Miércoles, 3 de junio de 2009 | Hoy
Si gobernar es un arte, ya que presupone creación, ha de tener su teoría, como todas las artes, y ha de tener también su doctrina. La teoría esta formada por grandes principios de gobierno, de enunciación quizás conocida, pero de aplicación absolutamente variable de acuerdo a los numerosos e infinitos casos concretos que la vida de una ciudad va presentando a lo largo de su marcha. Esa teoría es la parte inerte del arte; la parte vital es el artista, que en este caso es el gobernante. A él corresponde hacer la creación y la aplicación de los principios del arte. La doctrina es el sentido y el sentido colectivo que ha de inculcarse en el pueblo, mediante la cual se llega a la unidad de acción en las relaciones y soluciones. Lo importante es, sin embargo, poner en absoluta congruencia y armonía estos tres actores fundamentales del arte de gobernar: el conductor de la ciudad, la teoría estatal en su ejecución y la doctrina de acción del pueblo. Conseguido ello, se obtiene una completa racionalización y armonía que el éxito impone como factor especial.
Jorge Nicolay
Si uno analiza la Argentina desde el punto de vista de su vastedad y encanto de sus multifacéticas adyacencias naturales, el asombro puede obnubilar tanto a los extranjeros, cuanto a los connacionales que se desplazan a lo largo y ancho de sus límites.
¿Pero qué ocurre si se analiza a partir de la fragmentación de su sociedad? Aquí indudablemente aparecerá un eje que es imposible de subsanar por cualquiera de los sistemas políticos volcados hacia la derecha o izquierda del pensamiento con inclusión de matices folosóficos.
Concretamente, el eje está compuesto por tres elementos que son clave, y vienen de arrastre desde las mismas instancias en que se gestara este ahora tan publicitado bicentenario. Se trata de una cuota de resentimiento, unida a la otras hipocresías y desidia que el "ser nacional" lleva implícitos en todos los actos de su vida. Y esto acaece en una delirante y gran frustración imposible de sobrellevar.
Si a esto le sumamos una deuda externa de más de doscientos cinco mil millones de dólares; una educación peupérrima; una miseria espantosa instalada en las calles; una violencia inusitada; y una televisión que hace evidente un show con características de carnaval mediático día tras día, mes tras mes, año tras año, lo que está a la vista es lo que hay: un permanente y futuro libertino.
Felipe Demauro
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