Jueves, 7 de enero de 2010 | Hoy
PSICOLOGíA › IMPLICANCIAS SIMBóLICAS DE LA MUTABILIDAD DEL LENGUAJE
Las formas de decir cambian constantemente. Las expresiones usuales develan los rasgos de una época. Los nuevos giros y modismos del lenguaje cotidiano permiten analizar lo que se está diciendo cuando se habla de determinada forma.
Por Andrés Cappelletti
Una de las características más evidentes del lenguaje es, como se sabe, la mutabilidad constante. En largos o en cortos períodos aparecen y desaparecen expresiones y palabras sin que sepamos bien cómo ni porqué esto sucede; no es descubrir nada decir que ciertos términos o "giros" de la lengua permiten incluso detectar épocas más o menos precisas en las cuales su enunciación era corriente y que ahora constituyen (nótese allí también la pluralidad de significados) "expresiones del pasado".
Los nombres que los padres eligen en la emotiva hora de llamar al que recién nace pueden delatar la moda cambiante de las épocas. Así, una persona cuyo nombre sea Héctor, Norberto, Gladis o Noemí, probablemente tenga más de sesenta años; si se llama Graciela, Liliana, Miguel o Eduardo, tal vez su edad sea un poco mayor que los cincuenta. Si en cambio su nombre es Facundo, Lautaro, Josefina o Julia, lo más seguro es que no pase de los quince años.
Pero veamos algo de lo que hay de nuevo en el lenguaje cotidiano, si eso es posible en tan breve espacio, y tratemos de apuntar con algunos ejemplos qué cosas se dicen cuando se habla de tal o cual forma.
Un saludo que se ha hecho muy habitual en nuestros días es más o menos el siguiente: -¿Qué tal, todo en orden, todo tranquilo? pregunta uno.
-Por ahora responde el otro.
¿No es acaso horrible la expresión entera? En ella se asimila el bienestar al orden y a la tranquilidad que, podríamos decir, son cualidades más bien monótonas y aburridas. Sin embargo no hay que hacer un gran esfuerzo intelectual para asociar la expresión referida a la creciente oleada de controles, restricciones, normas y sanciones que tienden a multiplicarse en las sociedades contemporáneas (¿alguien recordará a Marcelo Mastroianni diciéndole a una Sofía Loren, preocupada por la limpieza y la pulcritud de la casa mientras los camisas negras de Mussolini festejan afuera no se qué cosa, que "el orden es la virtud de los mediocres"?).
Otras expresiones son tal vez más cómicas. Hay quien dice, para despedirse, "un besito grande". Como si la contradicción no fuera de por sí evidente, esto llega incluso a decirse en presencia del otro -y no por teléfono, por ejemplo cuando bastaría dar un beso, aunque de tamaño incierto. Otra despedida común desde hace poco tiempo es, quien sabe por qué causa, el "chau chau". ¿La repetición se debe a un interés por el énfasis, por el simple efecto de eco, o al afán por decir siempre algo más? Nadie lo sabe.
En otras expresiones comunes en nuestros días puede notarse la inflexión otorgada por la masividad de los medios de comunicación. Así es habitual escuchar, refiriéndose a la captura de ladrones que intentaban escapar de la policía, que "fueron reducidos", acción más bien propia de jíbaros que de producirse al pie de la letra implicaría la solución al problema de la ubicación espacial del delincuente, en tanto en una prisión mediana podría contenerse a miles.
Se dice también -tal vez desde hace mucho que la atención es llamada "poderosamente", que se pronostica una "ocasional caída de granizo" (¿pero acaso el granizo, tanto como la misma lluvia, no caen en ocasiones?), o se mencionan luego de cualquier temblor de la tierra a Richter y a su célebre escala, o desde hace unos años a la siempre renovada "ola de atentados en Bagdad".
Otra incipiente costumbre lingüística consiste en reemplazar el "bueno" de antaño, o el simple "si", por la forma verbal "dale". "Un cortado y una medialuna", le pide uno a la moza y ésta, simpática y ágil, nos devuelve un "dale".
Es también creciente el empleo cada vez más asiduo del término "nada", que suele encabezar enumeraciones y comentarios.
¡Qué cara! ¿Te pasó algo? pregunta uno. Nada empieza indefectiblemente el otro Anoche perdí las llaves, no encontraba al cerrajero, finalmente a las dos de la mañana encontré a otro, me abrió la puerta en cinco minutos y me cobro doscientos pesos. Nada. No hay que poseer un gran genio psicológico para relacionar este modismo nihilista con la vacuidad de los tiempos presentes y con la ausencia de proyectos sustantivos que vayan más allá de la suerte individual.
¿Lograrán instaurarse éste y otros amaneramientos de la lengua entre nosotros? La importancia del asunto radica en que es el lenguaje la herramienta con la cual pensamos, y sus términos conforman las maneras en las que percibimos e interpretamos el mundo. Nada más. Nada menos.
*Psicólogo. Docente Facultad de Psicología UNR.
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