Jueves, 28 de marzo de 2013 | Hoy
PSICOLOGíA › EL USO DE LA MULETILLA "NADA"
Por Sergio Zabalza
La lengua es un conjunto heteróclito de elementos cuyo constante cambio y movimiento se hace imposible de controlar. Por eso, nada mejor que prestar atención al habla cotidiana, si de pesquisar los conflictos que agitan una comunidad se trata. Por ejemplo, la expresión "me falta la palabra" -acuñada en Francia durante el siglo XVII en el seno de un movimiento denominado Las Preciosas, bien pudo significar el indicio de un orden social que pujaba por encontrar un nombre y lugar en la historia.
En nuestro ámbito presente, desde hace ya unos años, se ha consolidado a manera de muletilla el uso de la palabra nada. Se cayó el o sea, murió el qué momento, se desvanece el fuiste, pero continúa firme el nada. "Llamaba porque pensé 'bueno nada, charlar un poco". ¿Qué es ese nada que insiste cada vez que el sentido se queda rengo para sostener una demanda? Por lo pronto, pareciera que allí, donde la voluntad del habla emerge por encima de los pre-textos y las justificaciones, hay una nada que se hace oír.
Lacan ya lo denunciaba en los tempranos años '70, cuando el peso de los ideales no cesaba de inyectar contundencia en los discursos. "Eso habla" decía, para señalar el resto sin sentido que se satisface en el mero ejercicio de la lengua. Lo cierto es que cuesta imaginar la vacilación de un nada en medio de la certeza militante de aquellos tiempos. Por eso: ¿qué valor adquiere en la actualidad esta muletilla que suele irrumpir en muchos diálogos y comunicaciones?
Alguien bien podría sugerir que se trata de una rémora del hastío posmoderno de los '90: -"Hola, nada llamaba"-, esa complaciente decadencia que, cual sombra, acompañaba al mundo yuppie en su sórdida oquedad.
Pero hoy el nada también puede resultar una suerte de invitación para que el Otro -el interlocutor-, termine de brindar sentido a una iniciativa de diálogo. Así, la muletilla operaría al servicio de atemperar alguna proposición contundente o arriesgada: "bueno, entonces, nada, que si querías ir conmigo"; o hacer las veces de introducción para una confesión o un pedido de disculpas. En todo caso se trataría de "la incompatibilidad del deseo con la palabra" que Lacan indica como dirección de la cura en un análisis. Pero, de manera eminente, considero que hoy esta nada cuestiona o convoca, según los casos, a la noción del todo. En efecto, su mención puede indicar -tal como antes hicieron Las Preciosas-, el lugar en que una palabra hace falta. O, por el contrario: dejar expedito el camino para decir y hacer cualquier cosa.
Este No-todo hace sintonía con cierta feminización del discurso que Jacques Alain Miller propuso considerar como rasgo de la actual centuria, con todas las luces y sombras que esta proposición supone. Es que, desde la perspectiva psicoanalítica, lo propiamente femenino habita más allá del conjunto universal que divide a los seres hablantes entre aquellos que envidian el pene -creen tener nada y aquellos que temen perderlo -creen tener todo.
El No-todo, en cambio, abre el horizonte de lo ilimitado, que bien puede traducir en esa nada impenitente una insatisfacción exacerbada, o por el contrario: la oportunidad para un encuentro, más allá de las estereotipias que imponen los códigos establecidos. Bueno, nada.
* Psicoanalista. Autor con Carolina Rovere, de La Palabra que falta es Una mujer. (LetraViva)
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