Jueves, 11 de diciembre de 2008 | Hoy
Por Carlos Kuri *
Siguiendo la comprobación de que el estudio del paralelismo de las modas, la arquitectura, la pintura permite constituir algo así como el "alma de una época", Mario Praz, en su libro Mnemosina. Paralelo entre la literatura y las artes visuales, se pregunta inteligentemente, si "no estamos hoy (con respecto al arte) en la situación en que estaban esos primeros lingüistas que descubrieron las relaciones de familia entre las lenguas indoeuropeas, como Filippo Sacchetti, por ejemplo, quien, habiendo viajado por la India a fines del siglo XVI, notó la afinidad lingüística entre unos pocos vocablos sánscritos e italianos, o como el erudito bohemio Gelenius, quien, en 1537, fue el primero en relacionar las lenguas eslavas en las occidentales".
Esto que si bien podría ser cierto, establece sin embargo, en el mismo argumento, el defasaje entre lo que Praz busca y lo que encuentra, esto es, lo que busca es de índole artística y lo que encuentra es de orden lingüístico. El ductus, la expresión elegida por Praz para el rasgo de estilo en arte, va a contrapelo de la idea de "la mano de cada período" que pretende ilustrarla. Ductus, estilo, firma, todas estas expresiones mueven el problema del rasgo diferencial, aquello que si requiere del aire de familia, es para establecer una diferencia generatriz (o negatriz), en todo caso, y sin poner en marcha aquí la idea de Lacan en cuanto a que la excepción constituye la regla, es la diferencia que nos permitirá indicar el aire de familia.
La historia del tango podría ofrecer una prueba modesta, percibimos que resulta imposible escribir tangos, y más aún, 'hacer que suenen' actualmente, como aquellos de Pugliese o de Troilo, pero justamente, al revés de lo que puede parecer, en ello se pone en juego una línea de exclusión y no de conjugación, entre la época y el estilo. El estilo persiste, la época pasa a ser objeto de evocación o de historia. Sería muy pobre escuchar el estilo de Troilo como documento de la década del '40 o disfrutar de ello evocativamente; no se trata sólo del recuerdo de cuando se iba a bailar al Marabú o al Tibidabo, o a los carnavales de San Lorenzo. El estilo de Troilo, su sonido orquestal pues allí reside el punto de mayor determinación de su estilo, esto es, lo que todos lo atribuían a un trabajo más misterioso que técnico, transpone épocas e impone su singularidad sin requerir ninguna complicidad evocativa con el oyente. (El estilo de Troilo es una sensibilidad que conjuga sin conflicto y de manera única en el tango, lo confidencial con la expansión orquestal).
La comprobación histórica no conduce necesariamente a justificar un poder de determinación que poseería el "alma de la época" sobre el estilo. Sin dudas que resulta indispensable considerar lo que se impone en el aire de la lengua, en su pregnancia simbólica, o (a veces se lo dice con la infatuación de una gran explicación) en el "imaginario de una época". Pero eso que excede lo individual, que plantea una relación entre lo general y lo particular, que lo constituye y lo precede, sólo permite señalar una atención de lo disruptivo, no de lo individual sino de lo singular, trazo oblicuo de la lógica universal/particular: punto de asocialidad inherente de distinto modo tanto a lo estético como al sujeto.
Resulta inevitable recordar aquí la cita de Lacan, que ha propagado, como si en ella hubiera algún tipo de razón última, el uso del sintagma subjetividad de la época (propagación que no podríamos atribuírsela al propio Lacan). "Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época." Es importante detectar qué se resiste al uso mecánicamente compulsivo, aceptado como una obviedad, de que las épocas cambian, los discursos cambian, el arte, las costumbres y, por supuesto, la subjetividad, bajo el engranaje irrevocable de la época; frecuentemente este uso sirve para explicar cualquier cosa, es decir, nada.
Schorske, en su importante libro Viena FindeSiècle, busca una correlación en los distintos acontecimientos de la cultura vienesa de los Habsburgo. Localiza allí, a partir de las características dislocadas y heterogéneas del campo cultural vienés, una danza de la muerte de los principios, donde resultaba imposible hallar un equivalente para el siglo XX de categorías como "la ilustración"; esto le permite enunciar el punto que deberíamos enfrentar al hablar de época: "De lo que ahora debe abjurar el historiador y nunca tanto como al encarar el problema de la modernidad es de la postulación anticipada de un denominador común categórico abstracto, lo que Hegel denomino Zeitgeist y Mill la característica de la época". Para agregar que debemos estar dispuestos a emprender la búsqueda empírica de pluralidades como precondición para descubrir pautas unitarias de cultura. Otro detalle que habría que retener de sus argumentos es el que se desprende de la cita que Schorske hace de Burckhardt: "la historia es lo que una época considera digno de atención de otra". Esto, más que una indicación metodológica, debiera hacernos sospechar que el estilo o, por otro lado, "la subjetividad de la época" difícilmente se pueda registrar en la época de esa subjetividad. Hay algo (como si se tratara de establecer una autobiografía de la historia) siempre desplazado en nuestros análisis, un remanente, (que nos exige considerar la actualidad como problema y no como punto de vista). Por lo que habría que decir que estilo y época no tienen tiempo presente, no hay encuentro posible entre ellos en tiempo presente. Esto por supuesto limita una noción homogénea de época.
En arte se trata precisamente de lo que las obras "dicen" al margen de la época, es también lo que introduce el problema del sujeto en la pretendida unidad de la "subjetividad de la época". En cuanto a esto resulta indispensable considerar que para el psicoanálisis más que la subjetividad de la época, que en todo caso el analista la contemplará como un horizonte (siguiendo la cita de Lacan), es necesario pensar que el sujeto señala más bien los márgenes e intervalos de la época; puntos de singularidad, de huella dactilar, de discordia del discurso (entre el decir y el dicho), pues sino ¿cómo entender rigurosamente al sujeto sin confundirlo con la subjetividad?
Existe una insuficiencia en la misma noción de época para situar el rasgo de variación de lo que llamamos estilo; y hasta un antagonismo conceptual entre estilo y época (como lo hay entre sujeto y época). La época compone una noción de generalidad, de género, de articulación universal/particular, un ejercicio de localización de rasgos que la constituyen y que la envuelven, mientras que el sujeto (el sujeto y no la subjetividad), la penetra de singularidad, se sustrae a la distribución universal/particular, época/subjetividad. El nombre de autor consigue establecer una franja que no pertenece ni al género ni a la subjetividad, es el territorio intermedio que Spitzer encuentra entre la lingüística y la historia literaria.
* Doctor en Psicología. Psicoanalista. Director de la Maestría en Psicoanálisis. Fragmento publicado en la revista www.extensiondigital.fpsico.unr.edu.ar
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