rosario

Miércoles, 3 de diciembre de 2014

OPINIóN

Estadísticas alimentadas por la indiferencia

 Por Evelyn Arach

Las palabras narcocriminalidad e inseguridad han copado una enorme cantidad de páginas en el transcurso de este año que está concluyendo. Pero para entender el fenómeno, conviene hablar sin eufemismos. La palabra droga, tan amplia y naturalizada, es un mero eufemismo. Digámoslo así: hay un porcentaje de la población que se enriquece vendiendo veneno (estupefacientes) a otro porcentaje de la población que elije (¿elije?) consumirlo. Cuanto más pobre es quien se envenena, más difícil le es salirse de esa situación. Hay padres, madres, hermanas, hermanos, abuelas... que peregrinan en las oficinas de asistencia social en busca de una ayuda concreta que rara vez llega. Un tratamiento de recuperación de adicciones tiene un costo elevado. Quienes cuentan con una obra social algunas veces consiguen cobertura. Pero quienes están en estado de vulnerabilidad social, ven la peor cara del desamparo.

El estado no cuenta con centros de recuperación para adictos y el Sedronar (Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico) solo otorga una beca una vez en la vida y dura apenas un año. El que no logra recuperarse en ese lapso está condenado a vivir y morir envenenado. Así de cruel. Por otro lado, las becas que otorgan el estado provincial y municipal son insuficientes.

Aunque durante este 2014 han habido promesas concretas de construir dos centros de recuperación en Rosario, ha transcurrido casi todo el año sin que viéramos un ladrillo o siquiera un plano de ese proyecto. Mientras tanto, al menos una de las madres que salió a denunciar a los vendedores de veneno de su barrio terminó con un disparo fatal, y un periodista que se atrevió a hacer la misma denuncia vive amenazado, temiendo por su integridad física y la de su familia.

La vida de los envenenadores, sin embargo, es mucho más cómoda. Compran propiedades, yates, portadas de revistas, campañas políticas, silencios de jueces, honorarios de abogados, escribanos, testaferros y todo aquello que les garantice impunidad y libertad para seguir envenenando. Pasean su lujo por la sociedad toda y asisten a eventos benéficos a fin de que de vez en cuando, a los pibes envenenados les caiga una moneda de caridad que enjuague algo de sus sucias conciencias. Hay al menos dos proyectos de ley (uno a nivel nacional que pertenece al senador Ruben Giustiniani y otro a nivel provincial del diputado Maximiliano Pullaro) que proponen la expropiación de bienes de los narcotraficantes. Pero ninguno avanza. Me pregunto si es porque quienes tienen que aprobar estas leyes, reglamentarlas y ejecutarlas temen perder sus propios bienes mal habidos.

En nada justifico el delito. Pero es muy cierto que un alto porcentaje de los robos violentos se cometen por jóvenes envenenados en busca de más veneno y con escasas posibilidades de salir de esa red. Y entonces eso que llamamos inseguridad, es la consecuencia más visible de un espiral de corrupción e hipocresía, de una sociedad que mira hacia otro lado sin preguntarse nunca de donde salen los billetes, que todo parecen comprarlo. Mientras solo se piense en atacar las consecuencias y dejar impunes las causas, la violencia seguirá estallando cada vez con peor virulencia. Tal vez esa sea la razón por la cual el espectacular desembarco de la gendarmería no logró los resultados esperados. Y en los barrios sigue habiendo soldaditos que trabajan matando y sobre todo trabajan muriendo.

Culmina un año más en el que la sucesión de muertes violentas sigue siendo un dato preocupante. Los jóvenes más pobres mueren precozmente y muchas veces matan precozmente. Pero nada se ha hecho para desactivar el mercado ilegal de armas que provee a las redes de narcocriminalidad, ni para modificar las reglas del juego que permite a los envenenadores comprar lujo e impunidad. Las estadísticas son violentas. Pero igual de violenta es la indiferencia que les permite seguir creciendo.

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