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Jueves, 21 de febrero de 2008

PSICOLOGíA › COMO SE TRANSFORMA LA CONDUCTA DE UN AUTOMOVILISTA

Apetito de odio y destrucción

La hipótesis de Einstein `un apetito de odio y destrucción' y la respuesta de Freud; son aplicables para explicar la conducta actual de automovilistas que se transforman en pilotos suicidas.

 Por Neolid Ceballos *

No es una expresión literaria, es una interpretación acerca de la causa última de la guerra, la que Albert Einstein, el inventor de las teorías de la relatividad, le comunica a Sigmund Freud en una carta (Caputh, cerca de Potsdam, 30 de julio de 1932), y sobre la que me será útil volver. Porque estamos en Córdoba a comienzos de 2008, y en los comienzos del siglo XXI y también es posible que nos preguntemos acerca de las causas últimas, no de la guerra, sino de la violencia y destrucción de hoy entre nosotros aunque no estemos en guerra. Ha transcurrido enero y la estadística ha mostrado la existencia de una especie de curva ascendente de lo irracional.

El enigma que este siglo abre a los hombres y mujeres que nos toca vivirlo es inconmensurable. Se ha generalizado el más inquietante interrogante sobre el futuro del planeta, de la vida en el planeta, pero por otro lado, sobre la forma que tomará la vida entre los hombres. Y lo que nos envía a tal interrogante es nuestro propio encuentro cotidiano con esto que nos golpea: la violencia y la destrucción desencadenadas que los hombres practican contra las cosas, contra los otros y aun contra sí mismos. Es algo cotidiano y muchas veces estremecedor que tiene lugar en las ciudades, en el campo, en las rutas, en el fútbol, en los bailes populares y en otros lugares. Su rasgo fundamental es que asistimos a algo que en muchísimos casos no se puede entender, se encuentra más allá de lo racional, y por ello resulta inquietante.

Cuando alguien lanza su automóvil a muy alta velocidad y lo estrella contra otro vehículo, si bien son de importancia las condiciones en que tuvo lugar ese suceso, éstas pertenecen a un segundo plano. Por el contrario, se impone la pregunta acerca de qué es lo que lo impulsó. Sobre esto no nos es fácil saber.

La carta de Einstein. Pero yo quería alejarme por un momento de lo cotidiano y recordar a Einstein. Después de la Primera Guerra Mundial, Einstein escribió una carta a Freud preguntándole: "¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra?". Era el año 1932 y Einstein estaba vinculado a la Liga de las Naciones. Seguramente en ese momento los gobernantes se apresuraban a prevenir aquello que pocos años después fue la inevitable segunda gran guerra, de ahí la pregunta dirigida por Einstein al inventor del psicoanálisis.

Entonces toma en cuenta las maniobras que los gobernantes llevan adelante a través de la educación, la prensa y hasta la Iglesia de un país, para lograr llevar a los soldados a la guerra contra otro país. Einstein ubica en los gobernantes, o mejor dicho, en las castas dominantes, la insidiosa tarea de manipular la opinión pública, para lograr que una nación se decida a entrar en guerra contra otra. Sin embargo, más allá de esto, el penetrante juicio de Einstein plantea que esta manipulación, estos procedimientos como él dice, no alcanzarían para que los soldados de una nación o para que los hombres y las mujeres todos de un país fuesen a la guerra. Así, la pregunta central que Einstein dirige a Freud es la siguiente: "¿Cómo es que estos procedimientos logran despertar en los hombres tan salvaje entusiasmo, hasta llevarlos a sacrificar su vida?".

Einstein tenía su respuesta, que se la comunica a Freud: "Sólo hay una contestación posible: porque el hombre tiene dentro de sí un apetito de odio y destrucción que permanece en estado latente y emerge en circunstancias inusuales". Einstein ilumina este difícil problema, ya que hace responsables a los gobernantes, o a las castas que están a veces en el poder, o a los fabricantes de armas, etcétera, pero a la vez no quita responsabilidad al soldado. El que aprieta el gatillo, diríamos siguiendo a Einstein, tiene su responsabilidad como aquellos aviadores que arrojaron esos famosos artefactos sobre Hiroshima y Nagasaki, o los pilotos suicidas del 11﷓S, porque cada uno es responsable del propio ejercicio de lo que todo hombre tiene dentro de sí y que Einstein llamó "un apetito de odio y destrucción", que opera más allá de los ideales o de las razones, o de la obediencia debida.

La respuesta de Freud. En 12 páginas, Freud responde (Viena, setiembre de 1932) a los planteos de Einstein; y de entrada le manifiesta que él ya lo ha dicho. De todos modos, después de un recorrido interesantísimo sobre lo desarrollado por Einstein, entra en lo que yo me he permitido llamar "la pregunta central" de Einstein. Dice entonces Freud: "Ahora puedo pasar a comentar otra de sus tesis. Usted se asombra de que resulte tan fácil entusiasmar a los hombres con la guerra y, conjetura, algo debe moverlos, una pulsión a odiar y aniquilar. También en esto debo manifestarle mi total acuerdo. Creemos en la existencia de una pulsión de esa índole". Aquello a lo que Einstein llama "apetito", Freud le llama "pulsión": es lo sin ley que causa estragos cuando hay severas fallas en el sujeto, es lo que no obedece a ninguna racionalidad cuando se desborda. Alguien que sólo es un automovilista, se transforma en un piloto suicida en menos de una fracción de segundo cuando es tomado por ese apetito o pulsión; no lo sabe en ese momento, quizá no lo sabrá nunca, pero si se salva, puede llegar a averiguarlo.

* Psicoanalista. Miembro de la EOL.

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