniz en relación a su propio sistema, pero que sirve para indicar la identidad de orden, de conexión, de principio entre el cuerpo y el espíritu. El paralelismo impide establecer una jerarquía, ambos tienen la misma dignidad. Por lo que conocemos y por lo que ignoramos, ya que: "no sabemos lo que puede un cuerpo" y con respecto al pensamiento: "supera en la misma medida la conciencia que se tiene de él" Pero, entonces...cómo, ¡hay un inconsciente en el pensamiento! Estamos en el siglo XVII y este hombrecito humilde anticipa o por lo menos prefigura un saber que se hará efectivo, dos siglos más tardes, con la teoría psicoanalítica. Por supuesto, la noción no es la misma, por de pronto en el sentido en que solemos jerarquizar y subordinar conceptos. Nuestro concepto de lo que puede el cuerpo o el pensamiento tienden a subordinar la importancia de uno u otro, según el caso. Nuestro mundo, digamos, es el resultado de una escisión que comienza con la sucesividad del lenguaje, que opera sobre nosotros y en nosotros, determinando un grado de ambigüedad en nuestros encuentros y en nuestra actividad. Spinoza, parece ignorar esta escisión, pero en la Ética sigue dos procedimientos, el "more geométrico" para lo especulativo, y otro, que encubre los temas más audaces en los escolios, apéndices y notas, conectadas entre sí de manera subrepticia.
Esa forma secreta es su inmanencia...tal vez la posibilidad del inconsciente mismo... Pero bueno, lo que importa es que hay por lo menos dos Ética, que se despliegan en modos o maneras de leerlas. Tal vez, por ser fiel a esa inmanencia, Spinoza era bastante inconsciente al no ocultar sus opiniones. En el "Tratado teológico político" se pregunta, (tal como nos preguntamos nosotros) ¿por qué el pueblo es tan irracional? ¿Por qué se jacta de su esclavitud, en vez de la libertad?, ¿por qué una religión que invoca el amor inspira la intolerancia y la guerra? Apenas esto fue difundido, Spinoza fue execrado en grado extremo; como era de esperar, para quienes lo conocían, no se inmutó, continuó utilizando el método cartesiano como una retórica que les útil, para fundamentar el entramado de nuevas relaciones. El de su excomunión era una más, ya que "cuando dos cuerpos o ideas distintas se encuentran, ocurre que forman una relación más potente o, se enfrentan de modo tal que se descomponen complicando la relación entre sus partes". Tal es el estructuralismo anticipado que propone este geómetra vidente.
Como es de costumbre, la profundidad del pensamiento, la deconstrucción de los mitos, el reemplazo de "los principios de obediencia por los avatares del conocimiento" justificaron el escándalo de los amos que dictaminaron: "Tras examen de todo el asunto ante los jefes eclesiásticos se ha resuelto...anatematizar al dicho Espinoza y segregarlo del pueblo de Israel..." Aceptó la excomunión con tranquilidad, tal vez aparente, "A nada me obliga que no hubiera hecho de todas formas", porque ahora su familia lo despreciaba, sus amigos lo evitaban, sus enemigos se exacerbaban, en suma, se adentraba en la diáspora interior con que las sociedades suelen castigar a los hombres que hacen coincidir sus acciones con sus palabras. Y si bien, el proceso no lo amilanó, apuró el deterioro de su salud que era precaria; provenía de padre tuberculosos y los ambientes en que había vivido no eran de los mejores para mejorar su salud.
Es propio de los hombres ser mortales. Spinoza consintió en morir a la edad de cuarenta y cuatro años y, por lo que sabemos, no le preocupaba ser borrado por el olvido. Sin embargo, su memoria persiste en hombres de distintos credos y circunstancias diversas. Muchas veces recuperamos su voz en frases que estos han pronunciado y, más que nada, en ideas, acciones y obras, que han llevado a cabo. Mi recuerdo predispone a las más cercanas, por las vivencias, por el idioma y por el afecto. La primera pertenece a una ficción: "Lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres. Por eso no es injusto que una desobediencia en un jardín contamine al género humano, por eso no es injusto que la crucifixión de un solo judío baste para salvarlo." Hay otra y es real. Pertenece a Lisandro de la Torre, que muere con la Ética en su mano: "Yo no soy materialista; creo en la eternidad y la divinidad del Universo, donde el hombre es un átomo insignificante. Llámeseme Panteísta si se quiere. No hago cuestión de palabras. Dios está en todas partes, menos en los altares". Probablemente Spinoza hubiera sonreído, complacido.
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