Jueves, 16 de noviembre de 2006 | Hoy
Las calles de la ciudades modernas son una inagotable fuente de contradicciones. Como señalara con acierto el sociólogo alemán Georg Simmel, los contrastes entre la opulencia y la miseria son indicadores de la inequidad que genera el sistema imperante, el capitalismo.
En efecto, la opulencia queda de manifiesto en los lujosos y veloces vehículos conducidos por seres indolentes, a quienes resultan indiferentes, cuando no molestos los cientos de chiquillos que pueblan día y noche las esquinas en busca de monedas. Unas pocas monedas pueden procurarles alimento o sustancia que adormezcan su angustia por su niñez arrebatada.
Pero claro también es posible encontrar grandes cartelones que exhiben rostros sonrientes, aparentemente satisfechos de sí mismos. Unos dicen conocer la provincia, otros que con ellos ganaremos y que podemos más.
Lo que no queda claro para los miles que transitamos estos lares es porque, si hay tanto conocedores y potentes, la brecha entre los que más tienen y los que padecen humillaciones múltiples no se atenúa y se agranda.
¿Acaso porque es conocimiento y ese poder fueron y son usados al servicio del privilegio de minorías prebendarias y perversas?
Ya no somos una provincia "invencible", ahora la pestilente impunidad nos devuelve la impudicia de los cómplices y hacedores de un malestar general que tarde o temprano, deberá hacerse cargo del hartazgo popular. La historia social de los pueblos está llena de ejemplos.
Carlos A. Solero
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