rosario

Martes, 6 de julio de 2010

CORREO

A Maradona, de una madre

Hace unos años cuando Diego Maradona luchaba contra su severa enfermedad, yo hacía lo mismo con una dolencia distinta, que me afectaba seriamente. Mirándolo desde la televisión, a través del cristal meramente humano, me sentía absolutamente hermanada con aquel joven doliente que por haber pateado la pelota como pocos, todos se empeñaban en recuperarlo como ídolo.

Yo simplemente deseaba que sanáramos. El y yo. Simplemente dos seres humanos comunes, enfermos.

Reconozco que su mejoría y la mía primero me alegraron, luego me asustaron un poco. Había que cuidarse, no fuera cosa de volver a caer.

Seguí sus movimientos de hombre, reconozco que muy poco interesada en sus éxitos futbolísticos.

Pero claro cuando se lo nombró director técnico de la selección nacional de cara al Mundial de fútbol, fue otra cosa. Allí presté atención a cada una de sus declaraciones. En realidad me importaba poco lo que decía. Lo que acaparaba mi atención era "cómo" lo decía. Y lo vi, sereno, maduro, inteligente, un poquito engreído (como para no), y me tranquilicé. Estaba sano. Desde mi salud, a solas, brindé por los dos.

Y seguí sus movimientos paso a paso, sus cruzados brazos nerviosos, apretando un saco que no le sentaba bien, sus gritos de estímulo a los muchachos, sus gritos de gol, su salto de alegría compartida, su risa franca, feliz.

Hoy, quiero decirle desde mi experiencia que no es poca, que yo en su lugar lloraría un poco ó bastante, luego secaría mis ojos para poder ver con claridad cuáles fueron los errores cometidos que hay que desterrar, y por último retomaría mis proyectos con más fuerza que nunca. Porque la vida de los valientes (y él es uno de ellos) se trata de eso, de aprender, y darle para adelante, siempre.

Edith Michelotti

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