Miércoles, 30 de noviembre de 2005 | Hoy
El domingo de madrugada, 20 chicos de 14 a 17 años, se fugaron del Centro de alojamiento transitorio. Imagino a 35 chicos, encerrados un fin de semana, tan hirviente, como este 27 de noviembre, recluidos entre cuatro paredes, en estado de desesperanza, desconfianza, tristeza, tedio y descreimiento por algún mañana menos incierto. Imagino también al Juez de Menores, cansado de ser mago e intentar soluciones, que nadie apoya, en medio de un periodismo que opina y critica desde lugares con aire condicionado y políticos impermeables a nuevas propuestas y estrategias.
El 29 de septiembre del 2005, luego de una década y media de discusiones, "la Cßmara de diputados, aprobó el cambio de la vieja ley de "Patronato de la Infancia "(la Ley Agote) a la "Protección integral de niños, niñas y adolescentes". La nueva Ley, deroga la utilizada desde 1919, encuadrada, en el concepto de "patronato", que permitía quitar la libertad al desamparado. La actual, intenta ejercer un tutelaje, en sintonía con la Convención de los Derechos del Niño, nacida el 20 de noviembre de 1989.
El menor de 18 años, es sujeto de derecho, quiere decir, que tiene derecho a ser educado, reeducado y tratado como ser humano. Por eso, la Convención, tiene artículos específicos, como el 37, y su inciso "c": "todo menor privado de la libertad, serß tratado con la humanidad y el respeto que merece inherente a la persona humana y de manera que se tengan en cuenta las necesidades de las personas de su edad". En el 40, se reconoce el derecho a reintegrar al menor a la sociedad: "Se dispondrß de diversas medidas, tales como el cuidado, las órdenes de orientación y supervisión, el asesoramiento, la libertad vigilada, la colocación en hogares de guarda, los programas de enseñanza y formación profesional, así como otras posibilidades alternativas a la interacción en instituciones, para asegurar que los niños sean tratados de manera apropiada para su bienestar y que guarde proporción tanto con sus circunstancias como con la infracción."
Salvo excepciones, todos los detenidos, padecen de pobreza material y educativa. Entre el origen o causa principal, de los menores transgresores, se encuentra el aborto del proceso humanizante, que comienza con la falta de figura paterna y continúa con la expulsión de la institución educativa. Cuando un docente aplaza y descarta al alumno desnutrido afectivo, normativo (sin padre) y proteico (sin Estado), también participa de una especie de genocidio. La historia del horror, ejecutada por quienes pretendían purificar la raza y eliminar todo tipo de diferencia y discapacidad, se parece, a la que padecen estos niños, de los que todos se desentienden, descalifican y eliminan.
No solo se encierra en cßrceles tortuosas, también en prostíbulos y en sistemas, que nadie vigila ni controla, por ser instituciones protegidas. Dice el filósofo Peter Sloterdijk, que para humanizarnos necesitamos habitar lugares semejantes al útero, somos "uterotropos". Sostenidos y protegidos, alimentados y alentados a desarrollarnos, irrigados en lo mßs humano, podemos rescatarnos. Una cárcel, una celda, una jaula, un sótano, solo enciende la rabia o en el mejor de los casos, los sueños de libertad...
Mirta Guelman de Javkin
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