Domingo, 12 de febrero de 2006 | Hoy
El Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos desarrolla
en "Fisherton pobre" un trabajo con adolescentes para "frenar
los efectos de la crisis sobre la subjetividad de estos jóvenes".
Por Sonia Tessa
Concentrado en amasar discos de empanadas a entregar al mediodía, Cristian (15 años) apenas si levanta la cabeza para responder algunas preguntas. Forma parte del grupo 3, uno de los que desarrolla sus actividades en el barrio que sus propios habitantes denominan "Fisherton pobre" y diferencian de "la parte rica". Al rato, el adolescente contará que participa del taller de percusión, colabora en la colonia de vacaciones para los chicos del barrio, y quiere concretar una murga. "Vengo porque acá me divierto, hablo de los problemas del barrio. En mi casa me aburro, no hago nada", afirma sin ocultar que para la mayoría de los chicos de su edad el tiempo desocupado es un problema de primer orden. Cristian conversa sin dejar de trabajar un instante con el objetivo de juntar fondos para viajar a Buenos Aires y La Plata en marzo, con su grupo, uno de los tantos que se formó a partir del trabajo que el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH) desarrolla en el barrio desde 1997 como parte de un entramado de organizaciones e instituciones.
La presencia del MEDH es potente en un barrio con necesidades acuciantes, donde Soledad, de 20 años, cuenta su preocupación por su hermanito de 14 sin abundar en lo estrecha que es allí la frontera entre la falta de perspectivas, la droga y la delincuencia como forma de conseguirla. "Dice mi mamá que yo cambié mucho gracias a esto, antes era muy irresponsable", se sincera. "Lo único que logramos con nuestro trabajo es frenar los efectos de la crisis sobre la subjetividad de estos jóvenes", dice Oscar Lupori, coordinador del MEDH y responsable junto a su compañera María del Rosario Oroquieta de la catarata de grupos y acciones que despliegan en la zona.
Talleres de plástica, apoyo escolar, grupos de mujeres adolescentes, de chicos preadolescentes, la Defensoría de Niños y Niñas del MEDH, una carpintería, una peluquería, una fábrica de pelotas, el proyecto de otra para hacer alpargatas, el centro de día para los niños del barrio La Casita, son algunas de las actividades que fluyen. "Todo esto es posible gracias al apoyo del director de la escuela 632 José María Puig, Juan Carlos Di Leo, así como de otras instituciones del barrio, además de la participación desinteresada de muchos estudiantes de trabajo social, que al principio vinieron a hacer sus prácticas profesionales y luego siguieron con nosotros", relata Oroquieta. En la actualidad, una de las actividades principales se desarrolla todos los sábados a la mañana, en la escuela. Alterna entre talleres expresivos y recreativos para niños de 9 a 12 años. El primer grupo de adolescentes, formado en 1997, se llamó Secundarios en Acción, pero ahora se denominan "Los Viejos". Tienen más de 20 años, están en pareja, la mayoría trabaja y tiene otras problemáticas, pero siguen vinculados al MEDH.
El barrio Fisherton pobre se extiende entre el arroyo Ludueña, las calles República, Schweitzer y la avenida de Circunvalación. La mayor parte de la población es emigrante del Chaco, aunque también los hay de Corrientes y Santiago del Estero. En su mayoría son propietarios, familias que fueron levantando las viviendas con su propio trabajo. "Acá el principal trabajo infantil es el cuidado de hermanos, y eso hay que computarlo. El centro de salud del barrio hizo un relevamiento de enfermedades hace unos años, y muchas nenas tenían desviación de columna, producida por alzar a sus hermanos menores. En cuanto a los varones, acompañan a sus padres a las changas, que por suerte ahora hay muchas", afirmó Lupori.
Desde 2001, las condiciones sociales del barrio empeoraron. "Tenemos varios índices de la anomia que se produjo después de esa pérdida de las reglas sociales. Por un lado, la mayor cantidad de embarazos adolescentes que volvieron a producirse cuando habíamos logrado subir la edad del primer embarazo gracias al trabajo con adolescentes. Después se amplió el consumo de drogas, y también se da el inicio más temprano. Y también empezaron a producirse algunos hechos de violencia en un barrio que casi no los tenía", describió Lupori, y consideró que el éxito de la militancia desarrollada desde el MEDH es frenar estos efectos sobre muchos de los chicos con los que trabajan. "Estamos frenando situaciones", confesó.
Aunque coincide en el diagnóstico, su esposa apuesta a relatar sobre algunos chicos que logran ampliar sus horizontes gracias a la inserción en los grupos. Como José, que pese a su contexto familiar muy desfavorable, integra la carpintería y ahora planifica ingresar a la Marina. O Andrea, que va al mismo grupo, y estudia Derecho. La idea es formar una cooperativa para que esa actividad les resulte rentable con el tiempo. Otro sueño es la construcción de alternativas a partir de una experiencia acotada, con profunda influencia en la vida de quienes la transitan. Así lo ve Cecilia, estudiante de trabajo social, que integra el grupo 3. "Esto tiene que ver con lo que yo quiero como proyecto de vida. Así entiendo al trabajo social, de una manera diferente a la academia, que siempre se vincula con instituciones. Para mí, en cambio, la militancia no se separa del trabajo social, pienso que desde el barrio pueden cambiarse muchas cosas, se pueden proponer formas de relación diferentes a las que impone la sociedad. Promover valores como la solidaridad, tan bastardeados. Y aunque hacen falta cambios más estructurales, con estas construcciones micro estamos aportando en esa dirección", lanzó mientras rellenaba los discos de empanadas.
En el mismo salón, Cristián continúa amasando, mientras su amigo Sergio lo ayuda, orgulloso de su camiseta. "En el barrio todos son de Central", miente para provocar a los demás. Se ríe Soledad, de 16. Ella participa en la peluquería que funciona los viernes y sábado, de 18 a 21. También concurrió a reuniones organizadas en Capitán Bermúdez para que los adolescentes de distintas organizaciones debatan los problemas de los barrios. Mientras tanto, en la cocina, Gustavo, de 19 años, comienza a freír las empanadas que deberán entregar al mediodía. "Venía a esta escuela, y por eso empecé a venir los sábados. Y después me enganché porque los pibes nos ayudábamos entre nosotros, y podía hablar de mis problemas", contó tras superar la vergüenza.
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