Domingo, 21 de octubre de 2007 | Hoy
Por María Fernanda Mainelli*
Bajábamos las tres de casa con mi abuela por el viejo ascensor de carga. La librería ya había cerrado y las luces estaban apagadas. Sigilosas, ya estábamos listas para cumplir con el ritual ineludible de los fines de semana.
Llevábamos los labios imperfectamente pintados de rosa suave, lucíamos sus vestidos de gasa floreados que ella ajustaba con cinturones a la altura de nuestras caderas, haciendo un globo para que no los pisáramos. Taconeábamos con cierta dificultad sus zapatos de color verde, azul o amarillo, que no alcanzábamos a llenar con nuestros pequeños pies, y no largábamos sus coquetas carteras en composé. Nos prestaba también sus enormes gafas de sol.
No estábamos disfrazadas, éramos ella, la Sra. de Ross, mi abuela. Después, mi abuela planchaba los vestidos para bajar a trabajar el lunes puntualmente a las 7 de la mañana.
-¿En qué puedo ayudarla señora?
-Necesito el manual Kapelusz de quinto grado.
-Acá lo tiene, son cinco pesos.
-Muchas gracias.
-No, a usted muchas gracias por comprar en Ross.
Eramos esas pequeñas libreras con las que ni siquiera mi abuelo había soñado en octubre de 1937 cuando abrió su primera librería, un pasillo finito y largo donde vendía revistas y libros de idiomas, y después novelas y después ensayos. Habíamos heredado la profesión de mi abuelo, Don Arnoldo Ross, un hombre al que no llegué a conocer. Cuando falleció, yo tenía tres años y por ese entonces, año 1976, muchas familias respondían a la antinomia lógica peronismoantiperonismo. Esa división política hizo que la niña que fui no conociera a su abuelo, radical, porque su hija, mi madre, era peronista.
Siempre me pregunté qué tendría yo del viejo Ross, cuánto de esa terquedad habrá en mis genes, cuánto de su pasión por la librería y por los libros habrá quedado almacenado en mí.
Mirar los 70 años de Ross significa partir de él y de su imagen dura y pasional que me hice desde que me contaron que, cuando en 1975 la librería ardió en llamas tras un incendio, él miró fijo sus 30 años destruidos por el fuego y el agua, y dijo: "Mañana vuelvo a empezar". Y así lo hizo.
¿No es cierto abuela que mañana vamos a volver a bajar a la librería para jugar?
*Periodista y jefa de prensa de librería Ross. Nieta del fundador de librería Ross.
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